La creatividad es contagiosa (y lo contrario también)
No sé si os ha pasado tras ver una película o varios capítulos seguidos de una serie (algo muy habitual en nuestros días si disponemos del tiempo suficiente...) que habéis empatizado con alguno de los personajes, hasta el punto de que al acabar os sentís como si ,en parte, fuerais él, como si se os hubiera quedado algo de su personalidad. Esto a veces pasa y (afortunadamente) es temporal.
Aunque no queramos todo se pega. Estamos programados para eso. La imitación es uno de los sistemas más eficaces para aprender desde que nacemos y el ser humano lleva esto integrado de serie. Absorbemos como esponjas allá donde vamos aunque no queramos. Esto puede ser positivo o no dependiendo de que sea lo que nos rodee.
Los años y años de ejecución instrumentística y los conocimientos teóricos no los vamos a absorber simplemente con estar en contacto con personas que los han adquirido y desarrollado.
Pero en la música, a parte de técnica y formación, también hay imaginación, sensibilidad, creatividad, emoción, actitud... infinidad de elementos que marcan la diferencia entre unas piezas y otras. Y todo esto es mucho más “sencillo” de tomar “prestado”. Digo “prestado” porque, al menos por mi experiencia, el contagio creativo, dura lo justo, el “contagio” duradero lo dará la experiencia.
Un ejemplo personal sobre lo que he comentado, a veces, cuando escribo música “clásica”, me gusta escuchar durante varios minutos a Franz Liszt. Siento que me contagia algo, algo que tal vez me sirva para iniciar una obra, para estimularme, algo hace en mi que, en mi caso particular, no me evoca ningún otro compositor. A Listz lo he usado tanto que a veces no tengo ni que escucharlo, simplemente he de acordarme de él. Lo que luego escriba probablemente no tenga nada que ver directamente con las piezas que he escuchado, ya que no es la obra en sí lo que me inspira, sino algo que está detrás de cada una de ellas. Es una chispa dentro de mí. El incendio que se provoca después siempre es diferente.
Este compositor en concreto nunca se conformaba con lo primero que encontraba, siempre luchaba por ir más allá, por ver si detrás de esa cadencia que ya era buena se escondía otra mejor, arriesgaba y se dejaba el alma en cada nota. Eso es lo que noto dentro de mí cuando lo escucho. Algo que me contagia sin que yo tenga que hacer ningún esfuerzo. De hecho, lo paso mal cada vez que lo escucho y no puedo ponerme enseguida a trabajar, siento como si estuviera desperdiciando algo.
Recuerdo cuando vi de estreno, siendo niño, la película “Delicatessen”, al terminar quería hacer cine. La película me gustó, pero me gustó más la creatividad que respiraba detrás. Me habían contagiado, y durante un tiempo fue conmigo la idea de que la única manera de quitarme ese virus de encima era hacer cine también. Al final fui práctico y trasladé esa sugestión a la música.
Para muchos encargos, a parte de analizar el estilo de música del tema que me han pedido (sobre todo si es algo con lo que no estoy familiarizado) me sumerjo, durante el tiempo que haga falta, en esa música, escuchando a sus mejores representantes, dejándome arrastrar por ellos y el “ambiente” que les rodea. Porque conocer su técnica a menudo no es suficiente (un Do, tocado con el mismo instrumento, no suena igual en Jazz que en Hardcore... ) hay algo que se debe respirar y que se respira cuando inhalas esa música. Cuando no lo he hecho se ha notado (o al menos lo noto yo).
Nacer en el delta del Mississipi, en una determinada época y con un determinado color de piel probablemente ayude para componer un blues acústico que suene clásico. Si se ha nacido en Valencia probablemente ayude imaginar que se ha nacido allá y para ello escuchar a Robert Johnson (o una buena versión contemporánea de alguno de sus 29 trabajos) puede ser un buen vehículo (es un ejemplo...).
Todo esto independientemente de que cada uno luego haga las cosas a su manera. Cuando pillamos una gripe no todos actuamos igual, el virus es el mismo pero, aunque algunos síntomas son comunes, cada uno lo lleva de una manera distinta.
Hubo una época en la que actuaba mucho como guitarra solista, en algunos temas tenía que improvisar y hacer solos de corte “blusero”. Mientras me dirigía a los conciertos me solía poner en el coche a Eric Clapton. Por supuesto, yo después no sonaba como Eric Clapton, pero en los solos que hacía, a mi manera y con mi estilo, notaba que él de algún modo estaba presente, tomaba decisiones al instante en algunos fraseos que no hubiera tomado si no lo hubiera escuchado antes. Algo me contagiaba el señor Clapton al escucharlo al volante.
Así como algunos autores me estimulan y me inspiran para trabajar, otros que no mencionaré, me complican algo la vida (musicalmente hablando). Esto es lógico, ¿no?. Si escuchar buena música (la que cada uno considere como tal) te despeja creativamente, escuchar “mala” música (¿quizá no debería poner las comillas?) te puede dejar un poco sordo, ( de nuevo musicalmente hablando). A mi hay música que me atonta, creativamente hablando, claro. Esto, para bien y para mal, creo que no pasa sólo con el arte...
Vienen días de fiesta (aunque no para todos), días en los que desde pequeñitos, al menos en nuestra cultura, nos hemos habituado a pedir deseos. Días de frío (al menos en España) en los que es fácil que nos contagiemos unos a otros resfriados y diferentes tipos de virus. Mi deseo musical, para mí y para el que quiera recibirlo, es que nos rodeemos de buena música (la que cada uno considere como tal, insisto), nos contagiemos unos a otros calidad. No necesariamente calidad técnica. Lo que yo tomo prestado de Listz (y de compositores con renombres menos pretenciosos...) y tú probablemente tomes prestado de tus artistas preferidos, nos lo contagiemos también entre nosotros.
Mi deseo extra musical es el mismo, porque todo se pega. Así que... ¡Que se nos peguen cosas buenas! Y que a su vez las transmitamos también nosotros a los demás, que eso también actúa de vacuna contra otros tipos de virus más chungos...
¡Felices fiestas!
Juan Ramos