Jornada de reflexión

Creo que hay dos formas de componer música. Según sea el caso, al trabajar, a veces tiendo hacia una o hacia otra. A todos nos pasa.

La primera consiste en dejarse llevar. Es una sensación similar a cuando tienes tanto sueño que no logras mantener los ojos abiertos. Si los cierras, sin el menor esfuerzo, terminas dormido profundamente.

Uno se sienta al piano, o frente a la partitura o el secuenciador, y todo comienza a fluir, tan sólo hay que escribir, tocar o grabar lo que va saliendo de nosotros. En el mejor de los casos esto puede ocurrir porque estamos muy inspirados y en el peor porque no estamos siendo muy exigentes.

La otra, según como se mire, podríamos decir que es opuesta. Consiste en romper la inercia. Es como si antes de quedarnos dormidos tratáramos que nuestros sueños fueran... diferentes. No los sueños que a nuestra mente le daría por crear, de un modo más o menos aleatorio durante la noche (aunque estos pudieran ser preciosos) sino otros sobre los cuales nosotros tuviéramos todo el control y cada intervalo los cuestionáramos hasta estar seguros de que es ese el sueño que queremos estar teniendo.

“Sí, podría hacer esa melodía, esa que me viene a la cabeza, pero no, busco algo distinto. Algo que se encuentra más escondido... algo un poco más allá... algo que no puedo explicar con palabras ni con el tipo de música que se ha hecho hasta ahora...”

Ese pensamiento ha sido el motor que ha hecho evolucionar la música, que ha enriquecido nuestro lenguaje musical. Un patrimonio no sólo de los músicos si no de toda la humanidad.

Ese “buscar” llevó a cuestionar, con el paso de los años hasta nuestros días, cada vez más cada uno de los elementos, ya que cualquiera de ellos (la armonía, estructura, etc) intervenían en el proceso creativo de algún modo. Hasta llegar a cuestionarlo todo. Hasta el punto de tumbar el sistema tonal. Hasta llegar a estrenar, por ejemplo, una obra sólo con “silencio”. A todo se le daba la vuelta y lo que hiciera falta.

Se exploró todo y todo quedó al descubierto. Ahora ¿Queda algo por cuestionar? ¿Qué queda por descubrir? Parece que ya no quedan fronteras. Podemos hacer uso del lenguaje musical como queramos.

En nuestro planeta, la tierra, ya no queda prácticamente ningún rincón por explorar, hemos subido a las montañas más altas, casi hemos llegado a lo más profundo de los océanos. En otros contextos hemos realizado las barbaridades más gordas y también las más maravillosas. La tecnología ha llegado a niveles difícilmente imaginables no hace demasiados años. La sensación de que el ser humano es capaz de cualquier cosa que se proponga (para bien y para mal) esta ahí. Creo que cuesta convencerse de lo contrario.

En la música ha sucedido algo similar y prácticamente al mismo tiempo. Conocemos los margenes y los hemos traspasado. Por otro lado, estilos, al principio muy distintos, comenzaron a coquetear y todas y cada una de las normas (tanto su uso como su falta) se han convertido en un recurso creativo. Somos libres para hacer música como queramos. Somos libres musicalmente. Uno no tiene que ser, necesariamente, un músico de blues, de flamenco, de heavy o de house. No necesita etiquetas (salvo para estar en la estantería de la Fnac...), puede coger de aquí y de allá para hacer música. Porque está todo a su disposición. Todas las herramientas están sobre la mesa. Tan sólo hay que conocerlas, aprenderlas, sentirlas y usarlas. ¿Qué más da que una venga de un sitio o venga de otro? ¿Qué más da si se llama A, B o C?

Que podamos hacer lo que queramos, como queramos, no implica que tenga que ocurrir (no digo que no haya alguno que lo haga, yo lo intento). La mayoría colgamos nosotros mismos, en nuestras frentes, las etiquetas (o “pseudoetiquetas”) y si no, los medios a través de los cuales podemos lograr difundir nuestro trabajo nos lo exigen. Incluso el propio público a menudo lo pide.

Con todos los medios hoy en día a nuestro alcance para lograr nuestros objetivos artísticos no debería ser tan difícil desprenderse de las etiquetas, de los géneros y hacer simplemente música, hacer uso de “esto” y de lo “otro” para expresarnos a nuestra manera. ¿Pero realmente queremos eso? ¿Somos músicos en general o músicos pertenecientes a un estilo (o estilos) determinado?¿El que escucha música quiere algo realmente que no pueda encasillar? Quizá es más sencillo (y quizá efectivo) expresarse cuando uno trabaja dentro de un estilo o de un género, o subgénero, determinado (aunque trabaje varios) y, más allá de una fusión controlada entre estilos o corrientes, lo demás se vea como algo, que en cierto modo, cuesta encajar y manejar. O quizá sea porque a muchos de nosotros la verdadera libertad nos asuste y prefiramos expresarnos dentro de la cobertura que nos dan los géneros, con su márgenes. Pisando a veces fuera pero dejando siempre un pie dentro.

Yo, por ejemplo, cuando trabajo en proyectos propios suelo hacer uso de estilos determinados, en algunos casos para ordenar mejor ideas musicales, en otros casos porque hay géneros que, en sí mismos, simplemente me atraen (esto imagino que le pasará a la mayoría). Aunque también, por otro lado y de modo paralelo, estoy tratando de desarrollar esa libertad, que para mis pretensiones como músico, la necesito. Esto último es realmente lo que más me apasiona y una de las razones por las que decidí dedicarme a la música.

Por último... Dicen que el arte, de algún modo, siempre refleja la sociedad en el tiempo en que vivimos. No puedo estar más de acuerdo.

Juan Ramos.

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