Las discotecas son mentira

Los pubs y las discotecas viven de vendernos una mentira. Y si quieren que su negocio siga funcionando, tendrán que mantener esa mentira cueste lo que cueste.

¿Para qué salimos por la noche? ¿Para relajarnos? ¿Para distraernos? ¿Para estar con los amigos?

Mentiras. O mentiras sublimadas. Freud nos haría pasar un mal rato si intentáramos colarle esta respuesta. ¿A quién pretendemos engañar? Para estar con los amigos no necesitamos hacinarnos en lugares insanos, oscuros y mal ventilados con una música que muy a menudo no es de nuestro agrado y que casi siempre está a un volumen ensordecedor.

¿Somos imbéciles o qué? ¿Por qué nos castigamos a nosotros mismos? Es evidente que un lugar tan inhóspito como es un pub lleno no puede ser agradable la primera vez. Sin embargo, reajustamos nuestras mentes para que nos acabe gustando, para acabar necesitando salir.

Hay algo absurdo en todo ello. ¿O no?

Lo que diferencia esta actividad de ocio de cualquier otra es la cantidad de personas que se reúnen en un espacio limitado sin más cosa que hacer que mirarse mutuamente. Es posiblemente la única actividad de tiempo libre en la que mucha gente desconocida se reúne en un mismo espacio sin nada que hacer ni que mirar. En el cine miras la película, en un concierto a los intérpretes. En un partido, a los jugadores. Pero ¿qué miras en una discoteca si no es a la gente a tu alrededor?

Salimos para mirar. Salimos para ser mirados. Hay gente que se miente y se dice a sí misma y a los demás que sale para estar con los colegas, con las amigas, pero tanto si lo cree como si no es mentira y cae por su propio peso: para estar con tus amigos no necesitas meterte en ninguna lata de sardinas que apesta a tabaco, a alcohol y a sudor en un lugar donde sólo te puedes comunicar con ellos a voces y en el cual no se puede hacer prácticamente nada excepto beber, fumar, contarle chistes de una sola frase a la persona de al lado a voces y bailar. Durante horas.

Durante muchas horas.

A veces, durante una jornada laboral.

A veces, durante más.

Y desde luego, no dedicas media hora, una hora, dos horas, una tarde o incluso días buscando la ropa perfecta para simplemente estar con los amigos.

Porque para juntarte con tus amigos no necesitas nada excepto a tus amigos.

Y sin embargo, ya veis que cientos de millones de jóvenes y no tan jóvenes salen los fines de semana por las noches y se dejan la salud con la esperanza de...

¿Qué es lo mejor que te puede pasar si sales una noche?

Supón que quieres contarle a alguien cómo fue la noche anterior, pero no le quieres contar la verdad. Lo que quieres contarle es la mejor noche posible. ¿Qué le contarías? No sé exactamente lo que le dirías, pero tengo claro algo: podrías olvidar el número y la calidad de las copas, el número de cigarros, podrías cambiar los sitios donde transcurre la acción, que la música te gustaba o no. Podrías contar la historia de mil maneras distintas. Pero si quieres contar la mejor noche posible, sólo hay un final: sexo. Con alguien guapo. Da igual cómo cuentes la historia, acabas en la cama con alguien.

Y el que diga lo contrario, miente. A lo mejor no lo sabe, se ha creído la propaganda, pero el hecho es que miente. Porque nada, absolutamente nada de lo que nadie diga explica por qué esos cientos de millones de jóvenes de todo el mundo gastan dinero, tiempo y esfuerzo en mejorar su aspecto físico para esa noche. Ningún motivo explica satisfactoriamente todo lo que la gente hace para mejorar su escaparate.

Salimos para mirar y ser mirados. Todo lo demás son motivos secundarios. O aún peor, excusas, coartadas. Algunos se engañan y dicen que se arreglan para sentirse mejor con ellos mismos, pero a esa gente yo les pregunto: ¿por qué te sientes mejor? ¿Por qué la manera en la que te haces visible a los demás te hace sentirte mejor?

Salimos porque queremos conocer gente del sexo opuesto. Lo demás es parafernalia. Y ese es el negocio de las discotecas. Porque el ser humano es idiota y tiene que hacer complicado lo simple. Inventa sitios extraños, espacios especiales con reglas sociales y de etiqueta propias, donde las reglas de lo aceptable y lo inaceptable cambian. Y esa actividad es tan importante para nosotros que estamos dispuestos a pagar por ello. Pagar mucho. Pagar cantidades inaceptables en cualquier otro contexto. Incluso pagamos para poder entrar en alguno de esos espacios especiales supuestamente privilegiados. Y no protestamos. Tanto nos importa que tragamos con ello semana tras semana.

Pero es mentira. Y todo el negocio depende de que siga siendo mentira.

Todos los pubs y discotecas, para tener éxito de verdad, tienen que hacerte una promesa, y luego hacer todo lo posible para que no se cumpla. La promesa de que puedes conocer a alguien y acabar la noche con esa persona. Esa es la promesa básica. Para algunos, algunas veces, es verdad. Para algunas personas, las menos, se cumple con cierta frecuencia.

Pero para la inmensa mayoría de la gente, esta promesa es mentira. Y para que el negocio siga en marcha, debe seguir siendo mentira. Porque la gente feliz no consume. Porque las parejitas no se dedican a beber hasta reventar. Porque los ligues tienen mejores cosas que hacer que pedir copa tras copa en pareja. Porque los acabados de las discotecas tienen dinero fresco en el bolsillo y ninguna otra cosa que hacer en estos sitios excepto gastarlo.

Así que hacen todo lo que pueden para hacerte esa promesa, y al mismo tiempo impedir que la promesa se cumpla. Los locales ponen el sitio, un estilo determinado y música para seleccionar, de entre todos los tipos de clientes posibles, unos tipos muy concretos afines entre sí. Ponen el alcohol, que se supone desinhibe.

Mentira, claro. No desinhibe, pero te da una excelente coartada para que tú, por decisión propia, te desinhibas.

Y para que la promesa no se cumpla, detalles más sutiles. La música a un volumen imposible, que impide toda comunicación. Esa es la clave: imposibilitar la comunicación. Luego hay otros detalles de menor importancia para mejorar los resultados. Un ambiente diseñado para impedir que te tranquilices. Ojos más o menos ciegos al consumo de drogas en el local, drogas que desde luego no fomentan las relaciones sociales, y que incluso sacan la violencia que, algunos más que otros, llevamos dentro.

Para que el negocio funcione bien de verdad, es importante que creas dos cosas:

1 - En los locales nocturnos te puedes relacionar con gente nueva del sexo opuesto.

2 - Si no lo consigues, es culpa tuya. La oportunidad la tuviste.

El segundo punto es especialmente importante. Para el negocio, es imprescindible que creas que la razón de tu fracaso eres tú mismo. Si piensas que es la situación, ese local, o todos los locales nocturnos en general los que impiden que consigas relacionarte con gente del otro sexo, empezarás a evitar ciertos sitios y al final buscarás otras formas de gastar tu tiempo.

Porque puedes estar con tus amigos en otro momento y en otros sitios.

Y porque es posible que si descartas la idea número dos y empiezas a buscar otras formas de gastar tu tiempo, descubras que se liga más en un curso de alemán. O en un camping. O en un congreso científico. O en un viaje de fin de carrera. O esperando una revisión de examen incluso. Situaciones donde lo más importante es relacionarse con otras personas. Nada de música, nada de alcohol, nada de tener un aspecto perfecto e inmaculado con tu mejor ropa, tu mejor afeitado y tu mejor traje. Nada de tipos de dos metros con cara de “yo no tengo amigos, yo no necesito amigos, yo desayuno un amigo crudo todas las mañanas”. Nada de nada.

Sólo gente relacionándose con gente. No hace falta nada más. No hacía falta hace veinte mil años y no hace falta ahora.

Pero cuidado a quién se lo dices. El negocio de mucha gente depende de que esto no se sepa.

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