El holograma
En las películas —entiéndase, en las americanas, es decir, en las buenas— el aficionado a la música clásica aparece siempre como un amargado que pasa las horas escuchando las mismas óperas de Mozart que sonarían en un anuncio de coches. Curiosamente, en las mismas películas —las americanas, o sea, las buenas— los aficionados a la música Rock están siempre escuchando cosas nuevas e increiblemente molonas. Nunca aparecen escuchando un grandes éxitos de Creedence Clearwater Revival.
En realidad, las cosas son bastante distintas. El aficionado a la música clásica es generalmente el tipo de melómano que no soporta estar escuchando continuamente las mismas piezas, el que permanentemente busca nuevas sensaciones sonoras y realmente disfruta de las rarezas. Entre los aficionados a la música clásica es común el gusto por las formas de Jazz más burras —Coltrane, Ayler, Brotzmann, Taylor y un larguísimo etcétera— y también por músicas electrónicas o electroacústicas de vanguardia —Xenakis, Stockhausen, Cage, Mumma, Crumb y otro largo etcétera— que harían exclamar «¡ruido!» con voz de alarma a cualquier fan de Pan Sonic o Alec Empire.
En el vídeo, el maravilloso Art Ensemble of Chicago.
En Vicisitud y sordidez acuñaban esta irónica idea: «La única canción mala de cojones la compone un tal Brahms, con lo cual se demuestra que, en realidad, a nadie le gusta la música clásica. Quienes os digan que sí les gusta en realidad son hologramas». Siempre me han divertido los hologramas, me apunto a ser uno de ellos.
PD. Brahms nació, como yo, otro siete de mayo. Éste es el tipo de cosas que me provocan un quizá injustificado respeto.