Ludiguer-Un mayo en la vida-Capítulo 07

Ludiguer - Un mayo en la vida - Capítulo 07

Viernes 10 de mayo. Nuevamente Lewis llegó a la oficina de empleo, y para entonces ya había quien le saludaba tímidamente pues su cara ya empezaba a resultar familiar en el lugar. Así que tras los intercambios de buenos días, se sentó nuevamente en su silla de la sala de espera, desde donde no tardó en ver como varios compañeros reprochaban a Eleanor, la cual luce unas bonitas ojeras fruto de una noche de insomnio y juerga, el que nuevamente les hubiera pasado llamadas sin avisarles de quién estaba al otro lado del teléfono, a lo que ella se defendía con un -no me lo han querido especificar-, mientras que sus compañeros no lo comprendían y Lewis pensaba para sí que salvo que se sea un delincuente, y en tal caso hoy se han puesto todos de acuerdo para llamar aquí, ¿qué razón hay para llamar a un sitio preguntar por alguien que allí trabaja y no identificarse?, pero mientras él piensa siguen las discusiones sin tregua, y Eleanor, en un ataque de sensatez y cordura, dice que si todo lo hace mal lo mejor es no hacer nada y así no se equivoca, a lo que un compañero suyo, John, le dice que no se trata de no hacer cosas para no equivocarse, sino de que las que se hagan, hacerlas bien, así que ella llena de indignación se levanta y se va a una sala donde hay una cafetera a mojar sus penas en un cortado, entre risas y jolgorio que demuestran lo poco que le ha importado equivocarse. En ese instante, Lewis espera que de un momento a otro alguno de sus superiores salga para echarle una merecida bronca, pero éstos están muy ocupados cada uno en su tarea, es decir, uno gritando en su teléfono, y el otro ajeno a todo carrera arriba y carrera abajo dejando pasar la mañana, hasta el momento en el que, ya apaciguados los ánimos, otra empleada llamada Sara V. Blackhair, viendo que Joe Turnness había terminado una de sus eternas conversaciones al teléfono, se levanta y entra en su despacho, cierra la puerta a sus espaldas ante el asombro del resto de empleados y permanece en él unos 20 minutos más o menos, tras lo cual sale y se dirige a sus colegas para decirles que hoy es su último día allí y que a partir del lunes deja esa oficina y se marcha a la central por iniciativa propia, ya que su familia se traslada a esa ciudad. Tras oír este anuncio se producen escenas melancólicas y nostálgicas por su marcha.

De Sara, y aunque aún no haya plasmado todavía nada en sus anotaciones, recuerda Lewis que la tenía considerada como uno de los elementos más válidos de la oficina, y pese a su juventud, le ha llamado la atención que siempre se ha mostrado muy correcta, puntual y dedicada a su faena. Además, tiene algo que atrae especialmente a los mensajeros y clientes veinteañeros, los cuales suelen cambiar su mal humor inicial por una empalagosa sonrisa de oreja a oreja, y sus ojos matutinos somnolientos por miradas de flirteo. Y otra cosa que también recuerda positivamente de ella son sus conversaciones acerca de las aventuras de su perra, ya que cada vez que las oía dejaba a Lewis a punto de contar las travesuras de sus perros y de su loro con el que mantenía largas conversaciones, pero se frenaba ya que él no estaba allí para eso, al menos no de momento. Sin duda la oficina hubiera ganado si en vez de ella, la de los familiares trasladados a otra ciudad hubiera sido alguna compañera diferente, lo que también le lleva a plantearse que quién sería la lumbrera de ojo avizor que contrató a tan singulares piezas, porque vaya golazos por la escuadra, o ni eso, vaya gol por debajo de las piernas, con la nariz y a trompicones que le colaron, porque basta compartir cinco minutos con algunos de los empleados para ver que allí no hay de donde sacar. Pero bueno, pensando en unas cosas y otras, y entre broncas, risas, cafés y despedidas, Lewis mira su reloj y ve, gracias a la luz de los tubos que aún funcionan, que ya son las 13:22, con lo que un poquito más tarde que otras mañanas, coge sus cosas y se marcha para su casa a disfrutar del fin de semana

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