Ludiguer - al loro - comentarista vs como un turista
Ayer por la noche estuvimos viendo uno de los tantos partidos de fútbol que hacen por televisión, y ya en los comentarios previos, yo notaba que a mi loro algo le estaba llamando la atención, pero como no decía nada, cosa rara en él, tampoco le di demasiada importancia, así que el partido avanzaba en silencio por nuestra parte hasta que mi alada mascota decidió interrumpirlo, “¿Pero cuánta gente se necesita para comentar un partido de fútbol?”, entonces yo me giré hacia él y le dije, “hombre, para comentarlo, lo que se dice comentarlo, con uno es suficiente”, “Pero yo ya he oído por lo menos seis voces diferentes”, me aclaró él, “bueno”, traté de explicarle mientras ponía un ojo en la jaula y el otro en la pantalla, “eso es una tendencia que hace algunos años se puso de moda. Las cadenas buscan colaboradores, normalmente entrenadores o antiguos jugadores, para que ayuden a hacer los comentarios de los partidos”, y entonces él me replicó, “Sí, pero con tantos como son ¿les da tiempo a hablar a todos”, “yo creo que al menos una frase sí que les da tiempo a decir”, le aclaré no sin cierta sorna, “pues que lástima ¿no?”, continuó él, “que te saquen de tu casa para hacer los comentarios y que sólo te dé tiempo a decir que cuando llueve la hierba está más resbaladiza, o algo así”, “según se mire”, le respondí, “porque ven el partido gratis en el campo”, “la verdad es que sí”, añadió mi amigo multicolor, “aunque visto desde otro punto de vista no es tanta lástima que no puedan hablar ya que la mayoría de las veces es más interesante que no digan nada. Pero ni ellos, ni los que se supone que son los profesionales de la comunicación”, “¿y por qué dices eso?”, le pregunté yo haciéndome el ingenuo, “pues unos porque el hecho de haber sido jugadores de fútbol no creo que les dé los recursos suficientes para salir airosos de los barrizales en los que se meten , y a los otros porque hay veces que valdría la pena que sólo transmitieran la imagen y el sonido ambiente sin comentarios porque más que informar, confunden”, “no seas así”, le dije yo tratando de calmarlo, “hay cosas que uno no ve o desconoce, y ellos te lo aclaran, ¿no?,”, “y al revés también”, me dijo, “porque están metidos en sus conversaciones privadas a seis bandas que llevan un cuarto de hora contando como ‘clara ocasión de gol’ una jugada que estaba anulada por fuera de juego. Se ha oído el silbato del arbitro antes de tirar, y luego el portero ha sacado desde fuera del área pequeña. Pero como estaban contándonos como era el restaurante al que han ido a comer, ninguno se ha dado cuenta”. “Bueno, pero eso es un hecho puntual, y el resto del partido sí te orientan”, le respondí tratando de quitar importancia al asunto. “Sí”, siguió diciéndome, “sobre todo cuando se dedican a poner absurdos apodos como ‘los enanitos’, ‘el mas listo’, ‘el sargento’, que seguro que se les ocurren mientras están comiendo, y luego piensan que nosotros también hemos estado sentados con ellos en la mesa y sabemos a quién se refieren y que nos va a hacer la misma gracia”, “pero eso lo hacen para adornar las retransmisiones”, volví a interrumpirle tratando de aclararle sus dudas, “sí,”, siguió mi alado animalito doméstico diciéndome al tiempo que me impedía ver el partido con tranquilidad, “pero ¿por qué eso ocurre principalmente en las cadenas que nunca retransmiten fútbol?”, “no sé”, le contesté, “¿tú crees que es así?”, “por supuesto”, me dijo él, “las cadenas en este sentido se pueden dividir en dos grupos: las que suelen retransmitir los partidos, que como están acostumbradas, cada partido es uno más, y unos salen mejor y otros peor, pero mantienen una línea, y luego están las que se emocionan con cada partido, porque retransmiten uno cada mes o ni eso, y esas son las peores. Primero, porque quieren hacer creer a la audiencia que fútbol en estado puro es lo que ellos emiten, y no las otras cadenas, con lo que el antes y el durante es un empalago gelatinoso de ornamentación innecesaria, como los famosos nombres familiares de que te hablaba antes, como si todos comiéramos sopas con los jugadores antes de cada partido, dicen cosas tremendamente obvias como cuando un contrario recibe una tarjeta en el primer cuarto de hora, se les desata la emoción y nos dicen que ‘el jugador número tres acaba de recibir una tarjeta, a ver si hace otra falta pronto, y el arbitro le saca la segunda y lo expulsa’, claro, como el jugador número tres es tonto, ahora en un momentito hace otra falta y nos contenta a todos, que para eso tu cadena está transmitiendo el partido, para que los jugadores hagan lo que tu quieras. Y otras veces con el fin de justificar el tremendo despliegue de colaboradores, como tienen que hablar todos, empiezan a recordar episodios particulares que llegan incluso a dejar al descubierto un cierto mal rollo, recuerdo que el otro día uno de ellos se mosqueó porque hicieron alusión a un problema suyo de espalda e inmediatamente saltó para aclarar que a él en la espalda no le pasaba nada. Pero si al que le gusta el fútbol quiere ver fútbol, y todo lo demás le sobra. No quiero saber que cuando el extremo sube, los dos pivotes se enganchan al volante, y la línea de cuatro se convierte en una W de cinco dejando que el carrilero reciba de espaldas al interior de la banda opuesta y obligando a los centrales a bascular porque el lateral no cierra su banda, si aún no sé qué hace un tío dos minutos retorciéndose en el campo, ni dónde estaba el jugador que deshacía el fuera de juego, ni quién fue el jugador que hizo el último tiro a puerta, ya que el que ellos han nombrado lo habían sustituido hacía más de veinte minutos”. En ese momento llegamos al descanso y pude prestar mayor atención al discurso de mi multicolor ave que tras una breve pausa seguía diciendo, “y luego hay que ver el telediario del día siguiente. En él nos cuentan que ayer les vieron no sé cuantos millones de personas, y que de los que no los vieron, la mitad vio al menos cinco minutos y un 33% del otro 50 se lo grabó para verlo y luego lo vio sin grabar y de ese 33 del 50 hay un 18 que vio más de cinco minutos pero menos de diez, aunque hubo un momento en que todos los espectadores que tenían sintonizada su cadena les estaba viendo, y de ellos un 15 tenía puesta otra cadena pero les veía a través del televisor del vecino. ¿Pero a quién importa eso?, ¿te van a pagar más a ti este mes porque a ellos les viera tanta gente?”. “A mi no”, le respondí, “a ellos igual sí. Pero a mi no”, y el siguió comentándome. “Si el mismo partido lo retransmitieran varias cadenas a la vez, todo ese auto jabón estaría bien, porque sería una clara muestra de que la gente te ha elegido por tus méritos, pero cuando tú eres el único que retransmite un determinado partido de fútbol, a la gente le importa poco qué cadena se va a encargar, quién va a ser el comentarista y quiénes los colaboradores, lo que importa es el botoncito del mando que hay que pulsar para verlo y a qué hora hay que pulsarlo. Y por supuesto, en ese telediario no importa qué otras cosas pasaron, ya que va a ser más importante el momento que ellos sólo captaron de un determinado jugador sonriendo a una espectadora mientras calentaba en la banda, (el jugador, no la espectadora), o un aficionado con sobrepeso que lleva tatuado junto a su peludo ombligo el escudo de su equipo, que cualquier otro evento deportivo que haya podido ocurrir, por muy importante que éste sea, ya que solo existe lo que ellos retransmiten”, en ese momento giré mi vista a la pantalla y vi como ya empezaban a salir los primeros jugadores del vestuario, así que miré a mi loro y le dije, “calla y mira con atención la segunda parte, que creo van a hablar de los mejores restaurantes en la zona del estadio y qué pedirse en ellos, que es la diferencia que hay entre un simple ‘comentarista deportivo’ que sólo comenta el partido y un ‘como un turista deportivo’, que además de comentártelo, come, hace turismo y luego te lo cuenta.