Cuento Fantástico 06. Revelaciones

Capítulo 6. Revelaciones

Sapo y Caracol se fueron a la orilla de la charca a hablar mientras Carlitos buscaba leña para pasar la noche. Subió la ladera hasta la linde del bosque y buscó palitos pequeños para encenderla y otros mayores para hacer brasas. El se encargaba en casa de esta tarea, así que sabían bien qué tenía que hacer.

Se sentía muy extraño, ahora que veía las plantas y los árboles de cerca, había muchos que no conocía. ¿Y qué podía decir de los animales? La mitad de los insectos no los había visto en su vida. Tampoco podía decir que la luz le fuera natural, todo parecía tener otros matices distintos de lo que estaba acostumbrado a ver desde que nació.

¿Cómo era eso de que el tiempo se detenía? De entrada y después de todo lo que ya había visto, estaba dispuesto a aceptar cosas que antes ni se le hubieran pasado por la cabeza, así que suponía que sería cierto.

Se sentó en un tronco y miró hacia la charca. A lo lejos podía ver a Sapo y a Caracol que seguían en el mismo sitio. De la boca de Caracol salía una pequeña columna de humo muy blanco, pero no podía advertir qué era, hacía bastante que habían pasado los efectos del hechizo o como quisiera llamarlo que le permitía ver tan lejos. Le pareció que era una especie de cigarrillo. Lo que le faltaba por ver... un caracol fumando.

Alrededor de Carlitos volaban algunos insectos que no parecían en absoluto amenazadores, algunos eran bellísimos. Se preguntaba qué habría en los árboles, cómo serían los pájaros y, sobre todo, si todos los animales hablaban en aquél lugar. Se extrañó también de la naturalidad con que se estaba tomando todo lo que pasaba. Al fin y al cabo, estaba hablando con un sapo y un caracol que cambiaban de tamaño a su antojo y poseían extraños poderes. También le preocupaba pensar qué planes le tenían reservado. Pensó en el tenedor al que tanto miedo le había tenido siempre y sonrió como el adulto que recuerda los miedos de su niñez, ¡pero si no habían pasado ni tres horas!

La luz estaba retrocediendo muy despacio, una ligerísima brisa muy agradable subía por la ladera acariciándolo y las nubes estaban dispuestas con tanta gracia y tenían tan escogidos colores que parecía que las habían puesto allí sólo para disfrutar viéndolas.

Al final, se levantó y continuó con su tarea llevando la suficiente leña como para pasar la noche. La amontonó por tamaños pulcramente, aquél lugar no se parecía en nada al desorden con el que estaba acostumbrado a convivir y condicionaba su conducta.

Los dos extraños acompañantes se acercaron y el Caracol observó con aprobación los montones de leña. Ya había dispuesto adecuadamente la suficiente para encenderla.

-Enciéndela tú -dijo Sapo mientras se dirigía a una especie de cabaña que había junto a unas piedras.

Caracol se aproximó a la hoguera, aún apagada y, ante la mirada atónita de Carlitos, comenzó a salir humo de la parte inferior.

-No lo molestes -le dijo Sapo.

Carlitos se sobresaltó y dejó de mirar unos segundos. Cuando volvió la cara, el fuego se expandía por las ramas más pequeñas y lamían los troncos más gruesos que estaban encima. La luz se había ido casi por completo y los rostros de los presentes empezaron a tornarse rojizos por los reflejos del fuego.

-Noto el calor del fuego, Sapo -dijo Carlitos.

-Sí, ya se habrá pasado el efecto de lo que te hice.

-Ah, creí que sería para siempre.

-Nada es para siempre -sentenció Caracol.

El chico intuyó que la situación, fuera la que fuera, se había vuelto más grave, por el tono de la conversación y por las caras de sus extraños acompañantes. Caracol había traído unas hierbas y hortalizas parecidas a las que conocía y Sapo las estaba clavando en unas cañas que puso cerca del fuego. El olor que desprendían era delicioso. Sapo iba sacando los trozos que ya estaban hechos y Carlitos los comía ávidamente. Cenaron en silencio y terminando, sintió que le estaba entrando mucho sueño, pero mucho, mucho... muchísimo. Le parecía que la cabeza la tuviera rellena de plomo y el cuello fuera un sencillo alambre. Se apoyaba la cara en la mano y ni aún así podía sujetarla. Recordó que Sapo vino a por él cuando todavía no se había dormido y si había podido aguantar era por las sorpresas que se llevaba a cada segundo. Pero pasada esta, lo único que quería Carlitos era dormir.

Caracol se dio cuenta y le dijo:

-Puedes tumbarte ahí, sobre esas hierbas, son mullidas, no pican y su olor es agradable. Estarás bien.

-Gracias -respondió y, retirándose un par de metros, apoyó la cabeza en ellas. Era cierto, eran muy tiernas y suaves y cerró los ojos. Se quedó dormido rápidamente, pero el día había sido tan extraño y agitado que empezó a soñar con situaciones incoherentes y terminó despertándose. Medio en sueños, escuchó a Caracol hablar con Sapo.

-Tendremos que ayudarle -decía Sapo.

Caracol fumaba sin responderle. Miraba el cielo.

-Un día todo esto acabará y nosotros no seremos nada -murmuró-. El cielo se volverá oscuro, el agua se pudrirá, los gusanos emponzoñarán esta tierra. Nosotros no seremos nada... -repitió.

Sapo se quedó pensativo y tiró una piedra a la charca.

-Puedo volver -dijo.

-No serviría de nada.

-Pero podría volver y buscar...

-No -le interrumpió Caracol-. No digo que lo hayas hecho mal. Quizás no haya nada mejor. Es lo más seguro. Han pasado demasiados años, la sangre se diluye, el potencial se pierde.

-Pero la magia... -comenzó a decir Sapo.

-La Magia con mayúsculas ya no existe.

Hubo un silencio durante unos segundos. Sapo se rascó con la pata trasera y dijo:

-¿Qué hacemos entonces?

-Apechugar con lo que tenemos.

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