Pesadillas
No pudieron seguir caminando en la nieve y retrocedieron hasta el viejo refugio que habían visto unos metros atrás, hicieron fuego, cenaron y sin apenas hablar se metieron juntos al saco que hicieron uniendo los dos individuales, se abrazaron para darse calor pero el cansancio no les dejó seguir, se besaron y quedaron adormilados durante un rato, de repente entre las sombras que proyectaba la hoguera, una culebra que parecía tener patas se deslizaba al lado del lecho de Eneko, sintió frío.
Entraba en la tierra y salía de ella como si buceara en el mar, sus dientes eran de perro y no tenía ojos, tenía el tamaño de un ternero lechal, era verde con el vientre grisáceo, su textura gelatinosa, pero se intuía una gran fuerza a cada golpe de su cola al avanzar. Eneko no tenía miedo, porque de momento el temible animal respetaba las distancias y acabó huyendo. Pero al girarse vio que no había nadie a su lado y supo que la bestia había elegido dar caza a alguien más débil.