Cuento Fantástico 01. Carlitos y el tenedor

Capítulo 1. Carlitos y el tenedor.

Había un tenedor que estaba loco.
Era el único tenedor que había en la casa y siempre que Carlitos estaba comiendo y su madre no miraba, le pinchaba en el dedo.
- Mamá –decía Carlitos-, el tenedor ha vuelto a pincharme.
- No digas más tonterías y sigue comiendo –le contestaba la madre.

Era una casa tan pobre que sólo tenían un tenedor y comía primero el padre, luego la madre y por último, Carlitos, que era muy remolón y no le gustaba nada comer. Por eso prefería ser el último.

Su papá llegaba muy cansado y hambriento de trabajar y daba fuertes bocados al tenedor a la vez que cogía la carne. La madre comía después y luego le tocaba al niño.

Cuando Carlitos cogía la comida con él y se lo llevaba a la boca, el tenedor se abría como la boca de un dinosaurio y se le clavaban los dientes en la comisura de los labios. A veces, cuando lo sacaba de la boca, se curvaba y se le clavaba en las encías.
¿Pero qué le he hecho yo a este tenedor para que esté tan enfadado conmigo? –pensaba Carlitos.
También le gustaba tirarse al suelo para que su mamá le regañara.
Algunas veces se tiraba enganchando la servilleta y ensuciaba la alfombra. Entonces Carlitos ya sabía que su madre se enfadaría y le mandaría a la cama sin poder leer su cuento preferido.
- ¿Otra vez has tirado el tenedor? Ten más cuidado –le decía su madre enfadada-, es el único que tenemos, cuando nos falte, ¿qué vamos a hacer?
Carlitos lo miraba enfadado, pero ya no decía nada. Su madre no le creía. Ese tenedor era más listo que Juanito, el más listo de la clase.

Como eran tan pobres, la casa no tenía habitaciones y dormían todos en el salón.
Muchas noches, Carlitos podía escuchar cómo se abría el cajón donde lo guardaban y podía ver la enorme sombra que sus dientes proyectaban sobre la pared junto a la que dormía. Carlitos cerraba los ojos, pero no podía evitar entreabrirlos y ver cómo la sombra se movía por la pared como si lo buscase, moviendo lentamente los dientes como si quisiera agujerearlo. Retorcía las púas como serpientes que se enredaran unas con otras, desplazándose por la pared y cuando llegaba a la altura de sus ojos, le apuntaba con sus colmillos metálicos como diciéndole: Estás ahí… puedo verte… tus padres están durmiendo, y voy a salir…
Pero hoy ocurrió algo distinto. El tenedor, como tantas noches, estaba proyectando su amenazadora sombra por la pared, pero se acercaba más amenazador, más grande, más puntiagudo y más oscuro que nunca.
En ese momento, escuchó el sonido como de golpes de nudillos diminutos en el cristal de la ventana que estaba junto a su cama. Carlitos no quería asomar ni la nariz de la sábana, con un ojo seguía los movimientos de la sombra en la pared, la nariz prácticamente de adorno, porque casi no respiraba, las manos apretadas las unas sobre las otras, tan apretadas, que si pudiéramos verlas, parecerían de cera. Desviando el ojo con miedo, intentando no perder de vista la sombra y observar también hasta la ventana, estiró la barbilla buscando una mejor postura y pudo ver un sapo fuera del cristal. Nada raro por aquellos lugares donde abundaban las charcas, pero… ¡es que este sapo le estaba mirando! El animal estaba quieto, tan quieto que Carlitos pensó que los ruidos venían de otra cosa. Pero de pronto, levantó una de sus patas, cerró tres dedos sobre la palma de su anca y estirando uno, lo dirigió hacia el cristal húmedo donde empezó a trazar de arriba abajo y de derecha a izquierda, unos símbolos formando lo que parecían unas palabras. Carlitos se quedó de piedra, mirando cómo el sapo movía su diminuta pata sobre el cristal y contempló con asombro que estaba escribiendo algo que no podía ver con claridad. Cuando terminó, bajó su pata y de pronto, ¡ZAS!, un relámpago iluminó la ventana donde pudo leer: ¡Abre ya!

Carlitos se quedó paralizado, más aún de lo que ya estaba. El sapo parecía, de alguna manera, impaciente. Miraba con cara de malas pulgas y Carlitos no sabía qué hacer. ¿Sería otro espíritu malvado de los que había oído hablar que venía a hacerle la puñeta? Pero… ¡un momento! Mientras miraba al sapo y al extraño mensaje había dejado de vigilar la sombra del tenedor y ahora que se fijaba, diría que se había alejado un poco. ¡Nunca lo había hecho! Carlitos solía meter la cabeza debajo de las sábanas y temblar durante toda la noche hasta que, al fin, el sueño le vencía, pero diría que nunca había visto a esa sombra atrevida quedarse… ¿cómo diría?... recelosa, sí, y parada. Un rayo de esperanza recorrió su espalda y llegó a su corazón. ¿Y si era un amigo? Pero un rápido vistazo a la ventana le hizo sospechar que no era así. El sapo no parecía un amigo en absoluto. Más bien diría que echaba fuego por los ojos, arrugaba el ceño con cierta perversidad y lo miraba como si quisiera comérselo vivo. Carlitos no había tenido nunca muchas alegrías, así que estaba acostumbrado a que cualquier novedad fuera para peor.

Carlitos solía meter cartones entre una manta y la siguiente, pensando que podrían protegerle, al menos un poco, de los ataques del tenedor. Pero su madre siempre repasaba la cama antes de acostarlo y los quitaba porque decía que hacían mucho ruido cuando se movía y que los despertaba. Imagínate cuánto miedo tenía del tenedor como para hacer eso, así que el sólo hecho de sacar la mano de debajo de la manta para abrir la ventana se le antojaba imposible. Pero el sapo lo miraba, cada vez más impaciente, levantando el cuello, la cabeza inclinada hacia delante, las patas flexionadas en un intento de asomarse. Ahora tenía el doble de miedo, porque Carlitos no tenía ojos de camaleón y no podía mirar a uno sin dejar de mirar al otro. Pero el sapo estaba esperando que le abriera la ventana. ¿O se habría imaginado lo del mensaje? Sí, claro –suspiró Carlitos-, seguro que era un producto de su imaginación. ¿Cómo podría un sapo ponerse a escribir en una ventana? Y cuando se estaba tranquilizando un poco, el sapo pareció entender lo que estaba pasando porque miró hacia el cielo como si estuviera a sus órdenes mientras con un anca señalaba la ventana e, inmediatamente, otro relámpago, más potente, más luminoso, más duradero, iluminó la ventana con claridad, y donde señalaba el sapo pudo leer, ahora claramente: ¡Abre ya!

Carlitos temblaba y temblaba, no podía creer lo que estaba viendo, no sabía qué hacer. Sus padres no creían una palabra de lo que les contaba y se enfadarían muchísimo si los despertaba. Además, su papá tenía que levantarse muy, muy temprano para ir a trabajar y no le gustaba nada que le interrumpieran el sueño porque luego tardaba mucho en volver a dormirse. Ya había pasado otras veces y no era algo que quisiera que se repitiese. El miedo a despertar a su padre, el pánico al tenedor y el terror que le hacía sentir un sapo en la ventana que quería entrar lo tenía absolutamente paralizado. Pero no podía seguir así. El sapo podría echar abajo la casa con un rayo si quisiera, se lo había demostrado. Miró hacia la ventana y vio cómo el sapo miraba hacia atrás, como si vigilara algo. Entonces, volvió a mirar hacia dentro de la habitación, alargó su robusta pero blanducha pata delantera y volvió a estirar un largo dedo con el que empezó de nuevo a hacer señales sobre la ventana. Cuando acabó, miró de nuevo hacia el cielo y otra vez surgió un relámpago que iluminó la noche convirtiendo su cuarto en un caos de luces y sombras. Carlitos miró hacia donde le señalaba y pudo observar que ponía: Ya se ha ido.

En un primer momento, Carlitos, no entendió el mensaje pero, de pronto, cayó en la cuenta y miró hacia la pared donde estaba la sombra del tenedor… ¡y había desaparecido! Sin ninguna duda se refería a él. Esta criatura de la noche, este sapo poderoso, parecía poder hacer lo que quisiera. ¿Y si no era malo? –pensó Carlitos. Era feo, sí, pero es que era un sapo. Parecía malvado, desde luego, pero, ¿qué otra cosa podía parecer un arrugado sapo en una ventana en mitad de la noche iluminado por relámpagos?

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