Magacín

Del frío al calor. Empezando a componer

Desde que comencé con este blog y con musicalisis (el cual prometo actualizar en cuanto disponga de más tiempo) he recibido diferentes e-mails y mensajes por privado pidiéndome consejos sobre diferentes aspectos de la teoría (por otras cosas afortunadamente no me preguntan..., aunque quién sabe, quizá sea un buen consejero sentimental y este desperdiciando mi talento :P ). A día de hoy creo haberlos contestado todos (creo...).

En todo caso, por razones evidentes relacionadas con el poco tiempo libre del que dispongo, echo de menos poder desarrollar mejor algunas respuestas. Por este motivo quiero dedicar el artículo de hoy a una de las consultas más habituales que me hacen por privado, una muy general y que creo que puede interesar a muchos.

Me apoyaré concretamente en el último mensaje que recibí:

“...he escuchado suficiente música y he tocado bastante – 12 años tocando la guitarra - como para poder componer, y aun así no soy capaz de escribir una sola canción. O bien me salen unos cuantos acordes bonitos, pero sin relación ni estructura, o bien me frustro intentando sacar algún ritmo que tengo en la cabeza, o cosas así... ...Mi pregunta es: ¿crees que hay alguna manera en la que ordenar el proceso creativo? lo que más me cuesta es empezar... ...si empiezo de cero, mientras hago una base de acordes (a la que nunca sé darle una estructura coherente dentro del marco de una canción) no puedo pensar en la melodía, y no puedo sacar una melodía sin apoyarme en una base...“

Bien si estamos comenzando a componer por primera vez o bien si llevamos ya muchos años en esto, siempre tendremos que atravesar la barrera del inicio de una canción. Para ello existen diferentes técnicas que pueden ser útiles sobre todo cuando uno aún no ha adquirido soltura. Todo esto al margen de la formación técnica y teórica básica que damos por supuesta.

Todos tenemos la imagen típica del compositor que se sienta al piano o a la guitarra y comienza a componer casi de manera inmediata, va tocando notas y las va escribiendo una por una hasta terminar la composición de principio a fin. Bien, esto puede ser así o no, particularmente pienso que no es el mejor método para alguien que empieza (o lleva tiempo en esto pero encuentra dificultades para iniciar un tema nuevo). Esto equivale al ejemplo de una persona que saliera a correr una mañana con mucha energía con la intención de hacer deporte. Si conoce el recorrido que va a hacer no tendrá en principio ningún problema, pero en caso contrario, si comienza a correr sin ningún rumbo dieñado por una zona que no conoce, es fácil que vaya encontrando semáforos, terrenos incómodos, obstáculos, callejones sin salida, se pierda, etc... Mientras esa energía irá disminuyendo hasta dejarle cansado. Si hubiera trazado al principio un recorrido y hubiera estudiado el camino por el que se iba a mover probablemente no hubiera tenido ningún problema.

Cuando uno comienza a hacer arte tiende a pensar que cada decisión debe de ser fruto de la inspiración, pero hay decisiones, las primeras, que no tienen por qué surgir así y ayudan a que esa inspiración pueda fluir, pueda ser concretada musicalmente y no quedarse en intención.

Por ejemplo, antes de comenzar a componer yo tomaría una serie de decisiones en “frío”, la primera podría ser la estructura. Ese es el primer trazo del mapa que podemos crear para que nuestra inspiración lo recorra. Por ejemplo algo así como:

Intro - A – A2 – B – A3 – B – C – A – B – Final

(En una canción ligera A equivaldría a por ejemplo, estrofa, B a estribillo, C a desarrollo etc..) . Podemos hacer la estructura que queramos (aunque hay algunos standares que ayudan a mantener cierto “equilibrio”) luego podremos cambiarla, romperla y hacer lo que queramos con ella, pero un esquema previo nos ayudará a ir generando un punto de partida.

La tonalidad principal del tema (siempre que este sea tonal, claro) podría ser el siguiente paso, la siguiente decisión que no necesariamente nos la ha de dar la inspiración. Por ejemplo podemos decidir que la tonalidad principal de la parte B sea diferente a la de la parte A (por ejemplo la tonalidad de dominante, algo muy habitual, o cualquier otra). El ir marcándonos unos márgenes nos ayudará a no comenzar de cero. Un esbozo que luego podemos rellenar de creatividad.

A partir de aquí podemos generar un esqueleto armónico o comenzar a pensar en la melodía para luego armonizar ésta. Todo esto depende del estilo sobre el que vayamos a trabajar. En algunos estilos la estructura, el ritmo, etc ya viene impuesto.

Bien, si no se nos ocurre nada para hacer con la melodía o la armonía podemos forzar esto imponiendo un ritmo base para una de ellas. Por ejemplo, para la armonía podemos tomar la decisión de que cada acorde dure x tiempos (no tiene por qué ser simétrico, podemos decidir que el primero dure 4 y luego los dos siguientes 2), podemos decidir que en la parte B el ritmo armónico se acelere a un tiempo por acorde, que se dilate, etc...

Son decisiones que podemos, insisto, tomar en “frío” y que ayudan a comenzar a caminar.

Con las partes melódicas ocurre igual, si nuestra imaginación no nos sugiere el comienzo de una melodía podemos ir creándola imponiéndonos la toma de ciertas decisiones, concretando algunos de los elementos que las constituyen. Por ejemplo las figuras rítmicas, al igual que con los acordes, imponiéndonos por ejemplo usar sólo negras con corcheas al final de cada compás, quizá pueda parecer artificial pero nos ayudará a ir escribiendo sobre el papel (o el secuenciador) y a que éste deje de estar en blanco. Podemos imponernos cualquier elemento que forme parte de una melodía: acentuaciones, notas extrañas, cromatismos, síncopas, etc... En cualquier momento se encenderá nuestra bombilla y empezaremos a tomar decisiones más “artísticas”, en cualquier momento sentiremos que el cuerpo nos pide transformar alguno de estos elementos, que ese ritmo va mejor de “esta manera”, que “esto” suena mejor si hago “esto otro”, etc. Es probable que luego lo que hagamos nada tenga que ver con esas decisiones que nos obligamos a tomar al principio, pero eso no importa. Esas decisiones son como ese avión que hace despegar a aviones sin motor y que luego los deja libres en el aire para que sigan volando solos. Nuestra inspiración debe volar, lo está pidiendo, pero a menudo necesita un impulso.

La dificultad más importante consiste en tomar decisiones y la primera decisión va a ser normalmente la más difícil. Despegar es lo más complicado, una vez en el aire todo es bastante más sencillo (aunque sin tener unas mínimas nociones de pilotaje también es fácil estrellarse...). Y siguiendo con este símil aportar que también es bueno tener el aterrizaje controlado. Los finales son importantes, muchas veces no los tenemos en cuenta y curiosamente es una de las partes de la obra a la que el público (habitualmente de modo subconsciente) le da mucha importancia.

Recuerdo las veces que he ido a conciertos de bandas en Valencia al Palau, con repertorios complicados para digerir, y he observado como esa parte del público que no hacía más que bostezar, moverse incómodo en la butaca, mirar el reloj... luego, tras un final solemne y atronador, con una percusión que parecía anunciar el fin del mundo, con sobredosis de bombo y platillos, se han levantado entusiasmados aplaudiendo como locos. Es como en una comida, por muy buena o mala que esté, siempre se te va a quedar en el paladar el gusto del último bocado. La ventaja es que en música, si no sabes como acabar, siempre puedes hacer un “fade out”... ;). Cuando sabes como empezar y acabar algo, tienes controlados sus margenes, es mucho más fácil o cómodo desarrollarlo.

En el fondo todo consiste en la toma de decisiones. Estas decisiones se pueden forzar de una forma más o menos premeditada o pueden surgir desde un torrente de impulsos emocionales profundos a los que hay que abrirles paso porque se amontonan en nuestra cabeza.

La melodía más bonita no deja de ser, si la destripamos, un conjunto de duraciones y alturas sonoras básicamente (aunque su origen probablemente venga de una alta dosis de inspiración). Si no sale sola esa combinación de duraciones y alturas, podemos provocarlas forzando la aparición de esos elementos. Más tarde o más temprano será la inspiración la que coja el volante.

Juan Ramos

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