El difícil equilibrio entre arquitectura y sonido
¿Es un auditorio un lugar apropiado para hacer un concierto amplificado eléctricamente? Si buscamos la definción de “auditorio” en la RAE, en su segunda definición lo define como “sala destinada a conciertos, recitales, conferencias, coloquios, lecturas públicas, etc.”, por lo que sí, podría ser un lugar perfecto… o no. Ya sabemos que la mayoría de veces no es así. En los años previos al estallido de la burbuja inmobiliaria, un gran número de ayuntamientos tuvo la oportunidad de construir su propio auditorio, invirtiendo en la mayoría de veces más dinero del necesario. En municipios donde apenas había un teatro para un centenar de personas, se construyeron mastodónticos edificios para el doble de capacidad, acabados preciosos pero despilfarro absoluto. Si apenas llenaban el antiguo espacio un par de veces al año, con los nuevos edificios el reto es tremendamente mayor. Peor aún, lo habitual era que tras pagar los mármoles de travertino, los suelos de caoba y los asientos ergonómicos, la inversión en equipamiento técnico no se ajustara a las necesidades reales.
Amén de ello, el siguiente paso (que tendría que haber sido el primero), emplazaba al departamento de cultura correspondiente “rellenar” los días con programación, dándose cuenta rápidamente que aquellos edificios diseñados para una “perfecta” acústica natural, resultaban tediosos a la hora de amplificar eléctricamente, a la vez que se daban cuenta que lo “sinfónico” era tremendamente más caro que lo “eléctrico” en todos los conceptos posibles. Al final, muchos ayuntamientos tienen esos bonitos edificios de acústica perfecta (o dudable) cuya funcionalidad sólo es rentable cuando no se ajusta la programación a lo pedido al arquitecto de turno. Además, durante el proceso de diseño de los espacios, no se tuvieron en cuenta otros aspectos tremendamente necesarios a la hora de realizar este tipo de trabajos: los procesos de carga y descarga, muelles, puntos para anclar en el techo, controles (FOH) en su posición (no en el cuarto piso detrás de mamparas de cristal), etc.
Tras la brutal crisis que hemos padecido y el sangriento recorte en políticas culturales que han ejercido absolutamente todos los gobiernos (locales, autonómicos y nacionales) de este país, sea por el motivo que sea, han radicalizado todavía más esta situación. Ahora todo es posible, en cualquier lugar y situación. Como las empresas de alquiler necesitan facturar (es su cometido), acabas realizando trabajos de “pena” justamente por esa necesidad de “tener que hacer algo”, en espacios que necesitan de manera imperante un ciclo constante de facturación (aunque sea negativa). Así funciona la política. El caso es que al final llegas al absurdo y pocos son conscientes que el resultado de lo que hoy conseguimos son las bases del futuro cultural de nuestra sociedad.
Cuando terminas utilizando un auditorio como un espacio “para todo” (aunque también podríamos hablar de un teatro u otras salas) y lo haces bajo unas condiciones técnicas paupérrimas, es evidente que el resultado es entre regular, malo y nefasto. Solucionar la acústica de un auditorio cuando se impone la belleza estética, el mantenimiento del patrimonio o el simple aspecto visual anteponiéndose al simple ejercicio de acusticación y sonorización, el resultado será a lo sumo mediocre. Y eso ejerce educación al público que, insistiendo una y otra vez, termina aceptando lo “mediocre” como “bueno” o a veces “excelente” simplemente por el marco donde se ejerce (como puede ser el caso del Palau de la Música de Barcelona). Que un departamento cultural tenga como objetivo la “culturización” de la sociedad en base a lo comentado es un ejercicio totalmente desafortunado a sus propios objetivos. Un oxímoron en toda regla.
Siguiendo este eje, también es desdeñable el mal uso que se hace de ciertos recintos en aras de la culturización social: pabellones, naves industriales y otras memeces arquitectónicas donde, esta vez sí, la música no ha entrado nunca en su plan de usos habitual. Todos los pueblos tienen un pabellón de deportes que, de vez en cuando, se utiliza como espacio musical; aunque no conozco absolutamente ninguno que utilice su auditorio para hacer deporte. Normalmente se recurre a estos espacios no con la excusa meteorológica sino, simplemente, por el beneficio económico que supone encerrar a la audiencia y cobrarles entrada. La excusa es el aprovechamiento de espacios públicos, aunque es tremendamente criticable teniendo en cuenta el evidente despilfarro económico que ha supuesto la proliferación de auditorios, teatros y pabellones deportidos en la inmensa mayoría de municipios de este país.
Dicho de otra manera: ¿no hubiera sido más coherente, eficaz, seguro y rentable, además, construir espacios dedicados únicamente al goce musical amplificado? Al hacer esta pregunta (de la que no esperas respuesta) hay quien dice que entonces lo que estoy pidiendo es aumentar todavía más el despilfarro económico, dando por sentado que también acabaría siendo un espacio demasiado bonito, algo inútil e ineficaz a corto plazo. Evidentemente, antes de todo ello debería existir cierta “culturización” de quien “culturiza”, es decir, profesionalizar a aquéllos que tienen como objetivo la democratización de la cultura para, por fin, actuar de manera correcta. Considero que la construcción de espacios musicales “modernos” de carácter público puede convivir perfectamente en una sociedad habituada a mantener otro tipo de edificios nada rentables, pero esta vez, equilibrando de manera efectiva la balanza entre el coste que supone mantener estructuras públicas ineficientes y la de construir y diseñar espacios dedicados pero eficientes en todos los aspectos.
La experiencia nos ha demostrado que la construcción y diseño de un espacio para conciertos amplificados, incluyendo la consecución exitosa de todos los procesos añadidos (desde el proceso de carga y descarga, acceso de servicios, zonas de parking para el público asistente, insonorización para con los vecinos -si los hay-, seguridad para todo el mundo, etc.), es algo no sólo posible y necesario, sino totalmente asequible vista la nula necesidad de tener que invertir en lo que realmente encarece los otros edificios: no hace falta mármol de travertino, ni lámparas de cristal colgante, ni suelos de caoba o asientos ergonómicos. Y, por favor, cuando eso ocurra deberíamos potenciar otra de las figuras necesarias en nuestro sector: el arquitecto acústico.