Magacín

290 auriculares, 24 canales de audio y un muro sonoro como refugio del mundo exterior

El minimalismo en torno al arte siempre ha estado presente no como mera reducción y simplificación de las formas, sino ante todo como un abandono de la necesidad de trazar líneas con respecto a lo complejo para evidenciarlo en la depuración misma, una navaja de Ockham aplicada a lo estético desde la cual se propicia una expresión de aquello que los patrones del mundo son en sí, intuitivamente inagotables, revelados en sus aspectos más inmediatos y despojados de cualquier exagerada metafísica, pudiendo así ir no solo a lo mínimo per se, sino ante todo, a lo que es la experiencia desnuda, en presente, en la depuración no solo de la forma estética sino también del ritmo y el movimiento, aspecto que se alcanza quizás su máxima expresión en la bien conocida técnica de la repetición de lo básico.

Este juego de la repetición es un arte que revela nuevas etapas de lo complejo en cuanto tal; una peculiar paradoja que nos lleva fuera del dualismo responsable de la necesidad de (limitadas) categorías empleadas para asumir la dinámica de lo simple como digna expresión de lo universal.

Esto es bastante evidente no solo en famosos artístas plásticos como Dan Flavin y Sol DeWitt denominados por la crítica como minimalistas (pocos de ellos se consideraban de esa forma a sí mismos), como por compositores como Terry Riley y Steve Reich, famosos por piezas donde la simpleza y la complejidad se trascienden desde un juego con la repetición donde el tiempo se funde como espacio más allá de la polaridad, como forma poética que evidencia la necesidad de repetición para lograr formas excelsas de variación.

Pues bien, esta reflexión de la repetición, combinada con las posibilidades del microsonido, se pueden reflejar de una forma tan concreta como etérea, en la más reciente obra del artista Adam Basanta –de quien ya hemos hablado previamente– y cuyo trabajo en este caso es una perfecta muestra de simplificación y complejidad en diálogo constante.

En general podría definirse como una inagotable búsqueda del mencionado proceso de lo sonoro en sus formas básicas, pero buscando desde allí desarrollar formas diversas de heterogeneidad poética. Apunta así a una obra edificada como una especie de cortina granular, donde un total de 290 auriculares dispuestos en línea reaccioan entre sí para generar, desde 24 canales de audio, una interesante textura sonora pensada específicamente para la contemplación y la reflexión en torno a las posibilidades del sonido como refugio entre lo exterior e interior.

“Se crea [mediante el muro] un espacio sonoro interior dentro del cual uno puede retirarse del mundo exterior”, comenta Basanta, “dentro de esta burbuja sonora personalizada los auriculares funcionan como un signo visual de ‘no molestar’”, lo cual además permite reflexionar con respecto a la mecánica de las pequeñas señales del microsonido, que cuan redes subatómicas, vibran como extensas cadenas de vibraciones que tienen tanto efecto en nosotros como lo tendría una enorme configuración de altavoces.

Cabe recordar que aunque visual y materialmente la instalación tiene de entrada una interesante reflexión, –un tanto pop si ahondamos en la elección particular de auriculares blancos de esta marca específica–, es ante todo una obra sonora, donde en cierto punto lo material transmigra y cede ante lo sonoro para permitirle su propio espacio, lo cual se expresa en el contraste entre la linealidad de lo plástico generada por los cables, y lo rizomático del sonido evocado.

La textura sonora generada se manifiesta como una red de cambio, vibraciones concatenadas como estructuras sin tiempo que al relacionarse logran un espacio propio en el cual poderse refugiar. El concepto central deja ver una especial reflexión acerca de la forma como interactúan los microsonidos en los entornos acústicos, en tanto a partir de patrones de ruido blanco emitidos en los 24 canales del sistema, se crean interacciones sutiles de señales que a su vez moldean un leve tejido sobre el continuo sonoro que en su transitoriedad permite enmascarar sonidos externos para lograr así una cúpula sonora en lo que pareciera un muro de materia.

Esto hace que el sonido pueda ir más allá de lo sintético para generar así “una masa sonora que evoca memorias orgánicas de olas, viento, lluvia o insectos”, como comenta el artista. Es inevitable en este caso pensar en la cortina acusmática, tras la cual se dice que Pitágoras enseñaba a sus discípulos, funcionando como un espacio donde se refugia el sonido para que lo escuchado alcance su cumbre en la multiplicidad, de tal forma que un ruido blanco pueda ser un animal, el mar, o simplemente un momento de desprendimiento.

A decir verdad, la ubicuidad del sonido impide en gran medida hablar de lo externo e interno como algo separado, en tanto la experiencia de la escucha, una vez desprendida de todo artificio innecesario en la experiencia silente, revela por si misma un espacio donde no hay afuera ni adentro y donde nos hallamos constantemente inmersos en una red de vibraciones, siendo tan partícipes como tan receptores, tan activos como tan pasivos, completamente fundidos en el escuchar, quizás el más puro refugio del mundo, no porque nos aisle como entes aparte del mundo, sino precisamente porque en la escucha es una fuente de múltiples mundos.

Sitio web de Adam Basanta

Miguel Isaza
EL AUTOR

Miguel es un investigador que relaciona la filosofía, el arte, el diseño y la tecnología del sonido. Vive en Medellín (Colombia) y es fundador de varios proyectos relacionados con lo sonoro, como Éter Lab, Sonic Field y Designing Sound.

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