El secreto se llama “manual de usuario”
Más allá de la discusión si lo analógico suena mejor (o peor) que lo digital, quiero centrar estas páginas en un hecho que está convirtiendo la ineptitud en destrucción masiva. Hace relativamente poco un técnico de sonido de cierto renombre me criticaba hasta la saciedad el rendimiento de una consola determinada, cuyo precio en su configuración máxima supera los 100.000 €. Defendía esta actitud a capa y espada y aunque en ningún momento fue capaz de darme algún dato objetivo (algo que espero de aquellos que utilizamos la palabra ‘técnico’ en nuestro currículum), parecía estar tristemente convencido de tal decisión. Era algo que, además, ya había contaminado a algunos técnicos, hasta tal punto que si eres un extraño en la materia sin duda alguna acabarías defendiendo a ciegas su decisión.
Ante la asuencia de premisas objetivas, fui hablando con él intentando descubrir la raíz de sus preocupaciones, hasta que fue otra persona quien, inconscientemente, me resolvió la duda. Esta segunda fue la que dio luz al asunto: las mesas digitales fallan sólo en según qué manos, sobre todo en las de los que no se han leído el manual de instrucciones. Y ahí la clavó.
Una de las ventajas de las consolas analógicas es que apenas encenderlas ya funcionan. En cambio, en los actuales entornos digitales es necesario todo un séquito de necesidades previas en configuración que relantizan este proceso. Más que ralentizar, que puede sonar peyorativo, es fruto de una nueva concepción. Por ejemplo, podemos escribir utilizando papel y bolígrafo (acción casi inmediata) o utilizar un procesador de textos, lo que supone entender cómo encender un ordenador, la instalación del software necesario si es a primera vez, los pasos necesarios para abrir una sesión, tener nociones básicas de mecanografía, etc. El romanticismo sigue vigente con el uso del papel y bolígrafo, aunque las ventajas de escribir directamente caracteres ASCII en pantalla suponen otro séquito de soluciones. Lo mismo ocurre con las consolas digitales: pueden parecer más tediosas, cuando en realidad han cambiado totalmente su estructura interna para podernos ofrecer, de golpe y porrazo, casi infinitas posibilidades más. En realidad, si empezamos a hablar de outboard, procesados, envíos matriciales, etc., ya casi no pensamos en una opción analógica, sino en cómo conseguir estos mismos retos sin degradación de la señal utilizando una única consola digital.
Cada marca, cada fabricante e incluso cada modelo se convierte cada vez más en un controlador de programario diferente. Por mucho que intenten acercar la interacción humano-máquina (interfaz) de las consolas digitales a lo que nos ocurría en el momento analógico, la inclusión cada vez más habitual de nuevos retos, soluciones y prestaciones, hace que estemos constantemente necesitados de formación, de aprendizaje, de saber hacer y conseguir lo que queremos en el tiempo más corto posible. El proceso contrario, el no querer aprender cómo funciona una máquina, se traduce en fracaso y es entonces cuando la persona en cuestión o bien acepta sus limitaciones y accede a nueva formación o, como en el caso que ha iniciado este artículo, suele bastar con criticar negativamente todo lo que se le escape de su comprensión. Es más fácil criticar que aprender.
Si a esto le sumamos el hecho que en nuestro país es difícil ver a un técnico de sonido de banda que trabaje con su propia mesa, llegamos a un nuevo escenario. En estas condiciones nos solemos dejar llevar por lo que los otros hacen y seguir su estela, lo que estandariza las soluciones y permite conseguir el mismo equipo en varias localidades diferentes. Pedimos casi la misma mesa o, como mínimo, sabemos que en casi cualquier concierto podremos encontrar ese mismo modelo que todo el mundo utiliza. Y esto está bien si lo hacemos bien, es decir, si somos auténticos conocedores de lo que tenemos entre manos. La CL5 de Yamaha es una de estas archiconocidas consolas, pero aún me sorprendo cuando quienes la piden y la utilizan no sólo siguen demandándome las mismas dudas (cómo configurar el botón de tap, por ejemplo) sino que realizan auténticas barbaridades como crear compresiones paralelas con plugins premium y atajar los problemas de phasing al ajuste del equipo.
Para resolver todo este embrollo existe un secreto que parece que pocos conocen: el manual de usuario. Todos los equipos electrónicos que nos acompañan disponen de uno, normalmente impreso o en formato electrónico que puede descargarse, gratuitamente, desde la propia web del fabricante. En él no sólo encontraremos todos los ‘secretos’ ocultos que hacen de esa consola en particular una buena herramienta, sino la solución a todas nuestras dudas: todas. E incluso nos ofrecerá soluciones a problemas que todavía desconocemos. Debemos ser expertos, como técnicos que mezclamos, de las posibilidades de nuestras consolas o, como mínimo, de las que pedimos en rider. Muchas veces, suena mejor una consola más económica pero que conocemos al 100 % que una muy cara pero de la que apenas sabemos aprovechar el 10 o 20% de sus posibilidades reales.
Insisto: no quiero discutir si una consola analógica suena mejor que una digital; pero sí hacer ver que aunque parezca que su cometido es el mismo, su topología, su estructura, construcción y diseño es totalmente distinto. Ya no es sólo mezclar, sino también conocer cómo funciona, cómo consigue lo que pedimos y qué limitaciones tiene cada modelo. Es nuestra responsabilidad reconocerlo, tanto del técnico de banda como del técnico asistente en FOH. Aún no ha sido detenido nadie por consultar un manual de usuario en unas pruebas de sonido.