Encontré el caldero de oro
Hoy encontré el caldero de oro que unos duendes escondieron al final del arco iris. Curiosamente, estaba en una zona sin edificar, con lo escasas que son hoy en día. Claro, el caldero estaba allí esperando a que se vendieran los terrenos para hacer alguna nueva y deslumbrante promoción de viviendas de dos, tres y cuatro dormitorios todo exterior con alicatados hasta el techo.
Pero yo lo encontré antes.
Y con ese oro y unos ahorrillos podré dar la entrada a un pisito. Con moderación, claro, que tal como están las cosas, hasta el caldero de oro de los duendes se queda corto.
Y cuando me acepten la entrada, tendré que ponerme a buscar el tesoro del pirata Barbanegra, ahora que los piratas están de moda. Y es que no puedo pedir un préstamo. Como autónomo miserable que soy, los bancos no me quieren. En cuanto entro por la puerta y ven que no tengo pinta ni de arquitecto ni de abogado, llaman a seguridad y tengo que salir discretamente por donde he entrado. Así premia la sociedad a los que no tienen más jefe que el cliente ni más control de su trabajo que la posibilidad de que hablen bien de ti para pillar otro trabajo.
Es pura envidia, la verdad.
Por otro lado, me levanto a las nueve y trabajo en pijama. A ver quién puede decir eso. No tengo donde caerme muerto, pero finjamos que no nos damos cuenta de eso. Y rentabilizo mi pijama más que la mayoría.
Flaco consuelo será ese cuando el Euribor vuelva a subir y yo me pille un puente compartido con cuatro arcos, todo exterior y patos mutantes de río contaminado.
Hale.