Sobre las críticas
Existe un festival de la canción, en un pueblo de Albacete, en Chinchilla concretamente, donde por carambolas de la vida del músico me encontré participando hace unos años. Es un festival local, pero acude mucho público de la zona, los artistas que se presentan son desde cantautores hasta coros rocieros, pasando por una amalgama de estilos más que curiosa entre la que abundan los cantantes solistas acompañados de bases instrumentales grabadas.
Hace ya unos años de aquello y aunque casi me zampé el festival entero hay un artista al que recuerdo por encima del resto (como para olvidarlo...). Un cantante que creo que no llegó a afinar ni una sola nota. Y si afinó alguna fue de pura casualidad. Era un chico, serio, de entre 25 y 30 años. Recuerdo que vestía muy elegante y cantaba una canción de estilo italiano/melódica, de aquellas de los 70/80.
Todos hemos visto alguna vez a algún “cantante” subir a un escenario, medio de cachondeo, y destrozar una canción a sabiendas de que lo suyo no es precisamente la “técnica vocal”. Pero en este caso yo no percibía que aquel chico fuera consciente de que no daba pie con bola. Se le veía convencido de que lo estaba haciendo bien. No sé si me explico, no era aquella sensación de “sabe que no es bueno pero no le importa, es feliz...(y valiente...)”. No, lo que yo veía era a un tipo que estaba convencido de que lo estaba haciendo fenomenal y a un grupo de amigos vitoreandole (alguno riéndose)
¿Amigos? Lo primero que pensé fue: “este chico no tiene amigos (o al menos no de los de verdad), si los tuviera le habrían advertido, era evidente que no estaba preparado para cantar (por llamarlo de alguna manera) delante de más de mil personas (ese año, en la plaza principal, no cabía ni un alfiler) Alguien debería de haberle avisado de que iba a hacer espantosamente el ridículo.
Quizá esté equivocado, y este chico lo sabía, quizá tuvo algún amigo que se lo dijo y no hizo caso, vete tu a saber. Pero sé que existen muchas situaciones en las que la gente que nos rodea prefiere darnos una palmada en la espalda a ser sinceros y mostrarse como verdaderos amigos diciéndonos las cosas tal y como son, o como ellos las perciben. No para que abandonemos nuestros sueños y vocaciones si no para que no vayamos a la deriva sin ser conscientes de ello.
La sinceridad a veces duele. Pero cuando uno hace música está siendo sincero, está exponiendo parte de su alma (o en muchos casos eso pretende). Es lógico esperar que sean sinceros con nosotros.
Tener a alguien al lado que sepamos que es sincero, que nos dará su opinión (por supuesto siempre personal) y que no pretende alimentar nuestro ego, ni quedar bien, ni al contrario criticarnos gratuitamente, no tiene precio.
Pienso que las opiniones de los demás no hay que creérselas, hay que escucharlas. Luego, tanto si estamos de acuerdo como si no, para afrontar una cosa u otra hay que ser valientes. Y creo que tan importante como escuchar una opinión es conocer a quién nos la esta dando.
Entre la gente que me rodea, después de tantos años (tantos... que exagerado soy) he comenzado a saber quién es excesivamente crítico, quién excesivamente benévolo, de quien no me puedo fiar y quién hace un esfuerzo por ayudarme intentando dar una visión lo más objetiva posible.
No siempre estoy seguro de lo que hago, sobre todo cuando trabajo estilos con los que me cuesta desenvolverme o cuando el papel de la música persigue un fin muy específico. O cuando he machacado tanto una pieza que siento que ya no soy objetivo con ella. En muchos casos, me gusta tener la opinión de los demás. En sonido por ejemplo para mí es muy importante. Que alguien me diga “oye, el bajo retumba”, por ejemplo, puede hacer que me fije en esa parte que me había pasado desapercibida. Pueden tener razón o no, pero eso siempre es secundario.
Siendo un chiquillo eran mis padres los primeros en escuchar mis temas. En ellos se daban los dos extremos. Mi madre raro era el día en que no se emocionaba, a mi padre difícilmente le gustaba un nuevo tema, al menos en la primera escucha (aunque eso es algo que actualmente ha cambiado, quizá me esté haciendo la pelota...). Al final, como siempre, uno debe de filtrar las críticas teniendo en cuenta de donde provienen y el contexto (qué importante es siempre el contexto).
Siendo un chiquillo no asumía ninguna crítica. Lo confieso. Mi vanidad no tenía límites en ese aspecto. Si pedía a alguien una opinión era esperando a que esta fuera positiva y alimentara mi ego, en el momento que esta era una crítica negativa automáticamente me ponía a la defensiva. Luego en casa, tras haber defendido, a muerte, que “yo tenía razón”, sí que hacía algo de autocrítica. Me comía el orgullo, pero a solas...
Tardé mucho en aprender por culpa de aquello y avancé muy lento durante aquella época (¡eh!, quien más y quien menos ha tenido de jovencillo épocas tontunas..). Al final aprendí que si quería hacer algo serio debía aprender, y para saber qué aprender antes debía conocer mis carencias. Algunas de las críticas que me hacían (algunas, no todas - conservo parte de ese orgullo... -) me estaban indicando parte del camino.
En el lado opuesto he conocido compañeros músicos extremadamente sensibles a la opinión de los demás. A veces, nos condiciona mucho lo que dicen otros, independientemente de que sea cierto o no. Recuerdo a un músico, con el que trabajé mucho tiempo, que si recibía cien críticas buenas y una medio mala, aquello podía quitarle el sueño durante una semana, o incluso quedarsele pegado como un chicle indefinidamente.
Una crítica es una valiosa información sobre nuestra música. Una información que puede ser correcta, incorrecta o subjetiva. Los únicos que podemos certificar su validez y si procede aprovecharla somos nosotros. Nuestra música, el lenguaje musical que vamos desarrollando necesita de una formación. No todos los “maestros” se encuentran en la escuela ni todas las lecciones están en los libros.
No debería terminar este artículo sin incluir algo tan obvio como que hay gente de la que no te puedes fiar. Personas envidiosas, criticonas o a las que simplemente les gusta demostrar que saben más que nadie (sea esto cierto o no). Es obvio, pero a muchos (quizá a todos si nos pillan en un mal momento) esta gente les puede poner la zancadilla.
Cuando uno consigue escuchar críticas sin que le afecten entonces adquiere la valentía y la seguridad para que esa obra, esa interpretación, etc, que acabamos de crear y que es buena, ¡sabemos que es buena! (sabemos que es buena porque hemos aprendido, observando desde dentro y desde fuera, a saber cuando no es buena) podamos defenderla con uñas, dientes y lo que haga falta.
“Lo que haga falta” a veces es toda una carrera profesional.
Juan Ramos