Escucha una orquesta de ondas seno en 100 coches tuneados
Ryoji Ikeda es sin duda uno de los artistas ciborg por excelencia. Rara vez muestra su identidad, rara vez es el centro de la cuestión, rara vez aparece salvo en la forma indirecta –o quizás cruda – de su arte.
Su obra se las ve con las maravillas de la reflexión post-digital en la pequeña escala de microsonidos, para crear desde álbumes publicados en sellos como Raster, hasta situaciones en escala macro, como instalaciones y conciertos de una complejidad audiovisual asombrosa, con una filosofía clara y un mensaje que lidia con la cosmología, la filosofía, la ecología y la estética de nuestra época hiper-informada, cuántica, donde la cibernética es cada vez más evidente.
Como parte del pasado festival de Red Bull Music Academy 2017 en Los Ángeles, el artista japonés presentó una de su más eclécticas obras hasta la fecha, saliendo de su ya tradicional fórmula audiovisual para concebirse dentro de un entorno que podría parecer menos cercano a su estética como lo es el gremio de coches tuneados que son modificados con sistemas de audio que los hacen máquinas sónicas móviles que en muchos casos sonarán mejor que cualquier sistema de casa y que, para la ocasión se reunieron con la idea de construir una de las más grandes orquestas de sintes jamás escuchada.
Se le ocurrió a Ikeda una estrafalaria orquesta para nada más y nada menos que 100 autos, cada uno dentro de los cuales se ubicaba un sintetizador básico pensado para generar ondas seno a diferentes frecuencias pensadas a partir de cómo se afinaba la nota LA en momentos anteriores al siglo XX. Cada sinte, diseñado por el genio de Tatsuya Takahashi de Korg se conectaba entonces al sistema sonoro de cada coche y todos, según instrucciones del propio Ikeda, iba trazando las ondas de la maraña de resonancias.
La idea conjuga una necesidad actual en el arte sonoro y audiovisual: ir más allá de la mera inmersión para indagar en otros procesos históricos y culturales, o formas específicas del entorno en el cual se ubica la sensibilidad, en este caso además aprovechando la idea de sistemas sonoros personalizados que dada su capacidad y al estar multiplicados por 100, se convierten en una habitable bomba sónica, efímera como cualquier sonido, pero duradera en la memoria de quienes pueden directa o indirectamente escucharla.