Crónicas del Sónar 2016 (parte II)
Escapando del Sónar de día del viernes nos dirigimos a comer algo lejos de los excesivos precios y el bullicio que hay en los alrededores del festival, y de paso relajarnos un poco para lo que acontecía después: el mítico Jean-Michel Jarre pisaba el Sónar de noche para defender sus últimos trabajos discográficos aparecidos entre este año y el anterior, y de paso estrenar su nueva gira y puesta en escena. ¿Qué nos íbamos a encontrar? En la entrevista que se le hizo en público en Sónar+D, ante la pregunta de cuál había sido hasta la fecha su mejor directo –el de Houston de 1986 probablemente estaba en la cabeza de mucha gente–, apostó por invitar a su show de esa misma noche. Parece que a sus 67 años al astro francés le quedan todavía ganas de desafiarse.
El show de Jarre tuvo una puesta en escena bastante espectacular, en el centro y en lo alto Jarre rodeado por bastante cacharrería: un Roland JD-XA, un Moog Modular, controladores de percusión, un controlador Emulator –con el que tampoco es que hiciera mucho–, guitarra y hasta un iPad con el que tuvo un momento WTF! en la recta final del directo en el que nadie entendía qué hacía con el aparato. Estaba flanqueado por dos músicos de apoyo que se encargaban de percusión, teclados y cualquier otra cosa que no le interesara tocar a Jarre, y rodeado por 3 cortinas móviles gigantes de leds dispuestas a diferentes distancias para crear sensación de profundidad y que se iban ubicando de diferentes maneras durante el show, ya fuera para dar ambientación colorista, mostrar simples geometrías de colores o imágenes de vídeo en movimiento. Y láser, mucho láser, láser a punta pala, bien de láser, láser hasta para curar la miopía. A lo largo de la hora y media de la que dispuso en el escenario principal Sónar Club consiguió amasar una cantidad de gente bastante considerable a la que deleitó con sobre todo temas de sus dos últimos trabajos, y a pesar de no contar con voces de Peaches o Pet Shop Boys no se cortó un pelo en soltarlas grabadas. Cuando interpretó "Exit" se encerró tras los LEDs para ponernos a Snowden en tamaño gigante y enviarnos ése mensaje de preocupación en el que relaciona la pérdida de privacidad en la red con la pérdida de libertad de expresión. Hubo momentos de sonido de club que pusieron a la gente a bailar como loca, pero la ampulosidad y fanfarria de Jarre tendía a romper inadecuadamente esos momentos climáticos para soltar su trabajada parafernalia melódica. Jarre acepta los sonidos modernos, pero quizá no termina de entender los contextos en los que los más jóvenes los disfrutan, que son los que a fin de cuentas van a estos festivales. Se reivindicó con alguno de sus clásicos, y sacó el arpa láser para tocar The Time Machine y se despidió a continuación con Stardust, no sin antes decirle al público que llevaba mucho esperando una noche como esta.
Tras la descarga del francés, Kode9 que ya había estado por la tarde haciendo una performance en el Sónar de día con Lawrence Lek, salió a tratar de mantener la pista caliente, pero el capo de Hyperdub y uno de los responsables de la difusión del dubstep lo tenía complicado con las apuestas seguras que había en otras pistas del recinto, así que más que público tuvo gente de paso frente a él. Tuve el tiempo justo de ver un poco del directo de Anohni, y aunque parsimonioso y quizá incluso tedioso para el tipo de público que tenía delante –que seguramente estaban a la espera de shows más bailongos– la voz de la otrora Antony Hegarty sencillamente me cautivó como siempre y resultó ser auténtica miel para mis oídos. Entre tanto alarido electrónico en el Sónar, un poco de Anohni es como un Oasis de agua y viento fresco. Bueno, eso y que verlo desde la zona VIP sentado y con una copa ayuda bastante. Las visuales que se proyectaban para poner rostro de mujer a las temáticas de interés social sobre las que hablan sus canciones restando protagonismo a su propia imagen cubierta de negro polarizó opiniones, a mi personalmente me pareció un acierto acojonante.
El Sonar Car este año sufría un cambio importante, el escenario relegaba los coches de choque a la parte trasera del Sónar Lab –aunque dejaba de recuerdo un par de cochecitos junto a la cabina del DJ– y se convertía en un escenario redondo acortinado con un soundsystem Funktion One por todo el ruedo bastante potente –si te acercabas a la cabina te podía doler la cara de la piña que metía– y con un DJ cada noche que pincharía 7 horas. Sí, recuerda un poco a “Despacio”, el proyecto de discoteca errante de 2manyDJs y James Murphy, pero sonaba mucho peor a pesar de que sonara más potente, y era más masivo. El primer día estuvo Four Tet en el maratón de 7 horas, que obviamente no me tragué entero, si no que cada vez que pasaba por allí entraba un rato a ver cómo progresaba la noche. Kieran se marcó una sesión en la que a pesar de que predominaron los ritmos bailables no faltaron momentos de eclecticismo, y supo llevar un ritmo progresivo en intensidad a lo largo de la noche. Por cierto, envidia sana del mixer analógico DJR-400 de tipo rotary y fabricado a mano que llevaba para pinchar.
Red Axes estuvieron bastante entretenidos en el Sónar Pub y fueron una buena antesala de lo que venía después. Sinceramente no esperaba nada de ellos, pero su fusión incodicional de ritmos electrónicos con casi cualquier otra cosa resultó bailable y con bastante más profundidad, recorrido y personalidad que la de otros muchos DJs y productores que sólo son the copy of the copy. Pasan a engrosar mi lista de interés general.
A continuación Flume fue otro de los platos fuertes de la noche, y vaya si fue fuerte. Abarrotó la pista Sónar Pub con un show de sus trabajos disparado con Ableton Live y un APC-40 mediante y un gran controlador de percusión al que se entretenía machacando en los momentos climáticos. El joven australiano que venía a presentar su segundo largo “Skin”, entusiasmó canción tras canción a un público que no dejaba de saltar y abrazarse al escuchar los primeros compases de cada canción y que quedaban estupefactos ante su show audiovisual de proyecciones multipantalla, su montaje geométrico de iluminación y la forma tan acertada que tuvo de llevar el pulso de toda la actuación de future bass con muchos toques pop que desarrolló. El cierre de la actuación con el remix de “You & Me” que hizo para Disclosure y que formó parte de la conocida campaña de Lacoste volvió loca a la audiencia. Sencillamente de 10.
Tras un breve descanso escuchando algo de refinado house con Kerry Chandler y perder y recuperar la tapa del objetivo de la cámara, me aventuré de nuevo al escenario Sónar Club para ver que tenía preparado uno de los DJs de techno más mediáticos actualmente: Richie Hawtin. Su poder de convocatoria era patente a la vista de la cantidad de gente que le esperaba como si de una banda de heavy en los 80 se tratara, no dejo de maravillarme cómo la música electrónica ha tomado tanta relevancia actualmente gracias a figuras como la de Hawtin; por mucho que se le acuse desde el talibanismo ácido y cargado de envidia malsana de haber abandonado el “andergraun” y de pensar sólo en grande para nadar en dinero, pienso que hay mucho más que agradecer a gente como Hawtin antes que recriminar nada; por mi parte su karma puede estar en paz. Su sesión, como ya describí en otro artículo, estuvo cargada de protagonismo para la música, en la que mezclaba, diseccionaba y recomponía los temas con matemática precisión y sin traicionar los esquemas del techno. Un non-stop de contextos oscuros y opresivos, a la par que bailables y trascendentales, que quizá sólo se rompieron en la recta final donde comenzó a repetir en exceso algunas fórmulas –te pasas con los redobles, Rich–. Con todo, si este es el Hawtin que deja Ibiza para arribar a nuevas costas, pese a no reinventar nada, lleva consigo un legado de techno elegante y accesible con el que atraque donde atraque su nave, dará lecciones muy útiles a aquellos que quieran escucharlas con ganas de aprender.
La pista quedó después a cargo de los Martínez Brothers, que venían con menos intensidad pero con muchos sonidos tribales, bien empastados y seleccionados para mantener el calor de la pista mientras la gente esperaba que la lluvia parase un poco para salir a cazar taxis como si de unicornios se tratara.
Sábado pasado por agua
Si el viernes por la noche nos visitó el agua en el Sónar, el sábado se quedó buena parte del día. A pesar de ello, Ison supo poner una buena banda sonora a los inicios de los chubascos en la pista del Village el último día del Sónar. El musicólogo griego se centró en una buena selección de música de club, deep y electrónica con toques ambientales para amenizar los cielos nublados, y a pesar de algún corte extraño –¿meteduras de pata o deformación profesional de locutor de radio que da paso a la publicidad?– supo tener a la gente bien entretenida.
Tras Ison, lo que para mi fue una de las apuestas diferentes del sónar: Badbadnotgood. El cuarteto de jazz moderno y funk con toques de sintetizador, puso el toque perfecto a un chaparrón de verano y supieron mantener a un buen grupo de incondicionales frente al escenario a pesar del agua. Su jazz colorista comenzó relajado y fue animándose progresivamente –con ciertos altibajos para mantener el pulso– conforme avanzaba la actuación, y me hizo recordar los tiempos en que me ponía a Miles Davis para estudiar leyes. El toque perfecto para la tarde.
Pero no todo iba a ser la tranquilidad del jazz. A las cinco comenzaba uno de los eventos más esperados, Alva Noto. El alemán venía por partida doble al Sónar dentro del showcase de su sello raster-noton, y levantó una enorme expectación que causó una enorme cola para acceder al recinto Complex; hubo gente que se quedó fuera bastante airada, quizá el escenario Hall de mayor capacidad hubiera sido más adecuado para la actuación. La actuación de Noto fue sencillamente demoledora, si lo de la noche anterior con Hawtin fue techno para masas, lo de Noto fue techno de raíz para entendidos. Nada de los ambientalismos y la contemplación que dejó caer con Sakamoto en la banda sonora de The Revenant, NADA. Su potente descarga sonora plagada de bombos analógicos al límite acompañados de pads asperos, sonidos lacerantes y voces sintéticas te aplastaban contra la butaca, y sus visuales flasheantes y aceleradas te hacían correr el riesgo de morir en el acto si eras epiléptico. Abrumador el show, y abrumador que improvisara un bis con el que se llevó una gran ovación.
Un poco después Noto volvía a subir al escenario, pero esta vez con Ryoji Ikeda bajo la formación Cyclo. En este show por cierto me advirtieron que no se permitía el uso de cámaras profesionales y que debían permanecer guardadas. Y no era de extrañar, lo que Cyclo iba a presentar sólo tenía realmente sentido en directo. Ikeda y Noto permanecían de pie, casi totalmente estáticos frente a sus ordenadores mientras iban lanzando los sonidos techno que procedían de algoritmos que se representaban gráficamente en la pantalla de detrás. Comenzaron con sonidos sencillos que iban modulando poco a poco, hasta empezar a crear repeticiones, ritmos muy básicos… hasta que empezaron a lanzar una áspera tormento de techno representado matemáticamente detrás de ellos en tiempo real. La fuerza y la crudeza del sonido y la imagen contrastaba con el inmovilismo de Ikeda y Noto, que parecían dos científicos observando un fenómeno astrofísico. Al acabar el show, ambos se dieron la vuelta a la vez y salieron caminando al mismo paso mientras la gente rompió a aplaudir. Soberbio.
Tras cosas tan serias tocaba reponer fuerzas en el Village mientras escuchábamos la fiesta del trap que los muchachos de Section Boyz tenían montada en el escenario, y digo fiesta porque en ese escenario no paraba de entrar y salir gente y hacerse selfies mientras desparramaban algo de flow. El macarreo del sur de Londres en estado puro para Barcelona. El escenario quedaba vacío a las 21:00 para un trío de DJs a los que tenía ganas de ver en acción: Busy P, Boston Buny y Para One, bajo el nombre de Ed Banger House Party. El sello francés ponía a su capo Busy P –Pedro Winter en el pasaporte, antiguo manager de Daft Punk y Justice– y a dos de sus mejores colegas a amenizar el final del Sónar de día, o más bien a revolucionar: electrofunk housero, disco acelerado, french touch… toda una fiesta en la que la gracia estuvo en una excelente selección muy muy pistera y en unos cambios de ritmo que subían la temperatura de la audiencia.
Desde allí literalmente volamos para no perdernos otro de los momentos “nostalgia” que prepara Sónar cada año, el concierto de New Order en el Sónar de noche. Personalmente reconozco que nunca he sido muy fan de New Order, y en mi cabeza siempre han sido “lo de después de Joy Division”, aunque alguna de sus canciones me ha hecho tilín. Y las cosas no cambiaron tras el directo, el señor Bernard Summer ha sido duramente castigado por el paso de los años, y ni su aspecto ni su ejecución escénica parecen ya la de una estrella del pop: estuve cerca de la primera fila, y tengo la sensación de que el hombre en algunos momentos no podía con su alma. Aunque de cara al final de la actuación su voz parecía algo más caliente y se le iba menos, destrozó la afinación de algunas canciones, como por ejemplo en “Bizarre Love Triangle”. El resto de la banda sonaba aceptablemente, con partes electrónicas de sonido “actualizado” y visuales de fondo bastante entretenidas. Para el final hicieron un “falso bis”, se retiraron antes de tiempo pero estaba totalmente planeado volver para tocar “Blue Monday” y “Love will tear us apart” –menos mal–. A pesar de mi disconformidad con la actuación, reconozco que la audiencia quedó ampliamente complacida por el show a tenor de los aplausos y la alegría en las caras, lo cual a fin de cuentas es lo que cuenta. Yo solo pasaba por allí.
Tratando de aprovechar las últimas horas de Sónar y ya con muchísimo cansancio a las espaldas –literalmente–, nos pasamos a ver qué tal iba esa noche el Sónar Car, con nada menos que ¡Laurent Garnier! a los mandos del renovado escenario ahora circular. Nuevamente era sólo un DJ el que ocupaba durante 7 horas la cabina, y de hecho este concepto para el Sónar había sido del propio Garnier, así que el hombre estaba viviendo su experimento en sus propias carnes. En esta ocasión la pista estaba muchísimo más masificada que el día anterior, la atracción que generaba Garnier fue claramente más alta y su estilo también fue distinto, las veces que me pasé estaba desarrollando un house atemporal ideal para bailar, en el punto justo de revoluciones y dejando los temas sonar sin quitarles importancia. Me consta que algunos aguantaron toda la noche en la pista de Garnier y salieron más encantados que si hubieran podido atender a todas las actuaciones del Sónar.
Kaytranada nos ambientó en el Sónar Pub con una buena mezcla de sonidos negros y urbanos muy bailables, demostrando igual que demostró el día anterior Flume, que la juventud no tiene por qué estar reñida con la calidad y la cultura musical si te tomas las cosas en serio. Bueno, y si eres un mostruo. Pegadizo como el sólo, Kaytranada pasa a ser uno de los beatmakers a tener en cuenta y al que seguro vamos a ver siempre como colaborador de otras muchas estrellas.
Con las fuerzas casi agotadas nos tomamos la última disfrutando del directo de Booka Shade; que sí, que hicieron un verdadero directo de música de club ellos dos solitos, rodeados de percusión, mixers, ordenadores, controladores… y mucho arte. Desgranaron manejando muy bien los tiempos sus éxitos –”Body language” se llevó una buena ovación– y estrenaron su puesta en escena, con una iluminación muy currada y unas visuales abstractas que acompañan muy bien la música. Y después quedaba… quedaba mucho Sónar, pero algunos aunque tratamos de cuidarnos ya no tenemos la espalda para pasarnos tres días de pie sin parar de festivalear, grabando vídeos, tirando fotos, preguntando cosas… me dolió en el alma perderme a Fat Boy Slim, pero más me habría dolido la paliza del fisio por haberme quedado a su mini-rave. ¡Nos vemos el año que viene con más Sónar!