Déjà Vu

Salí con 15 minutos de retraso, era demasiado tarde para tomar el autobús y subí al primer taxi que encontré. Anoche habíamos quedado en reunirnos en la asamblea, para discutir acerca de la culminación del proyecto “Unite Hands Aid”. Sinceramente, nunca fue un proyecto que me importó demasiado, la mayoría de las veces los altos funcionarios terminaban llevándose la mayor parte de la plata, prometiendo regresarla al fondo lo antes posible. Lo que ocurría era que aprovechaban las enormes cantidades de dinero para crear cuentas bancarias que dejaban estáticas durante largos periodos de tiempo, para después transferirla al fondo original de vuelta y así ellos quedarse con todos los intereses acumulados.

Mi trabajo consistía en la realización visual de la campaña. Yo era el encargado de diseñar anuncios, publicidad BTL, volantines, etc.

Ni siquiera sé por que acepté trabajar con ellos, en realidad todo el proyecto era una excusa para robar intereses.

Las 9:43. El tráfico vehicular aumentó intensamente de momento a otro. Y yo ahí, sentado en la parte trasera de un taxi, dirigiéndome a un lugar donde ni siquiera deseaba estar.

A donde apuntaran mis ojos, percibía rostros cansados, incontables los niños “pipila” camino a perder el tiempo, en fin, cosa de diario, la escena extrañamente me recordó aquel Altazor que había leído de joven, los molinos de aumento, de tormento, envenenamiento, sotavento, nacimiento. Más de 4 páginas llenas de molinos y repeticiones, aunque todas completamente distintas.

Pensé en que quizá las repeticiones nunca dejarían de ser eternas: entre rutinas, maneras automáticas del ser, visitas al dentista, sábados en el Café Cortazar, cuentas…

Sin embargo, curiosamente el Altazor de Huidobro daba la posibilidad de diferencia en cada repetición.

Repentinamente, noté que el taxista sacaba de la guantera unos ya viejos Mild Seven, encendió el primero de la mañana y tiró el fósforo de madera por la ventanilla. Reconocí la acción de inmediato, miré hacia la calle donde una mujer embarazada caminaba junto a su perro. La situación me transportó al recuerdo: esa ventanilla, esa mujer, los cigarrillos maltratados, esa situación había transcurrido antes, yo en el taxi junto con todos los sucesos exactos, pero ¿Cuándo?

Recordé también que la sensación no era nueva. Algo siempre extraño es que siempre soy capaz de recordarlas casi todas a la perfección: La década de los 80, tendría unos dieciséis años cuando caminaba rumbo al centro a comprar algunas pinturas que me había encargado el sr. Rocambole, cuando topé a mi antiguo profesor de biología; al mero momento de saludarlo experimenté la misma sensación de suceso ya vivido. En otra ocasión, tuve una fuerte discusión con un compañero de trabajo, que no tardó en desenmascarar el pleito y al instante en que yo le grité la ofensa, me atrapó el mismo recuerdo efímero.

Pensé entonces en la completa situación existencial en la que me encontraba, en el tiempo, el nacimiento y la muerte. Estos son pequeños chispazos de recuerdos que a menudo le llegan a las personas, lo interesante es pensar por qué, algunos somos capaces de recordarlos exactamente como sucedieron.

Me dejé llevar, saqué la libreta y fantasee un poco. Las ideas que venían a mi mente ya no se parecían a ninguna que hubiese tenido antes, ese momento era especial, extraño y digno, como si de alguna manera mi conciencia jugara una partida de ajedrez con un destino imaginario.

Cerré los ojos y entonces intenté recordar todas las diferentes maneras de repetición que experimentan las cosas. Según parecía, la repetición podría ser una clave para la existencia del universo, recordé los ciclos del clima, las leyes y procesos orgánicos de reproducción, la renovación de las células en el cuerpo, el desarrollo y declive de las civilizaciones. Me miré a mi mismo como parte de ese proceso renovador, habiendo muerto y vuelto a nacer incontables veces a través del tiempo, repitiendo mi vida una y otra vez. Supuse, que quizás solamente siendo conciente de este hecho yo podría formar parte activa de ella y tomar de una vez por todas, el control. Pero, ¿Cómo me daría yo cuenta? ¿De que manera sabría que en realidad detuve el proceso de repetición, cambiando los acontecimientos y librando mi vida de las condiciones temporales? Meramente, se necesitaría un trabajo muy intenso para tener semejante control. Yo, ¿osando enfrentar las voluntades del universo?

Detuve mi pensamiento. Dejé de cuestionar la situación concentrando mis fuerzas en controlarla únicamente.

“No hay nada nuevo bajo el sol” fueron las palabras que alguna vez escuché decir a un campesino que dedicó la mayor parte de su vida a sembrar y recolectar calabazas.

El auto se frenó de repente, abrí los ojos dándome cuenta de que había llegado al centro de reunión; pagué al taxista.

Un sentimiento de duda mordió mi voluntad por entrar, de todas maneras ya era tarde, aunque presentí que todavía me esperaban. Miré un par de minutos la puerta y el enorme reloj que estaba sobre ella, eran las 10:58, quiero decir que volvían a ser las 10:58.

Al darme cuenta de la infinita sucesión de eventos, ya nada pareció importarme. Cada hora repetida, cada palabra dicha, las veces en las que uno hace el amor. Siempre un principio y un fin amalgamados a una eterna recurrencia, como entrar y salir de una puerta que se encuentra en la nada.

No entré, volví a tomar un taxi de regreso a casa pensando en las cuentas llenas de dinero, en los molinos y los cigarrillos del taxista.

Hasta el día de hoy, la cuestión continúa tatuándose en mis pensamientos. ¿Habré sido capaz de burlar a la recurrencia? o simplemente volví a ser una marioneta más en el moebius de la existencia, provocando ese déjà vu que consta desde la juventud del mundo.

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