¿Cómo es un kinky a los cuarenta?
Una de las muchas preguntas absurdas que me he hecho con mi mente calenturienta ha sido: ¿en qué se transforma un kinky cuando se hace mayor?
Donde dice kinky pueden ustedes poner calorro, garrulo, mascachapas, johnny y otros sinónimos adecuados.
Ya sabéis, esos niñatos con motos trucadas o coches tuneados, joyas de oro grandes de baja calidad, ir en chandal al Carrefour (sin dejar los oros, por supuesto)... No puedne andar por ahí con cuarenta años cambiando el tubo de escape de la moto y poniendo alerones a su Peugeot 106 patético. ¿Qué hacen entonces?
Dios me respondió esta pregunta con una demostración gráfica.
Estando en una calle que tiene un carril en cada sentido veo esperando en un semáforo en rojo un chico y una chica en una scooter, y un menda con su mujer y su churumbel detrás en un Mercedes grande y ostentoso. El tipo se baja del coche y empieza a gritarle que le va a dar una paliza, que se caga en su puta madre y que...
El chico y la chica en el scooter muertos de miedo y con cara de no entender nada.
El tipo termina su bronca, se monta en el coche junto a su emperifollada mujer de complicado moño, rabillo del ojo bien señalado y notable maquillaje, y con su hijo pequeño en el asiento de atrás, callado y con los ojos muy abiertos, aprendiendo de su sabio padre cómo se solucionan los conflictos con los demás.
El tipo pisó acelerador, se hizo unos cuantos metros por en medio de la calle invadiendo el carril contrario y torciendo por una callejuela más o menos como en la película "Ronin".
Quince minutos después encontré a la parejita de la moto parados en una gasolinera, todavía muertos de miedo y ella a punto de llorar.
Así supe en qué se transforma un kinky cuando pasa de los 40.