Crónica de un destino miserable
Mi vida es un asco.
¡Con lo brillante que yo era en mi juventud! ¿Cómo he podido caer tan bajo? Yo era una especie de referencia para todos. Cuando se hablaba de calidad, me ponían a mí como ejemplo. Me señalaban con el dedo y decían “esto es calidad”. ¡Qué buen aspecto tenía yo en aquellos tiempos! Mi destino era triunfar, ser lo mejor de lo mejor, y sin embargo, ¿en qué ha quedado todo?
Ha acabado en miseria.
Salí de mi tierra hacia occidente a buscar pastos más verdes, y fui a Europa, al mundo rico, pero en lugar de encontrar el destino que esperaba, sólo encontré una vida cada vez más miserable. He acabado en un pueblo de mala muerte, viviendo en un cuartucho estrecho, frío y húmedo, hacinado con otros como yo, en un lugar sin ventilación, y cuando salimos de él, sólo salimos para ser maltratados. Vamos de un lado a otro constantemente, arrastrándonos por el suelo o amontonados en un trasto con cuatro ruedas, y en cuanto salimos de ahí, no paramos de trabajar. No paramos de cambiar de sitio a toda velocidad, y damos tantas vueltas que todos acabamos mareados. Nos estrujan, nos golpean, nos obligan a arrastrarnos, nos dan patadas, y cuando ya han decidido que tenemos bastante, volvemos al cuartucho frío y húmedo y allí nos quedamos hasta que toque volver a trabajar. Empezamos sucios y acabamos aún más sucios. Y nunca, nunca, nunca nos limpia nadie.
Y ahora estoy aquí, esperando que me estrujen y que me golpeen, como siempre. Ya viene a cogerme el tipo ese medio calvo, con el número once en la camiseta. ¡Vaya pinta de pinta de mula tiene, el cabrón! Menuda coz me va a dar. Ya viene también el soplapitos ese vestido de negro que lo controla todo a base de soplidos.
La mula me coge...
...coge carrerilla...
...el tipo del pito pita...
Menuda hostia me van a dar.