Los necesarios límites en el nivel de presión sonora (SPL)
Tengo la suerte de que una significativa parte de mi trabajo como técnico FOH lo realizo fuera de nuestras fronteras. Lejos ahora de querer valorar la dinámica de trabajo, la existencia real de un sector, etc., quiero centrarme en un aspecto importante que en nuestro país hemos denostrado de manera sistemática: los límites de SPL durante el concierto.
Cuando trabajas en nuestro país cada vez es más habitual encontrarte con el amigo CESVA. Por razones que no vienen a cuento, pero tremendamente similares a la actitud política de quienes nos gobiernan, el CESVA es más un sistema de represión que de ayuda a la convivencia. La mayoría hemos padecido sus efectos: a partir de un nivel de SPL dado a veces aleatoriamente se ejecuta sin precisión ni ternura el castigo pertinente: una reducción abismal de dB cuya recuperación suele venir dada por las mismas premisas absurdas que parecen justificarlo todo. Apenas un pequeño visualizador en la consola.
Fuera de nuestro entorno, el castigo se convierte en ayuda. He trabajado con bandas que “demandan” de un nivel de presión sonora alto (punk, rock). Como técnico de sonido que mezcla, parte del trabajo es conseguir una sensación de volumen a la par que mantenemos a raya las limitaciones de presión. Ya hace tiempo que, por el tipo de banda con la que más giro, los propios asistentes de PA suelen indicarme una y otra vez los valores de trabajo de cada espacio, por ejemplo: 103 dB A con un LAeq de 15 minutos o 98 dB A con un LAeq de 5 minutos. Lo bonito es cuando a medio concierto se tranquilizan, ya que normalmente consigo no sólo no superar esos límites sino mantener esa sensación de volumen a veces 2 o 3 dBs por debajo de lo permitido. Algo que, curiosamente, en nuestro país es tremendamente difícil de conseguir. ¿Y eso?
En muchos casos, y hablo de la Europa no española, no es sólo un valor de SPL dado y ya está, sino un elenco necesario e importante de datos: un histórico, un RTA, una buena calibración realizada y varios datos de trabajo todos ellos eficientes. Así, puedo saber en un momento dado mirando el histórico qué margen de dBs todavía tengo dentro del LAeq dado, la respuesta de mi mezcla para con la medición o algo tan simple como qué frecuencia es la que está imponiendo esos valores altos de SPL. En la mayoría de casos, por ejemplo, puedo ganar un par de dBs de presión apenas bajando un par de dBs una frecuencia dada. Sólo una.
Conseguir la sensación de volumen sin tener que recurrir a altos niveles de presión es más sencillo de lo que parece, aunque para ello necesitamos la complicidad de la propia música (en realidad, de los arreglos). Así, da más sensación de presión conseguir una mezcla donde todas las frecuencias audibles lleguen a un mismo nivel (y, si además, tenemos esa curva de la felicidad entonces ganamos en impresión subjetiva) que esas mezclas donde un rango muy estrecho de frecuencias, sobretodo entre 800 y 4.000 Hz (es decir, la zona donde más sensibles somos), consiguen altos niveles de volumen en comparación al resto, lo que aunque para un lado pueda mejorar la inteligibilidad, obliga a la distorsión o, en el normal de los casos, la ejecutoria típica de un CESVA típico: destrucción temporal.
Si somos capaces de mezclar una música manteniendo todas las frecuencias más o menos iguales en nivel de intensidad, nuestro sistema auditivo imperfecto (recordad Fletcher-Munson) ya se encargará de batir el reto de la inteligibilidad. Si, además, el resto de instrumentos o los arreglos musicales tienen en cuenta esto y se “reparten” el pastel frecuencial (aunque muchas veces está más en nuestras manos), la sensación de volumen es sensacional, mientras que al mantener a raya el nivel de SPL no sólo ganamos la batalla a los limitadores sino que, además, reducimos al absurdo la fatiga auditiva por doble partida.
Lo peor del sistema que aquí utilizamos es su sistema represivo, pero también lo que ha generado en nuestro sector: una necesidad de comprimirlo todo, con la clara aunque inútil intención de arañar un par de dBs a una mezcla que, al final, suena estridente, desequilibrada, distorsionada. Además, eso sí aumenta la sensación de fatiga auditiva y, aunque el CESVA de turno se encargará de no dañar seriamente el sistema auditivo del público, la fatiga convertirá esa posible sensación agradable (léase, la música) en una experiencia otra vez bochornosa.
¿Cuál sería la solución? Por una parte la legislativa permitiendo el concurso de sistemas de medición más complejos y acordes a las normativas, aunque más beneficiosos tanto para los trabajadores como para el público. Segundo, formarnos un poco más nosotros mismos a la hora de trabajar con este tipo de retos (aunque a fecha de hoy ya son lo habitual).
Lo asequible es utilizar un RTA, como mínimo en la salida de mesa, para verificar qué estamos ofreciendo a la PA y conseguir esa mezcla coherente desde una perspectiva matemática. Estar atentos al rango de 800 a 4-5.000 Hz intentando no dejar “escapar” nada y esperar, aunque ya es habitual, que quien ha ajustado el CESVA lo haya hecho bien. Lo caro (pero mucho más efectivo) es utilizar un sistema propio de análisis de la presión sonora, tipo 10Eazy SW (sólo software por 300 € aprox) o la nueva versión venidera de SMAART que lo integra.