Reflexión sobre el estado del sector del sonido directo
Pedro es el nombre ficticio de un “técnico de sonido”. No tiene titulación alguna, aunque podría haber estudiado en alguna academia de estas tantas que pululan por todo el país cuyas matrículas suponen la visita casi forzada al crédito bancario. Si existiera la tercera vía, sin duda la tendría. Si fuera más joven incluso podría haber estudiado algún curso superior de carácter universitario o, porqué no, dejarse seducir por lo que era el único título universitario con la palabra “sonido” de por medio: telecomunicaciones. Hubiera aprendido algo, no dudo de ello, pero nadie le hubiera enseñado cómo cargar y descargar un camión, la diferencia entre un cable de carga y señal, las vicisitudes de un concierto o la normativa -aunque inexistente- para un sector tan denostado como el que le da de comer. Pedro se hace llamar “técnico de sonido”, pero no puede demostrarlo... Cuando en una charla con amigos lo suelta muchos se sorprenden, le sonríen incluso con una mirada de envidia. ¡Qué guay! dicen ellos: Pedro se lo pasa en grande cada fin de semana, mientras yo debo trabajar 8 horas en la oficina aguantando a mi jefe y a la pesada de su mujer. Pedro sonríe y agarra la cerveza lo más rápido que puede para intentar cambiar de tema.
Él no lo sabe, pero está fuera de la sociedad. Es un bicho raro, pero como no molesta, todavía nadie ha prestado atención a sus problemas. Ya sabe que si hace números cobra dos o tres veces menos que la mujer que limpia los baños de casa de sus padres. A estas fechas, el sector (si es que existe) está tan mal que necesita un mínimo de dos o tres conciertos cada mes sólo para hacer frente a los pagos imperativos en Seguridad Social y, luego, verá reducido su sueldo otro buen picotazo entre IRPF y otros impuestos, eso sin contar la gestoría. Vio con orgullo las manifestaciones de la última huelga general, la del 14N, y también la de marzo de principios de año. Claro que lo vio: tuvo que trabajar sonorizando el equipo de sonido que se utilizó al final de la manifestación, el día de la huelga general. Aun recuerda que esa noche durmió poco. Terminó un concierto en una sala de su ciudad a eso de medianoche y entre desmontarlo todo y llegar a casa apenas durmió 4 horas. A las seis de la mañana le esperaban otra vez en el almacén y tenía que ayudar a montar un array de última generación (un prodigio de la física, técnica acústica y electrónica). ¡Le encantaba ese equipo! Apenas unos años atrás trabajaba con cajas mucho más pesadas, ¡de casi 120 kg cada una que debía remontar una encima de la otra! Y luego estaban las etapas de potencia, de las casi extintas Clase A, A/B y B. Ahora, entre las fuentes de alimentación conmutada, los amplificadores de Clase D, las nuevas técnicas de dispersión, las cúpulas de neodimio... todo parecía más ligero y fácil. Cambió la fuerza bruta por el cálculo matemático. Su compañero, Miguel, ingeniero de sistemas (aunque por formación propia) se habría pasado unas cuantas horas antes del día de la manifestación con su ordenador portátil y sus cálculos para imprimir una página con ángulos, ejes, códigos... Cargó el camión antes de desayunar, pero fue rápido, que los del ayuntamiento no quieren que hayan camiones pululando por esa calle cuando las escuelas abran sus puertas. Lo descargaron todo a destajo y empezaron a alzar uno y otro array con precisión casi quirúrgica. ¡Una obra de ingeniería! Todavía quedaban muchas horas antes del mitin. A veces suele pasar, y siempre piensa que a él le pagan por esperar, no por trabajar.
Le costó ecualizar el equipo. Cogió su portátil, su tarjeta de sonido de 96 kHz a 48 bits que conectó de manera precisa a la mesa y al micrófono de medición. Abrió el Smaart, pero cuando metió el sonido rosa se encontró con el desagrado monumental de todos los transeúntes. Lo hizo rápido. ¡Nadie entendía el porqué de ese ruido estrambótico! Incluso le amenazaron con llamar a la Guardia Urbana y pocas ganas tenía de querer lidiar con un sonómetro a 96 dB A. Se mordió la lengua, aunque prefirió hacerlo comiéndose otra de esas hamburguesas de comida rápida ya que tampoco podía dejar el equipo sin vigilar.
Pasaron las horas. Más de 8. Pensó en su amigo Carlos, ese que trabaja “sólo” 8 horas cada día en su oficina. Carlos ya estaría camino del bar o de su casa. Él no. Verificó una y otra vez el equipo, el micrófono del orador. Incluso envió un tono de prueba al rack de prensa. Todo estaba bajo control. La manifestación empezó. Tuvo tiempo, mucho tiempo, para leer todas y cada una de las pancartas de ese 14N: derechos sociales, no a los recortes, defendamos el empleo digno... ¡Los piquetes conseguían a golpe de mazazo cerrar todos los bares abiertos por donde pasaba la manifestación! “Cerrado por huelga general” pregonaban las terroristas pegatinas. De pronto alguien histérico vino corriendo: “¡Abre ya el micro chaval!”
Pedro fue a una escuela. ¡Claro que fue a la escuela! Ahí aprendió matemáticas, lengua, idiomas, filosofía, historia, arte... incluso música. Las matemáticas le sirvieron para entender todos los procesos de dinámica de señal, el sentido de la transformada de fourier, el efecto doopler... Con los idiomas tuvo una mínima base para seguir estudiando inglés, aunque tampoco le hizo falta: los pocos libros a los que pudo acceder sobre sonido estaban sólo en inglés ¡incluso los manuales de usuario! Con la filosofía aprendió cómo manejar de manera efectiva los sonidos para conseguir impresionar a la audiencia; con la historia del arte sintió la capacidad de poder jugar con los sonidos y hacer de la música algo realmente agradable. Sabía lo que era un acorde, la armonía. Entendió cómo funcionó la fórmula del Instituo Franhoufer: una mezcla de técnica y percepción auditiva magistral (la gente apenas sabía llamarlo MP3). Y aprendió a ser educado: “Buenos tardes”. Para el sindicalista de turno el “buenas tardes” no era imprescindible.
Pedro quería decirle a su cliente que el equipo estaba ajustado a la perfección. Que no tenía que tener miedo: la precisa colocación de los andamios, el ángulo del array, el sistema de compresión de voz empleado, el micrófono elegido para la ocasión... todo estaba a favor para su trabajo. Pero no tuvo oportunidad: ¡Abre el micro chaval! Lo hizo, sin rechistar, con una amable sonrisa en la cara.
Le jodió, eso sí, que de nuevo el orador empezara su acción golpeando el micrófono con los dedos. ¡Como si no supiera él hacer su trabajo! Escuchó atentamente el discurso, no porque fuera de su agrado, sino para mantener en liza un grado notable de inteligibilidad, que para eso le pagaban. Pero se estremecía al escuchar sentencias como “derecho laboral”, “servicios dignos”, “8 h”, “sueldos justos”, “horas extras”... Incluso rezó para que ese orador consiguiese para él lo que realmente pedía. Aunque sabía que era misión imposible. No tuvo tiempo de soñar demasiado. Ya tenía a los de la prensa atosigándole otra vez con el rack de prensa. Más de 20 años de experiencia y él sabía que el conector profesional por definición es el puto XLR, Canon que le llaman. Pero no, los de la radio que todavía vienen con el cinch (el maldito RCA), otros con el TRC... Venga a repartir esos adaptadores tan caros que luego no vuelven y la empresa no paga. Y también están esos “profesionales” que con sus grabadoras en mano (bueno, ahora ya lo hacen directamente con el iPhone) se acercan a una caja acústica y esperan grabarlo todo con nitidez... ¡pero si eso es un subgrave!
Los gritos no pueden con el equipo. Eso hace sonreír a Pedro. Él y su equipo de técnicos han hecho bien los deberes. Sólo el equipo de los de sonido estaba formado por él y otros 3 compañeros. Debía sumar al conductor del tráiler, y eso que esta vez, al trabajar en “casa” todos habían venido en metro, andando o en Bus. Bueno, ese día no, que con lo de la huelga general alguno tuvo que coger un taxi. También estaba la empresa que montaba la iluminación. ¡Peazo focos de 2 kW! Y todos a 6.500 K. Otros 3 técnicos, más los 4 que la noche anterior, de madrugada, montaron las estructuras Layer. Recuerda haber contado otros 4 trabajadores más que vinieron a destiempo para las vallas de protección, tarimas para periodistas (ahora, con la nueva legislación, además con barandas y escaleras homologadas). Los de los generadores llegaron tarde, porque los piquetes les confundieron con “personas normales” y no les dejaron salir del polígono a tiempo... No pasó nada, pero los dos camiones llegaron quizá demasiado justo. Otros 2 conductores y el ingeniero eléctrico que lo dejó todo a punto. Y luego los de las cámaras de vídeo. Una unidad móvil con 4 cámaras en alta definición 1.080p y dos proyectores de alta luminosidad. ¡Peazo montaje! Sólo los de vídeo, entre operadores, realizador, asistentes, controladores de cámaras... otras 10 personas. Y seguro que se olvidaba de alguien.
Según la organización de la manifestación fueron 1 millón de personas. Seguramente menos. Muchas menos. Tanto daba. Fue un éxito, sin duda alguna. Millares de personas en huelga general... Nadie vino a darle las gracias a Pedro. Tal como vinieron se fueron. Aún recuerda al jefe de la policía local que les recomendó desmontar rápido. “Se preven disturbios esta noche... y ya sabes, que el seguro no paga estas cosas”. Las casi 40 personas que estaban ahí trabajando en ese particular día, algunas con una jornada acumulada de más de 12 h, empezaron a desmontarlo todo a marchas forzadas. Alguien tiró una bengala de fuego a una de las pantallas de proyección de vídeo. No pasó gran cosa, porque la legislación obliga a que esas pantallas de plástico sean ignífugas. Esa legislación que le obligaba a llevar unos enormes zapatos de seguridad con punta de plástico (las de acero eran incompatibles para conectar la corriente al generador). La misma que le obligaba (aunque no se quejaba de ello) a llevar arnés, línea de seguridad de vida, casco y otros utensilios cuando subía al andamio Layer homologado (¡cómo no!) para recuperar el anclaje del motor y la PA (“Qué bien hice al sacarme el título de altura”, recordó). ¡Cuantas leyes y normas! pensó. También se acordó cuando a media mañana vino el del ayuntamiento a pedirle los TCs de la empresa y le dijo que ya había enviado por fax (¿porqué la oficina esa no utilizaba ya el correo electrónico?) los recibos de los autónomos una semana antes. Vaya, pensó, fui rápido en todo ese papeleo... y lo que tardarán en pagar la factura. Dos de sus compañeros del equipo de sonido eran autónomos y por eso sabía que su jefe, fiel y legal, les pagaría de su bolsillo el bolo en apenas 15 días, aunque él no cobrase la factura de por vida.
Cuando llegó a casa, después de descargar el camión, ya llevaba currando más de 14 horas. No cobraría ni una sola hora extra, ni tan siquiera tendría plus de nocturnidad. Nada. El sueldo de siempre, hubieran sido 14, 10 o 100. Se dio cuenta de la paradoja, se dio cuenta que el día de huelga general él no podía dejar de trabajar. Se dio cuenta que lo que la gente pedía sería imposible para él y sus compañeros de trabajo. Bueno, quizá sí, pero la sociedad no estaba para nada preparada para soportar el coste de un “trabajo digno”. Era consciente que formaba parte de una sociedad que no le merecía respeto, que prefería seguir pirateando canciones en Torrent que pagar un precio justo para los conciertos. Bueno, si tocaba Madona o los Rolling Stones ningún problema, pero él vivía de otros artistas, grupos, trabajos. Incluso el día más importante para los trabajadores él poco podía hacer. Nadie se acordó de él. Ningún piquete de esos se preocupó por él, por sus 14 h trabajadas, sus sueldos bajos, sus condiciones paupérrimas. Suerte tenía Pedro de amar con toda su alma este trabajo. Seguramente sólo él y alguno de sus compañeros se sintió alegre al comprobar que esas palabras que el orador escupió una y otra vez por ese micro fueron reproducidas con toda fidelidad para una audiencia enorme. ¡Eso le compensó! Pero nada más.
El día siguiente tuvo fiesta. Bueno, fiesta del todo no... simplemente no trabajó. De hecho, sólo levantarse acumuló una deuda de 8,3 € con la seguridad social, trabajase o no. Y eso que estaba soportando el IVA de vete tú a saber cuantas facturas impagadas. ¡21 %! Llamó a Carlos, para ir a tomar una cerveza al mediodía... pero Carlos trabajaba. Cierto, no era fin de semana. Así que, para matar un poco el tiempo, se metió en algunos foros en Internet. Era un ejercicio tremendamente raro: le producía un tremendo placer poder compartir con compañeros de profesión sus experiencias y, a la vez, seguir aprendiendo, incluso tras más de 20 años de profesión. Un día, uno de sus maestros le dijo: “el día que pienses que lo sabes todo... estarás equivocado”. Sabía que detrás de toda una buena discusión (aunque cada vez había menos) él terminaba por aprender algo. Siempre. Pero por otra parte se enojaba, se cabreaba un montón. Así ocurría cuando sentía el desprecio a su profesión por parte de intrusos, de gente que inocente o no se creía capaz de ser lo que él aún creía que no era: “técnico de sonido”.
Pero es consciente que, en realidad, no existe un título acreditativo para su profesión. No existe un “colegio” de técnicos de sonido, como sí ocurre con farmacéuticos, arquitectos, médicos, abogados. Pero ser “técnico de sonido” era tan sencillo como decirlo. ¡Voilá! Lo había padecido en sus carnes una y otra vez y le ocurría de nuevo en el futuro otras mil veces más.
Se cabreaba cuando alguien menospreciaba su trabajo. Cuando alguien le preguntaba qué equipo comprar para montar una fiesta con sus amiguetes y lo descubría meses después organizando BBCs por doquier a precios de risa. Claro, si no pagan impuestos, IVAs y otras obligaciones... si no utilizaban material homologado... Incluso pensó en tirar la toalla. Pero le corroía enormemente formar parte de ese engaño, de ese sucio juego. ¿Hasta dónde podía llegar? ¿Debía él seguir compartiendo sus conocimientos a cambio de nada? ¿Debía empezar a luchar de una manera más activa contra ese menosprecio que se estaba generalizando? ¿Cuál sería el coste? ¿Habría coste?
¿Porqué nadie se lo tomaba en serio? ¿Qué había hecho mal en esos años para darse cuenta que ningún sindicato, ningún legislador, político... nadie había intentado defender sus derechos? ¿Qué elección había hecho para ser obviado política y socialmente de manera sistemática? ¿Ser técnico de sonido? ¿Ser técnico de luces? ¿Querer vivir de la cultura? ¡Cultura!
Al final tomó la cerveza con Carlos. Su amigo seguía cabreado con su jefe. Más ahora porque con los ajustes por la crisis le había reducido el sueldo un 10 %. ¡Un 10 %! Ojalá Pedro hubiera mantenido sus bolos cada mes a cambio de sólo reducir un 10 % su ya bajo caché. Era viernes noche y eso ya no molestaba a Pedro. Años atrás era imposible quedar con Pedro un viernes noche, ni tan siquiera un jueves. Ahora era algo demasiado habitual. Pero decidieron ir a un concierto. Les costó 10 pavos la entrada. Como siempre, Pedro recomendó situarse delante de la mesa de PA, en FOH. ¿PA, FOH?, se quejó Carlos. Perdona, le respondió, que nos vayamos ahí donde la mesa de los botones y lucecitas. Ah vale, le contestó Carlos y luego le preguntó si realmente él sabía la función de todos y cada uno de esos botoncitos. Pues claro, ése es mi trabajo; le atizó. Su trabajo.
Tocaban un par de grupos locales. Nada del otro mundo. La crisis había golpeado fuerte en el sector del entretenimiento. Algunas empresas, las grandes, se ajustaron a ello ofreciendo equipos de puta madre a precios ajustadísimos. Normal: el equipo estaba amortizado o casi, y una manera de sobrevivir era ofreciendo equipos de “alta gama” a precios de “media gama”. Así, era fácil conseguir PAs voladas d&b, Adamson, L’Acoustics, Meyer, Martin... con controles M7CL, Midas Pro6, Digidesign SC-48; monitores de calidad, microfonía estándar... a precios muy competitivos. Pero ese concierto era diferente. Era peor. Tremendamente peor. En control una mesa analógica de perfil bajo, micrófonos que hacía años Pedro ya había descartado tener en su catálogo. Los monitores parecían el mismo modelo que las pequeñas cajas de PA. Se dio cuenta que algo ocurría mientras tan siquiera había llegado a la platea: los acoples se hacían notar. Era un desastre en toda regla. Supo que se había buscado el presupuesto más bajo para el equipo de sonido (porque llamar luces a esos dos par RGB de LED curtes era injusto) y, lo peor, es que se había aceptado. Tuvo el valor de conseguir saber el precio del equipo y se cabreó cuando supo que, en realidad, era un 20% más barato que el que cualquier otra empresa pero seria podría haber ofrecido, sin tan siquiera matar el mercado. Pero todavía le cabreó más cuando Carlos, su amigo durante años, le soltó un “anda, lo hacen bien estos chavales”. ¡Pero si no suena bien! “Es igual”, le soltó. Ahí estaba el quid del problema, ahí estaba la razón por la que a veces más bien merecía tirarlo todo por la borda y meterse de hombre de la limpieza. ¡Al público le daba igual que eso no sonase! ¿Entonces? Cultura.
Mientras su cabeza se enrojecía, mientras se daba cuenta de lo inútil que se sentía, el hombre que estaba detrás de la analógica haciendo (sin conseguirlo, claro) sonar el equipo de PA, compuesto por unas cajas pequeñas de plástico aunque, eso sí, con un precioso LED azul que indicaba que (parecían) funcionar, le preguntó: “¿Eres Pedro del foro? ¡Yo soy Xuski!”. ¿Xuski? ¿El mismo Xuski que pidió recomendación para un equipo de sonido para una fiesta de amigos lo más barato posible? ¿El mismo que pidió ayuda para diferenciar los cables de carga y señal? ¿Xuski?
Pero Pedro tuvo un buen sábado. Se despertó tarde tras la catarsis de la noche anterior. Recuerda que fue el único que pidió que le devolvieran los 10 pavos de la entrada, pero al no ser numerada, ni registrada, ni legal... se rieron y tuvo que olvidarse. Pensó en meter una denuncia pero ¿de qué servía? Necesitó un par de cafés para despertarse y alejarse de ese viernes. Era sábado y tenía curro. Acompañaba a un grupo conocido como técnico de PA. Hacía años que lo hacía, que acompañaba a esa banda por todos los escenarios. Le pagaban relativamente bien, pero le satisfacía enormemente sonsacar sonrisas y sensaciones al público. Con el grupo había conseguido una tremenda complicidad. Llegó a la sala que tocaba esa noche y lo primero que esbozó fue un “buenas tardes, Soy Pedro”. No conocía la sala, ni tampoco la empresa que había montado el equipo. Estaba relajado porque ya sabía de antemano a qué debía atenerse. La empresa de alquiler se había puesto en contacto con él un par de semanas antes para discutir (amablemente) el rider. Él no pedía Avalons para el bombo, ni tan siquiera micrófonos estrambóticos. Su experiencia como técnico de empresa y más ahora con la crisis lo hacía más versátil. Habían consensuado un equipo de mínimos muy decente. Eso ya le había permitido que, tras sus “buenas tardes” le respondieran igual. Todo estaba bajo control, tal y como esperaba. Las pruebas fueron bien, el equipo estaba bien ajustado. El concierto fue bien, con buena asistencia de público. Sonó como él quería que sonase, aunque ya esperaría al próximo concierto para hacerlo todavía mejor. Eran esas veces en las que se olvidaba de todo, en que justificaba su pasión y devoción para con este trabajo. Recibió el mejor premio que nadie puede recibir: una sonrisa. Bueno, fueron bastantes. La del grupo, que estaba contento y a gusto con el resultado. La del público, que aplaudió su trabajo cuando el cantante le presentó (incluso alguien se acercó para felicitarle por el trabajo, aunque él siempre está convencido que está haciendo lo que debe). La de los técnicos de la empresa, que agradecieron las soluciones que se tomaron ante las pequeñas divergencias ocurridas. La del promotor que, aunque no ganó demasiado dinero, agradeció la buena fe de todo el equipo. Y se olvidó de dar las gracias a los chicos de luces, a los del generador, a los de las sillas, a los que abrieron la sala, a los acomodadores, a los de la taquilla, a los de seguridad, a los de control de acceso, a los que preparon el cátering, a los que inundaron la ciudad con carteles, a los de prensa que metieron el grupo en cuantas más presentaciones fuera posible, a los de mantenimiento de la sala... Un simple concierto dio trabajo y generó dinero para casi medio centenar de personas. Pero de esto muy poca gente se acuerda. En momentos así, Pedro dice sí, que él es “técnico de sonido”, y que no dejará perder una profesión tan bonita, preciosa y agradable como esta. Aunque no pueda, él tiene la suerte de hacer lo que más le gusta y, además, a veces le pagan por ello. Sólo que ahora luchará más y más fuerte, para defender lo suyo, lo que muchos más comparten, lo que muchos más sienten.
Pido perdón, entonces, por ser como Pedro. Por ser alguien que medirá bien sus palabras. Por ser alguien que ama tremendamente este sector, esta profesión y que harto de según qué cosas ahora luchará. Luchará por mantenerse digno, para poder seguir alzando la cabeza y sentirme orgulloso de ser quien soy y de que me rodee gente que piensa igual que yo, que somos muchos. Pido perdón por lo que quizá se sienten injustamente tratados, por pensar que su afición puede permitirse el lujo de ser profesión. Tengo dignidad, tenemos dignidad, y lucharemos como esos millares de personas que, recientemente, gritaron al cielo pidiendo exactamente lo mismo. Estamos vivos, y eso también se mide por el valor de la lucha.
R. Sendra, el autor de este artículo, es ingeniero de sonido especializado en directos (FOH) y producción técnica. Su web: www.kinosonic.com
Extraído de este hilo en el Foro de sonido en vivo y PA.