Jugando con la psicoacústica (y IV): volumen y presión
Cierro estos artículos sobre la psicoacústica con este sobre volumen y presión, que no es más que un resumen de todo lo contado hasta ahora. Con los tres anteriores he intentado aportar algo en el intento de mejora de nuestras mezclas. Si los recuperamos y los tenemos vivos en la memoria, nos habremos dado cuenta de que siempre terminamos en un mismo punto: nuestro cerebro. Hay dos aspectos críticos a tener en cuenta en él: la memoria acústica y la fatiga auditiva. No sólo eso, sino que ambos aspectos se ven tremendamente modificados mientras el tiempo discurre y que, para evitar sorpresas desagradables (en forma de traición), debemos “resetearlos” más a menudo de lo que hacemos.
Con las curvas de Fletcher-Munson vimos que nuestra capacidad de escucha no sólo no era lineal, sino que era distinta en función del nivel de presión sonora. En el plano horizontal nos dimos cuenta de que, utilizando la memoria acústica (de manera consciente o inconsciente), podíamos escuchar o no sonidos emitidos. Que en cada caso, un exceso o deceso de valores hacía trabajar nuestro cerebro en la búsqueda del sonido perfecto (aunque ‘perfecto’ depende del nivel cultural de cada uno de nosotros, que es otro tema).
La fatiga es nuestro peor enemigo. Hablar de volumen o de presión sonora es hablar de la capacidad del técnico de PA de conseguir que el público se canse antes o un poquito más tarde. El éxito es que el técnico tenga presente siempre ese momento, y el reto (normalmente imposible de conseguir) es que uno no llegue a un nivel de fatiga determinado donde lo único que llegas a hacer es aumentar desastrosamente el volumen.
Todo lo anterior también estoy seguro que muchos lo hemos padecido. Recordad esos momentos en que habéis sido asistentes de mesa. Empieza un concierto y al técnico de turno le dejáis un par de temas para que pula su mezcla. En el tercer tema ya tenemos la licencia para, digamos, criticar constructivamente la mezcla y, ¡qué bien!, reconocemos que está haciendo un buen trabajo. Al sexto o séptimo, ya que llevamos horas trabajando y todo funciona como debería, nos tomamos la libertad de ir a backstage o a la barra más cercana para tomar un pequeño refrigerio, ir al baño o estirar las piernas. Volvemos a control un par de temas después, y esa crítica constructiva que le habíamos otorgado se vuelve negativa de golpe y porrazo. Revisamos el nivel de volumen del equipo y nos damos cuenta que ha subido la mezcla apenas 3 o 6 dB (o una barrita más de los LEDs del máster). Miras al técnico y le preguntas si todo está ok y él te dice que sí, que perfecto… todavía esboza esa sonrisa que le regalaste justo antes de ir al bar y decirle que sonaba bien. ¿Qué está pasando? ¿Le digo que ahora suena como el culo? ¿O he sido yo que he cambiado de golpe mis estándares de audición?
Para las dos últimas preguntas la respuesta es la misma. Sí, ahora ha empezado a sonar peor y sí: tú has cambiado —mejorado— tus estándares de audición. Sin querer has realizado un reseteo acústico mental bastante más profundo de lo que esperabas: aunque hayas ido a por tu agua fresca con una oreja pendiente de la PA, en realidad has pensado en el agua, en conseguir que tus piernas te dirigieran correctamente a un lugar sorteando un numeroso público ajeno a tus necesidades, abrir la nevera, mirar a tus compañeros y saludarlos: te habrás relajado algo de todo tu proceso y, poco a poco, la parte de tu cerebro que se dedicaba a restituir sonidos ha descansado lo suficiente. No así con el técnico de PA que sigue tras la mesa: seguramente sea la persona que en ese momento más “pensaba” en el sonido, en sus elementos, en sus características. Seguía pensando y pensando obligándose a procesar cantidad de datos de manera majestual, pero cansándose cada vez más y más. Si lleva un par de cervezas encima, imagínate. Si existiera una escala de “cansancio mental”, mientras que el técnico de PA ya estaría cerca del 10 (que sería el máximo), al volver a control tu valor habría descendido hasta un 4 o 5. Esa diferencia hace que, sin duda alguna, tu escuches cosas que él ya ni puede escuchar, ni tan siquiera oir. Hace que tú puedas resolver más rápida y naturalmente decisiones que el compañero que está tocando faders no puede ni apreciar. ¿Qué debemos hacer? ¿Le decimos que suena mal? ¿Suena mal?
Desde un punto de vista objetivo, como asistentes de PA, si no existe peligro ni incidencias, no hace falta decir nada. Si queremos ayudar (que siempre está bien), podemos indicarle que, aunque no ha llegado a ningún punto crítico (seguramente estará muy cerca de él), ahora creemos que se le ha ido la pinza un poco con el nivel de volumen y que estaría bien que lo recuperase hacia la baja. Sé que es peligroso, porque muchos técnicos prefieren tener la más grande. Y al revés igual: si somos los técnicos de PA y nuestro asistente nos dice que “suena fuerte”, deberíamos recordar estas líneas y darle la razón.
El técnico de PA debería tener en cuenta estas propiedades psicoacústicas e intentar no llegar a este punto. Servidor, consciente de ello, no sólo intenta mantener la cabeza fría en cada momento (algo que a veces consigo, pero muchas otras no) y buscar que los sonidos se propaguen como quiero, sino que, instintivamente, cada dos o tres temas bajo los niveles de volumen, ni que sea un poquito y aunque crea que no es necesario. Es simplemente un truco, no una norma ni aún menos un proceso magistral.
Un pequeño inciso. No todos los grupos arrastran tanta gente como para que el control de sonido realmente esté en medio de platea. Aunque físicamente esté ahí, como técnico de grupo tienes que ser coherente y saber ver que esa noche la gente que realmente quiere escuchar el concierto apenas ocupa el espacio que hay entre el escenario y control (los que están más allá, si quieren ya se moverán). De hecho, la gran mayoría de veces sonorizarás una banda siendo el “último” del público, el último de la fila: si a control ya está fuerte, ¿cómo lo estará ahí delante?
Las herramientas de medición que hoy tenemos a nuestro alcance nos deberían ayudar a resolver este gran problema. Si a los dos o tres temas de empezar estamos contentos con lo que tenemos, basta con fijar un límite basado en puntos objetivos, como el nivel de presión sonora medido a control, a la par que observamos la respuesta del RTA o del espectrograma. Ellos no nos fallarán. Si ese es nuestro punto de referencia vale la pena mantenerlo, aunque a medio plazo creamos que “podríamos subir más el volumen”. Si aparece esta pregunta en un momento de nuestra mezcla, antes deberíamos dudar de esa necesidad y pensar si realmente lo que nos ocurre es que estamos “cansados”, fatigados. No sólo se sube el volumen moviendo físicamente un fader: la compresión afecta de la misma manera.
Subimos el nivel de volumen a medio repertorio porque creemos que tenemos una necesidad de buscar nuevos sonidos que nos den espectacularidad. Esa necesidad, en realidad, es un efecto (de hecho defecto) de una escucha a niveles altos de presión, donde nuestro sistema auditivo (junto con el proceso cerebral) se protege “comprimiendo” lo que escuchamos. Esta posibilidad de escuchar bien sonidos altos en volumen implica, negativamente, la pérdida de una escucha dinámica. Por eso, instintivamente queremos subir el nivel de volumen, ya que en cierto modo al “comprimir” la escucha hemos subido el nivel de suelo o threshold inferior (pensad en el símil, claro está). Pensamos que al subir, tendremos más dinámica. Y no es así, sino justo lo contrario: al subir más, nos protegeremos más, comprimiremos “mentalmente” más lo que escuchamos. Recordad qué sucede cuando a altos niveles de presión recibimos una ingente cantidad de energía de las altas frecuencias. Y si a todo esto le añadimos el procesado (también de compresión) que realiza nuestro equipo al acercarnos al límite establecido, obtendremos un sonido comprimido, inútil en dinámica y desequilibrado a más no querer.
Ante estas situaciones, entonces, lo único que podemos hacer es ir hacia abajo, hacer justamente lo contrario de lo que pensamos. De manera instintiva, al bajar el volumen, nuestro sistema de protección auditiva se relajará, dejará de comprimir y recuperará una dinámica de escucha mucho mejor. Por eso, las mejores mezclas se consiguen a niveles de presión sonora bajas pero también por eso nos es difícil distinguir si el nivel de presión sonora es el mismo en este caso o cuando está sonando Manowar (el grupo que ostenta el record Guiness de mayor presión sonora en un concierto). Las máquinas dirán que no, que en realidad es una presión muy diferente; pero nuestro cerebro agradecerá el primero de los casos, se fatigará menos y cuando volvamos a control con nuestra agua fresca seremos los primeros en reconocer que sí, que esa mezcla sonaba muy muy bien. Una verdadera lástima ver que una gran mayoría de técnicos prefieran el rojo al placentero verde con picos naranjas.