Magacín

Carlo Gesualdo, compositor y asesino

El asesino

16 de octubre de 1590, Nápoles. María de Avalos, hija del Duque de Pescara, se encontraba teniendo relaciones sexuales con su amante Fabrizio Carafa, creyendo, como en otras ocasiones, que su marido, Carlo Gesualdo, Principe de Venosa, se encontraba de viaje. La hermosa María, además de su esposa fruto de un matrimonio de conveniencia, era su prima.

Pero Carlo Gesualdo no se había marchado; conocía la traición de su mujer y lo tenía todo preparado para restituir su honor —la relación furtiva entre Maria y Fabrizio era un secreto a voces en la ciudad—. En pleno acto sexual, a las órdenes de Carlo, sus sirvientes atacaron a la pareja furtiva con cuchillos y espadas. A ellos les fue encargada la parte más sucia y arriesgada del plan. A continuación Gesualdo, con su daga, terminó la matanza con un ensañamiento que conmocionó a la opinión pública durante días.

Tras las repetidas cuchilladas y mutilaciones arrastró los cuerpos inertes a las puertas de palacio, para que todos los vieran. No fue un crimen compulsivo; llevaba días planeándolo. Su estatus y el derecho de aquella época le hizo salir indemne de aquel crimen; aún así, tuvo que trasladarse fuera de la ciudad para protegerse de la ira de los familiares de la pareja de amantes.

Al poco tiempo, la noticia de la muerte de su primer hijo de corta edad corrió como la polvora. Los historiadores consideran bastante probable que fuera asesinado por Gesualdo, dadas las sospechas que él tenia de que fuera realmente hijo de Fabrizio. Algunos especularon contando que sufrió una asfixia premeditadamente lenta, colgado de una soga, que duró dos largos días.

Parece ser que nunca mostró arrepentimiento por estos hechos, sino más bien todo lo contrario, ya que 20 años más tarde encargaba un cuadro para conmemorar la canonización de su tio Carlos Borromeo, en el que aparecerían representados por orden suya, entre otros, María y Fabrizio abrasandose en el fuego eterno del infierno.

Volvió a casarse, esta vez con Eleonara d'Este, con quien tendría otro hijo que también fallecería a los pocos años —desquiciando aún más si cabe a nuestro hombre—. Su matrimonio fracasó por, irónicamente, las repetidas infidelidades de Gesualdo y sus grotescas prácticas sexuales y sádicas. Eleonora, por razones obvias, intentó separarse de él en repetidas ocasiones sin éxito.

Por fortuna para Eleonora, Gesualdo moriría pronto, a los 47 años. Perdido en su propia oscuridad, entre tormentos y flagelaciones, fue encontrado desnudo y ensagrentado sin que quedara clara la causa de su muerte.

El compositor

Su música no triunfó en su día. Pero Gesualdo es hoy considerado por muchos historiadores nada menos que un compositor adelantado a su época. Sus giros armónicos, su utilización del cromatismo y la modulación entre tonalidades lejanas no volverían a encontrarse en una partitura hasta bien entrado el siglo XIX, en genios como Richard Wagner.

Su obra fue rescatada del olvido en el siglo XX por Igor Stravinsky, quien llegó a adaptar a orquesta algunos de sus madrigales —el generó que más cultivó Gesualdo—. A partir de ahí la mayoría de sus trabajos fueron publicados y su controvertida música fue y sigue siendo elogiada por muchos.

Gesualdo era un noble adinerado que componía por placer, sin la necesidad de publicar ni de ganar dinero con sus obras. Esta libertad y desinhibición, unida a su temperamento extremo, quizá fueran la llave que le abrió, de par en par, la puerta para profundizar en senderos en los que, hasta ese momento, ningún compositor había pisado (y si lo hicieron, dieron marcha atrás).

En el contexto de la época, su música sonaba extravagente y era muy difícil de interpretar por los vocalistas. Una extravagancia que logra mantener coherente gracias a un hábil uso y conocimiento de la técnica.

La estructura y forma de las piezas es llamativa por su libertad, dejándose fluir y fragmentar sin obstáculos. El orden sólo lo impone el texto y en él trata de plasmar, con todo el exceso que su lenguaje musical le permite, sus tormentos. Estos textos seleccionados, de poetas como Torquato Tasso, tendrán, como no podía ser de otra manera, una temática recurrente sobre el dolor y la muerte. Es precisamente cuando aparecen esos motivos en el texto cuando más creativa y atrevida se muestra la música.

Hablamos de una época de enorme experimentación, muy cercana ya a la era tonal. Resultaba común que los compositores intentarán ir más allá, apurando hasta el límite —dentro de los cánones de la época— elementos como la disonancia. Gesualdo exprimió esa disonancia y fue mucho más allá en los juegos cromáticos y las modulaciones, transgrediendo en su música a la par que lo hacía en su vida. Premeditadamente o por impulso, no lo sabemos. Un camino que no agradó y que nadie continuó después de él. Un camino al que se comenzó a llegar aproximadamente dos siglos más tarde, pero desde un sendero diferente y mediante una evolución mucho más previsible.

Gesualdo fue probablemente el compositor más oscuro y maldito de la historia de la música escrita. Su vida fue un infierno de tormentos tanto para los que le rodearon como para sí mismo. Su pluma, sobre el pentagrama, pisaría terrenos que tardarían aproximadamente 200 años en volver a ser transitados. Murió hace unos 400 años, pero una parte de su alma, plasmada en partituras, sobrevive deleitando a aquellos que la escuchan. En su música unos encuentran placer y belleza, algunos inspiración...

Para otros, muchos de los pasajes continuan siendo inquietantes y siniestros.

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