Ludiguer - al loro - pancartas

Estábamos sentados tranquilamente viendo la tele cuando de repente empezamos a oír un castillo de fuegos artificiales, instintivamente todos miramos hacia el balcón, y efectivamente vimos que era por la zona de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, así que a coro dijimos mi mujer y yo, “¡Fernando Alonso!”, y buscamos alguna cadena que estuviera retransmitiéndolo, así que vimos el castillo con un ojo en la tele y con el otro a través de los cristales del balcón, y cuando éste terminó, y en un intermedio de la retransmisión, mi loro ya recuperado del ruido de la pólvora me preguntó, “¿cuántas pancartas ha habido esta vez?”, yo me quedé mirándolo y le aclaré, “esto que hemos visto es parte de la presentación del nuevo coche del equipo de Fernando Alonso”, él me volvió a mirar y continuó, “no si eso ya lo sé, pero ¿cuántas pancartas hay ahora?”, volví a mirarlo, y le dije con cierta socarronería, “pues no sé, pero si quieres voy en un momento, las cuento y te lo digo. Me parece que te has confundido. Esto no es una manifestación ni nada que se le parezca. Pero vamos, tú dime qué tipo de pancarta buscas, y yo voy y las cuento para ti,”. Él volvió la mirada hacia la tele y me dijo sin mirarme, “de las que se cuelgan de los balcones con un casco de piloto metido en un triángulo de peligro y diciendo – No te espero -”. Levante la vista hacia su jaula y le dije, “pues no me suena haber visto ninguna, ¿por qué tenía que haberlas?”, “bueno”, continuó, “cuando vino el Papa este verano las había con una mitra dentro del triángulo. Yo creía que era una tradición”, “hombre”, le traté de explicar, “no creo que sea una muy buena tradición manifestarse en contra de los invitados de uno definiéndolos como un peligro, pero no obstante, aquello era diferente”, él se quedó mirándome fijamente y me preguntó, “¿y por qué era diferente?”, “pues era diferente”, intenté aclararle de la mejor manera que encontré, “porque el Papa es un personaje religioso, y la religión como la política suelen ser materias en las que fácilmente se crean bandos enfrentados, y la gente tendemos a posicionarnos a favor y en contra muy rápidamente”, “ya”, me replicó, “pero te recuerdo que según tú leíste en un periódico de aquel sábado, alguien representando a la plataforma ‘Jo no t’espere’ explicaba que su disconformidad no se centraba tanto en la visita del Papa, sino en - la implicación del gobierno valenciano en un despliegue organizativo desmedido y cuyos rendimientos económicos ponían en duda–, y ¿qué pasa?, ¿no ha habido ahora implicación de las autoridades?”, me paré a pensar un poco y le contesté, “me imagino que sí, de momento se han cortado al tráfico varias calles y se han acondicionado para que por ellas pueda circular un Formula 1, y desde luego, las principales autoridades han estado por ahí, luego entiendo que eso tiene un coste, muy inferior a aquél, pero ahí está ese coste y el despliegue de medios”, así que mi colorido amigo siguió argumentando “es decir, que el núcleo de aquella protesta sigue existiendo, así que si en aquel momento y según decía ese mismo artículo, se colgaron unas 6000 pancartas respaldadas por casi 500 organizaciones, que además y haciendo una rápida división salen a 12 pancartas, y suponiendo que vivan una media de tres personas en cada balcón de los que cuelga esa pancarta y que todos pertenezcan a la organización, hace un total de 36 miembros por organización; está vez debería al menos haberse colgado …, digamos que ..., qué menos que una pancarta por organización, y así haber llegado a las 500, ¿no hay 500 pancartas colgando de los balcones con un casco metido en un triángulo rojo?”, “no, no”, le contesté mientras movía mi cabeza de lado a lado, “al menos a mí no me consta”, “y el hecho de que 240 millones de personas vean tu ciudad en directo dos veces en medio año y a las puertas de la Copa América, ¿puede ser un rendimiento económico susceptible de ser puesto en duda y sinónimo de cómo también se decía en aquel artículo de una - inadecuada imagen internacional que Valencia proyecta al exterior -?”, siguió preguntando. Entonces yo miré a la pantalla y le dije, “mira, ya ha terminado el intermedio”, mientras él susurraba “¡pues no entiendo nada!”.

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