Las Vegas y regreso a España
[Viene de Red Bull Studios y Guitar Center] Retomamos la historia a la salida del centro comercial para llegar a Las Vegas. Como comentaba, entre unas cosas y otras, acabamos saliendo más tarde de lo previsto, y se nos echó la noche encima al poco de salir. Una pena, porque parece ser que el desierto de Mojave es algo digno de verse.
El viaje consistió en varias horas en coche recorriendo carreteras con rectas de decenas de kilómetros. No hay imágenes de esto porque de noche, con poca luz y en movimiento, no hay foto que salga decentemente. De todas formas, no hubo nada destacable salvo un rato en que me puse a contar chistes malos (destacablemente malos).
Así, sin percances, llegamos a Las Vegas, la Ciudad del Pecado (o más bien de los excesos). Según nos aproximamos, a lo lejos se van viendo las luces de los hoteles y casinos. Al llegar, la impresión que me da es la de que es todo mucho más excesivo aún: kilómetros y kilómetros de hoteles y casinos abiertos las 24 horas del día, luces, pantallas, réplicas de monumentos, una pirámide, un castillo, y hasta un barco pirata...
Llegamos al Tropicana para pasar al final una sola noche, porque los planes han cambiado ligeramente: como la siguiente noche tenemos que estar en el aeropuerto a las 5 de la mañana para el vuelo a Nueva York, deciden que lo mejor es cancelar la reserva del segundo día, dejar las maletas en el guardarropa del hotel o la consigna del aeropuerto, y estar de juerga hasta la hora de ir al aeropuerto. Me surgen dudas por el tema de la paliza que vamos a llevar a cuestas y porque no sabemos hasta qué punto se van a poder dejar todas las maletas que llevamos. Bueno, ya veremos cómo se resuelve el asunto cuando llegue el momento.
Nada más entrar en el Tropicana, nos encontramos con un montón de hileras de tragaperras y mesas de juego.
Nos asignan las habitaciones, aunque hay un problema: ya no les quedan habitaciones con dos camas, así que nos dan dos habitaciones con una cama de matrimonio y un sofá cama. Esta vez me toca compartir habitación con Xavi, así que vamos para la habitación, y comprobamos que el sofá cama es lo peor de lo peor. Le digo a Xavi que podemos compartir cama mientras guarde las distancias :-), pero dice que no pasa nada, que echa el colchón al suelo y duerme ahí. A ver si luego a la vuelta piensa lo mismo.
Cenamos en un restaurante dentro del propio hotel (el hotel es enorme), y salimos a tomar algo y ver casinos. Nos pegamos unos buenos paseos. La ventaja es que muchos hoteles están interconectados, por lo que no es necesario en muchos casos salir al exterior para ir de uno a otro.
Al cabo de un buen rato y unas cervezas, yo estoy ya cansado. El extremo opuesto es Xavi, que desde que hemos llegado a Las Vegas está como un niño con juguetes nuevos. Se nota que le encanta, no acusa el cansancio. Llegado un momento, Darwin y yo decidimos tirar para el hotel, porque ya es tarde, llevamos un día largo a cuestas, y a las 11 de la mañana hay que haber dejado la habitación. Xavi y Lluís siguen un rato más.
Al meterme en la cama, me pongo en un lado, y creo que me duermo antes de llegar a tocar la almohada con la cabeza. Cuando me despierto, resulta que Xavi no ha dormido en la cama, sino en el colchón.
Duchita rápida, despierto al compañero de habitación, empaquetamos el equipaje, y llamamos internamente a la habitación de Lluís y Darwin. Sale una americana con voz de dormida que no sabe de qué le hablo. “Mierda, no recuerdo en qué habitación están”. Decidimos esperarles fuera. Pasan 10 minutos. Xavi los llama, pero el móvil está apagado. 30 minutos, y nada. Cuando ya hace casi una hora, decido probar suerte y llamar a las puertas por la zona por la que estaban (al lado opuesto que nosotros a través del pasillo que atravesaba nuestra planta). Por suerte, al segundo intento me abre Lluís, con cara de haberse despertado cuando he golpeado la puerta. Unos minutos más tarde ya están listos fuera, y vamos a entregar las llaves.
En recepción preguntamos por el guardarropa para dejar las maletas y por cómo hay que hacer, pero el que nos atiende duda que se puedan dejar fácilmente tantas maletas y hasta una hora tan rara (las 4 de la mañana), aunque dice que con suficientes propinas (al entregarlas y al recogerlas), todo es negociable. Optamos por llevar el equipaje con nosotros mientras vamos a ver la presa Hoover y mirar luego a ver si se pueden dejar en consigna del aeropuerto, así que salimos para la presa. Allí, por la cantidad de gente que la visita y los controles de seguridad, tardamos un rato.
Al llegar vemos un puente enorme con un solo ojo que están construyendo de lado a lado del cañón.
Llegamos a la presa, y la verdad es que es muy grande...
Cruzando por la presa al otro lado del cañón pasamos del estado de Nevada al de Arizona. Creo que las torres de cada lado son de un estado, pero no me hagáis demasiado caso.
Aquí podemos ver uno de los desagües más grandes del mundo. Daba miedo imaginar qué puede pasar si te traga ese agujero:
Y tras cruzar y estar un rato asomados y pasando por donde no debíamos, unas últimas miradas...
... y de vuelta a Las Vegas. El paisaje es bonito, aunque poco variado:
Ya en Las Vegas, paramos en otro centro comercial enorme, donde me contengo y sólo compro una maleta, aunque mis compañeros encuentran cosas de Nike a muy buen precio. Yo considero que ya he comprado todo lo que tenía que comprar.
Lluís nos tiene que dejar porque tiene que volver a Los Angeles a una reunión, pero antes aún lo explotamos un poco más de chófer. Vamos al aeropuerto y allí dicen que no se pueden hacer cargo de nuestro equipaje, así que al final optan por coger una habitación de hotel para dejar las cosas y para que si alguno se cansa, pueda echarse un rato. Encuentran sitio en el Stratosphere, y vamos allá a dejar las cosas.
Ya es la hora de salir, así que cenamos unos perritos calientes y vamos a ver con calma lo que ofrecen los hoteles. Vemos la representación del barco pirata del Treasure Island, vemos dos espectáculos distintos de las fuentes del Bellagio (impresionantes, de verdad), paseamos por el hotel Paris, por el Bellagio, por el New York-New York... pero estamos cansados, así que a eso de medianoche nos vamos de vuelta al Stratosphere, donde dormimos un rato, y nos vamos al aeropuerto a las 4. Allí pasamos los controles, esperamos hasta que nos embarcan, y la mayor parte del viaje a Nueva York la hago durmiendo.
De vuelta a España
Llegamos a Nueva York, y al salir del avión preguntamos dónde hay que pedir el upgrade de clase turista a Business. Nos dicen que en el mostrador de embarque, cuando vayamos a entrar. Yo después de lo que comentaban de la ida desde Barcelona, estaba deseando ver cómo era esto. Tras estar esperando y ver que nuestros nombres estaban en la lista de upgrades propuestos, en una pantalla del propio mostrador, por fin llega la hora de embarcar y nos pasan a Business. A Darwin y Xavi los sientan juntos, y yo voy un asiento por delante.
Buenooo, todo lo que os diga es poco. Toda persona que haya viajado alguna vez en turista, sobre todo si ha sido en plan low-cost, tendría que probar al menos una vez esta experiencia.
Me siento, y nos reparten unos estuches donde hay un antifaz para que no moleste la luz, unos calcetines para ponerte sobre los tuyos, crema hidratante, y dos o tres cosillas más. Cada asiento lleva delante un reproductor multimedia personal con pantalla táctil, en el que se puede escoger lo que se quiere ver u oír de entre varios menús con distintas opciones. De cada género de cine hay varias películas de las recién salidas en DVD, que puedes pausar, echar para adelante, para atrás, escoger el idioma... Nos ofrecen unos auriculares con reducción de ruido, para que no moleste el ruido del avión, y nos dan la carta del menú.
Hay carta de vinos, de champán, aparece el menú de cena, en el que se puede escoger el plato principal de entre 4 distintos, te cuentan en qué consiste el desayuno, y hay una variedad de bebidas con y sin alcohol que se pueden pedir en cualquier momento.
A mi lado se sienta una mujer que tiene aspecto de estar acostumbrada a viajar en business. Creo que tuvo que flipar conmigo: venga a darle a los botones para cambiar la posición del asiento, subir, bajar, reclinar el asiento, ponerlo recto... Con la cantidad de espacio que hay entre un asiento y el de delante, se puede poner uno prácticamente tumbado. Increíble. Por cierto, que la manta que te ponen no tiene nada que ver con esa endeble típica, sino que es una especie de edredoncillo calentito y muy cómodo.
El servicio del personal de cabina, muy atento: pulsabas el botón y en segundos te atendían y te traían lo que pidieras. Si querías, incluso te colgaban el abrigo en un armario y te lo devolvían a la salida.
Comienza el vuelo. Mientras por un lado van preguntando qué plato principal quieres, por otro te preguntan si quieres que te despierten para servirte el desayuno. Empiezan a servir la comida, y está todo bastante bueno (lo único que no pruebo es un entrante de marisco, porque no me gusta). Acompaño la comida con un tinto de Toro muy rico. Llegan los postres, y pido un helado con caramelo caliente, nata y nueces picadas. Estoy hasta arriba. Esto es vida. Una vez he cenado, sigo viendo las películas, y cuando me quiero dar cuenta, empiezan a servir los desayunos.
Se me ha pasado el viaje en nada. Sabiendo que en un avión se puede ir así de bien, me va a costar mucho volverme a acostumbrar a volar en turista de nuevo, con las rodillas dando en el asiento de delante y sin sitio para poner los brazos.
Aterrizamos, y nos dan prioridad de salida a los de clase business: hasta que no ha salido el último de business, no sale el primero de turista. Lamentablemente, el asunto de las maletas es distinto, ahí salen cuando caen, sin privilegios. Para variar, la mía sale de las últimas (creo que fue la penúltima).
Tras despedirme de Xavi y de Darwin, busco el mostrador de venta de Vueling para intentar adelantar la vuelta a Madrid, ya que la había cogido bastante tarde por si acaso había retrasos, pero al vuelo de las 9:30 no llego, así que me tengo que esperar hasta las 2 de la tarde. Más de 4 horas dando vueltas, cansado (en el vuelo desde NY no dormí, que estas cosas no pasan a menudo y hay que disfrutarlas), y sin poder soltar el equipaje hasta las 12. Por suerte, en este viaje “sólo” se retrasan media hora.
Cuando por fin llego a casa en Madrid son casi las 5 de la tarde, y no soy persona de lo cansado que estoy. Ahora sí, que me quiten lo bailao ;-)
Epílogo
Espero que esto que os he contado haya podido reflejar aunque sólo sea una pequeña parte de lo que ha sido esta experiencia, y que os haya puesto los dientes lo suficientemente largos como para no dejar de participar en futuras ediciones del Go To The West.
Sólo me queda agradecer a Xavi, Lluís y Darwin el haber hecho esto posible, y animarlos para que sigan “maquinando” propuestas de este tipo.
Un abrazo a todos.
Miguel (initialvalue)