CAZADOR IMPLACABLE
Damian, una personalidad misteriosa que tenía bajo sus órdenes a nueve siervos del dolor, estaba acostumbrado a los lugares donde todos ponían por explicación a los hechos extraños como cosa del diablo, por su difícil comprensión para gentes tan burdas dedicadas al campo de sol a sol. En este pueblo como de fantasía, situado en un lugar inhóspito donde no había ni carreteras y para llegar era necesario caminar largos tramos de cerros en mulas, por esas cosas del olvido de un gobierno que cooperaba en complicidad con seres nefastos, con control mental que lograban todo lo que querían. Era así como Damian lograba hacerle un favor a un gobierno corrupto y podrido por la ambición del poder, su labor consistía en desaparecer pueblos, de manera silenciosa para que pudieran apoderarse de todos esos vienes y riquezas naturales, dejando camino a esa ambición. Pero Damian no lo hacia por el poder, si no por la sed de sangre que corría en sus venas, apoyado por su pequeño grupo de colaboradores que disfrutaban del banquete gratuito y sin castigo alguno.
La gente ya paranoica, no podía dormir tan fácilmente y siempre dejaban a algún miembro de la familia vigilando, aparte de poner tijeras en la puerta en forma de cruz, colgarse collares de ajo, tener crucifijos por todos lados y sin faltar el agua bendita, algunos ya habían preparado estacas e incluso comisionaban personas para reunirse en el kiosco todas las noches, para rezar la magnifica y el rosario, pero al parecer nada de esto les había dado resultado, porque siempre eran atacados de manera sorpresiva y sanguinaria. Era evidente que todos morían, pero el orden era al azar causando mayor terror a aquellos miserables campesinos, que no dormían. Y sin embargo no dejaban de trabajar, ya que todo era tan metódico que nadie se sorprendía, al encontrar cadáveres destrozados y sin una gota de sangre.
Damian, era un temible cazador con experiencia, de dos mil setecientos cincuenta y dos años, desde su nacimiento como engendro
maligno, acostumbraba a llegar en silencio con sus servidores, de manera tan perfecta que el primer grito humano se escuchaba cuando ya por todos los rincones del lugar en que se encontraban, se veía bañado en sangre con partes humanas y vísceras dispersadas por la señal de los depredadores, malignos seres que saciaban su sed con la gula más exquisita. Damian, coleccionaba cabezas humanas, perfectamente bien disecadas, con tratamientos secretos aprendidos a las brujas milenarias. Todo era perfecto, mientras este engendro disfrutaba del horror causado por la transformación de su horripilante cuerpo como mutación diabólica sin preocuparse del dolor. Ya pasados algunos meses, sólo quedaban veinte gentes, refugiadas en la iglesia, esperando la fatalidad. Cuando se aproximaba la noche preparándose a el día del juicio, que sería en cualquier momento; para estos refugiados sin perdón que solo con machetes en mano esperaban su final. Damian nunca imaginó que esta casería sería una muestra de supervivencia humana, los campesinos habían puesto de manera casual hilos cruzados en diferentes alturas que se dirigían a algunas campanas como para que al momento de ser reventados los hilos, sonaran como aviso de esas presencias malignas que nunca eran advertidas. Todo se veía como siempre, Damian estaba seguro de que esa misma noche partirían hacia otro lugar, los campesinos estaban acurrucados en el centro de la iglesia, sería fácil pensó Damian con sonrisa siniestra. Y al momento de dar la orden de ataque se abalanzaron los vampiros reventando los hilos, dejando sonar las campanas alertando a los campesinos que sin intentar ver a sus atacantes, soltaron machetazos como si saludaran al aire, pero en ese nerviosismo se escucharon aullidos de bestias heridas, por las armas filosas que de manera acertada cortaron por casualidad o por algún milagro fueron dirigidas de algún modo perfecto, en esta ocasión la pedacería de cuerpos regados eran de los nueve siervos de Damian, los cuales habían quedado mutilados, ya que en la desesperación de estos campesinos dejaban ir sus machetes de un lado a otro como ventiladores divinos por el tino de dejar a este mundo libre de la presencia de estos vampiros. Damian sorprendido analizó la situación desde las alturas y con esa paciencia que lo caracterizaba tomó la decisión de regresar a su morada a descansar, dejando que se confiaran pensando que todo había terminado. Dejó que volviera a oscurecer regresando en busca de sus víctimas, pero en este regreso ya no sonarían las campanas, atacó como un maestro evitando cualquier grito o señal que diera a conocer su presencia y sin batallar arrancaba una a una las cabezas con una velocidad extraordinaria siendo sólo necesario un minuto para darle muerte a los últimos veinte campesinos de este miserable pueblo, ahora ya fantasma que había retrasado una noche, aparte de darle el trabajo de tener que reclutar nuevos prospectos de cazadores de humanos para seguir con su tarea de acabar con pueblos para el bien de la nación y preservación de los vampiros.