Napster y la muerte del álbum
Pocos como Clay Shirky merecen el calificativo de visionario. Me permito traducir una serie de artículos escritos por Shirky en 2000 durante la polémica sobre el cierre judicial de Napster. En lo que se refiere a la relación entre música y nuevas tecnologías e Internet, la vigencia de los artículos es tal que parecen escritos el mes pasado.
Clay Shirky
Napster, el popularísimo software que permite a sus usuarios intercambiar música en Internet, podría ser cerrado este mes por si la RIAA vence en su pleito ante la corte federal de California. Las grandes compañías de discos que componen la asociación —junto con unos cuantos artistas cabreados que testificaron ante el comité esta semana— mantienen que Napster no es otra cosa que una herramienta para la piratería digital.
Sin embargo, Napster y la tecnología MP3 en la que se basa ya han cambiado el negocio musical, no importa cuál sea el veredicto. A pesar de todo el revuelo sobre legalidad y copyright, la libertad que Napster ha permitido expandir por el mundo musical no ha sido la libertad del precio sino la libertad de elección.
Napster, reuniendo a los amantes de la música y permitiéndoles compartir sus colecciones, les permite también escoger entre un rango sin límites de música posible, de canción en canción. Éste es un cambio enorme en la forma en la que actualmente la industria musical hace negocio e, incluso si Napster desaparece, no será fácil convencer a los clientes para que vuelvan a comprar la música en la forma en la que la industria lleva tanto tiempo empaquetándola.
La mayor parte de los álbumes editados sólo tienen dos o tres canciones que realmente gustan a sus oyentes, pero el formato fuerza a la gente a elegir entre pagar por una docena más de temas mediocres para conseguir los buenos, o no conseguir ninguna de las canciones. Esta aproximación todo-o-nada ha resultado en colecciones musicales que tienen relativamente poco que ver con el auténtico gusto musical del escucha. Incluso los singles en CD se han convertido en mini-álbumes casi tan caros como los completos, y aunque hay experimentos del tipo «mezcla tu propio CD», han surgido porque las discográficas no permiten el acceso a su catálogo de canción en canción.
Napster ha demostrado que no hay barreras tecnológicas que superar para ganar acceso al catálogo musical completo mundial. Sólo al catálogo comercial.
Los usuarios de Napster no están simplemente aislando los hits de los discos más conocidos. Los escuchas ahora presumen de sus intereses contradictorios, actualizando sus listas con un poco de Bach, un poco de Beck, e incluso un poco de Buckweath Zydeco, según el humor con el que se levantan ese día. Como Napster no sabe nada de géneros, una búsqueda en Napster devuelve una plétora de versiones alternativas. El I'm So Lonesome I could Die de Hank Williams sale interpretado por Dean Martin o por Cowboy Junkies. De Louie Louie te salen hasta dos docenas de versiones.
Napster es una herramienta para la aventura musical, produciendo mucha más diversidad por accidente que cualquier búsqueda en la sección world music de cualquier tienda de discos. Una búsqueda de la palabra «agua» devuelve el Bridge Over Troubled Water de Simon y Garfunkel, el Smoke on the Water de Deep Purple, el Cool Water de Sons of the Pioneers y el Water No Get Enemy de Fela Kuti. Cuando el escucha experimenta esta libertad, ya no quiere volver a la vieja forma de comprar álbumes.
La cuestión sigue siendo cómo pagar a los artistas cuyas canciones son descargadas. Son muchas las fuentes de beneficios de las que se hablan —anuncios, sponsors, suscripciones, pago por tema—. Pero recrear el CD en la Internet no va a funcionar.
A pesar de la prohibición, los usuarios de Napster ya han demostrado que quieren romper las barreras del todo-o-nada impuesto por la industria. Y ya no van a cambiar si se cierra Napster. La industria musical tendrá que encontrar una nueva forma de controlar a sus clientes en la nueva libertad que han encontrado.
Más en Clay Shirky's Internet Writings. Captura de Tech Digest.