NIÑOS DE LAS TINIEBLAS

Gabriel y Melissa esperaban a que oscureciera sentados en esas alcantarillas, hogar de varios niños y adolescentes, era raro para todos que ellos solo salieran en las noches ya que esta ciudad era demasiado peligrosa por la inseguridad, por que se encontraba habitada por una sociedad decadente.

Algunos, quisieron en algún momento seguirlos por curiosidad, pero cuando se asomaban de manera enigmática desaparecían como si tuvieran alas o se esfumasen entre la nada, hecho que todos esos desechos de la ciudad llamados niños callejeros, les tenía intrigados.

Ya deambulando por esas calles solitarias buscaban

lugares para los amantes de la noche o ciudadanos nocturnos. Luciendo de manera frágil, causando lástima se acercaban como si fueran a pedir alguna moneda, pero era sorprendente como sugestionaban a las personas para que se sometieran a las órdenes de Gabriel y Melissa, quienes se veían tan infantiles e indefensos que todos los testigos jurarían que eran llevados por algún pervertido o depravado sexual con deseos de tiernos niños.

Julián, que había salido a tomar unas copas con Félix, fue sorprendido con tales efectos que sin problemas atendió las órdenes de Gabriel, de este modo se dirigió a la salida de aquella pestilente cantina, pero Félix que salía en ese momento del baño lo alcanzó de manera tambaleante a media acera, preguntándole por qué se iba sin avisarle, justo cuando terminaba la pregunta, sintió como se adormecía su pierna derecha dirigiendo su mirada hacía abajo para percatarse que estaba siendo mordido por Melissa, pero antes de poder hacer algo fue sujetado por Julián, con una fuerza extraordinaria como poseído por el demonio, semejando el abraso de un oso. Por la otra pierna, Gabriel se acomodó para morder en el muslo y al cabo de unos cinco minutos Félix quedó pálido y sin vida. Julián abrió los brazos, dejando que se desplomara ese cuerpo inerte. Gabriel miró a Félix el cual obedeció como si le murmuraran en el oído lo que debía hacer, así continuó el trayecto a donde los niños lo quisieran llevar por esas calles solitarias y obscuras, llenas de soledad por las almas que habían tenido que irse sin esperar su tiempo.

Melissa, sonreía e impaciente, preguntó a Gabriel a qué hora volverían a comer, porque acostumbraban dos comidas por noche, a lo que Gabriel respondió con voz delgada. Pero precisa, no desesperes faltan tres horas para que amanezca y no me gusta llegar temprano al refugio. La suerte de Julián ya estaba echada por una noche de copas sin amanecer.

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