Párpados en los oidos

Si pudiera pedirle a la naturaleza que nos equipara con algún utensilio extra, le pediría párpados en los oídos.

Párpados en los oídos que pudiera cerrar y no oír al imbécil de la scooter trucada al que con gusto le metería el tubo de escape por el culo y le daría gas hasta que se pusiera redondo como un globo y empezara a flotar hasta la estratosfera.

Párpados en los oídos que pudiera cerrar a medias para poder escuchar la música al volumen que yo quiero y no al que el dueño medio sordo del pub estima conveniente. Párpados que pudiera cerrar al más mínimo indicio de reggaeton, Bisbal, o todo a la vez.

Párpados completamente funcionales desde bebé para que los niños sacados a paseo por sus amorosos padres no tengan que oír el coche que pita al coche que pita al coche bloqueado por la furgoneta de reparto que bloquea el paso al autobús. Párpados que permitan a ese bebé llegar con el oído intacto a la pubertad, para poder destrozárselo luego con los auriculares, lo que no tiene nada de bueno, pero al menos ese destrozo será algo voluntario, y no algo impuesto.

Párpados que pudieras cerrar para no oír la irritante risa de tu compañero de trabajo en la oficina.

Párpados para no tener que despertarte a la misma hora a la que empiezan a trabajar los obreros de la obra de enfrente si no te da la gana.

Párpados para no tener que escuchar lo que no te interesa de esas personas a las que no puedes decirle que lo que te están contando no te interesa.

Párpados por si la biblioteca en la que estás estudiando se ha transformado en un club social para estudiantes universitarios de carreras demasiado fáciles o que no tienen ningún problema en seguir sacándoles pasta a sus padres para pegarse la buena vida un año más.

Párpados para jugar o arbitrar ese mismo partido sin escuchar los insultos y los gritos que unos completos desconocidos te dirigen desde la grada, gritos que no se atreven a darle a quien realmente quieren dárselos: a su jefe, a sus compañeros, a su esposa, a sus padres, a sus clientes, al de la grúa, al funcionario impresentable que necesita una hora para desayunar y se larga una hora antes porque tiene que comprar unas cosillas que por cierto pueden comprarse en cualquier parte a cualquier otra hora.

Párpados para ver un partido en directo en completo silencio ya que ni el bombo ni la trompeta de los tipos de al lado cabe en ninguno de sus orificios corporales, ni a pelo ni con vaselina ni con jabón.

Párpados para tener silencio cuando queramos, y no sólo cuando nos dejan, que es nunca. Es lo que pediría, porque estoy cansado de que la sociedad entera prefiera el ruido al silencio. Me gustaría poder elegir la dosis y el momento para ese ruido.

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