La noche de los lobos

La noche de los lobos

Está escrito en los libros y enciclopedias que Alexei Leonov (en la foto) fue el primer hombre que flotó en el espacio, sujeto a su nave Vosjod 2 (en la que estaba Pavel Beliayev) por una delgada traílla. Pero sucedieron otras cosas en aquel viaje que no han sido tan reseñadas. Este caso es tan sólo un botón de muestra de las muchas situaciones difíciles que han tenido que pasar los astronautas en sus misiones y que apenas han sido contadas al público.

Leonov flotaba sin peso allá arriba, empapado por la belleza de su planeta y la miríada de estrellas lejanas. Estuvo así alrededor de veinte minutos. Luego tiró del cable para volver a la nave en órbita. El plan preveía que se arrastrara de vuelta al interior de la cápsula a través de la compuerta de la cámara de aire. Los ingenieros le habían asegurado que esto, como el resto de la misión, sería facil. Pero estaban equivocados.

Leonov descubrió que su traje protector, que se había vuelto rígido por la presión interna del aire, le impedía doblar la cintura lo suficiente como para meterse por la diminuta compuerta. De pronto el onírico paseo espacial se convirtió en una pesadilla: con oxígeno suficiente para sólo otra hora, se enfrentaba a la tétrica posibilidad de asfixiarse lentamente a sólo un paso de la seguridad.

La alternativa era liberar un poco del aire del interior del globo en que se había convertido su traje espacial para hacerse más flexible, con peligro de un doloroso y posiblemente fatal caso de aeroembolia, una afección causada cuando la reducción de la presión permite que el nitrógeno se separe burbujeando de la sangre. Luchando con el pánico, Leonov decidió correr el riesgo.

Mientras los controladores de vuelo monitorizaban su desbocado corazón y su respiración entrecortada, el cosmonauta abrió la válvula que hacía descender la presión de su traje a 25.000 newtons por metro cuadrado, apenas una cuarta parte de la presión atmosférica normal. Se volvió de nuevo hacia la compuerta y consiguió maniobrar y meterse por la abertura.

Mientras el sudor que corría por su frente se le metía ardiendo en los ojos, cerró la compuerta a su espalda y presurizó rápidamente la cámara, evitando así el inicio de la aeroembolia. La arriesgada operación le había salvado la vida. Pero las desventuras de la Vosjod apenas acababan de empezar.

Al día siguiente, mientras los cosmonautas preparaban su regreso a la Tierra, el mecanismo de su piloto automático falló, obligando a Beliayev a tomar el control manual para la reentrada. Tuvo que llevar la cápsula a lo largo de toda una órbita extra antes de poder iniciar el descenso, y aunque el paso a través de la atmósfera no ofreció ningún incidente, el aterrizaje se produjo a centenares de kilómetros de distancia del sitio previsto.

En vez de descender en las abiertas llanuras del Kazajstan, cerca del mar Caspio, la cápsula tomó tierra bastante más al norte, en un bosque de abedules cubierto de nieve en los Urales. Ateridos de frío y sin saber cuándo serían rescatados, Leonov y Beliayev salieron de la cápsula. Vestidos aún con sus trajes espaciales, encendieron un fuego y se acurrucaron junto a las llamas.

Con la llegada del anochecer se produjo una escena propia del folclore ruso: los lobos empezaron a merodear por entre los árboles, trazando lentos círculos hacia el fuego. Los cosmonautas se apresuraron a regresar a su angosta cabina, donde permanecieron temblando de frío toda la noche mientras la manada de lobos arañaba con sus garras la cápsula.

Hasta el amanecer no se retiraron los lobos y llegó finalmente el equipo de rescate.

(18/19 de marzo de 1965)

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