La playa
Acabo de regresar de la playa. No suelo ir por la tarde, prefiero la brisa matutina de las 11:00 am, que no el sol desgastado pero poderoso de las 16:00 pm.
De todos modos, necesitaba huir de casa, así que he pasado la tarde tirado en la arena, y sobre todo metido en el agua.
La pierna dolía mucho la jodida, pero me he decidido a olvidarla un poco.
Pero la playa tenía hoy un encanto especial, similar al del inicio del verano. Ese encanto que parece flotar en el aire, como una reverb imaginaria; se respiran sentimientos en el ambiente, y las chicas parecen recién salidas de un paraíso prohibido.
Ese tipo de ambiente me relaja, aunque se acumule gente a mi alrededor; aunque familias enteras me rodeen con sus conversaciones, y sus discuciones; lo importante es que me siento de algún modo acompañado por ellos; me siento partícipe de algo simple pero real, que me arranca de mis fantasías imperfectas, y de mi caos impoluto (esto quedaría pefecto como nombre para mi maqueta).
Lo cierto es que esta tarde he respirado parte de ese ambiente, esos sentimientos primaverales ubicados en el origen estival.
He estado nadando un rato; había mucho espacio para progresar durante un rato tranquilamente, sin que nadie obstaculizara mis torpes 100 metros braza.
Durante ese nado, entre olas poco agresivas, la mente se ha apaciguado un poco; y al terminar, y mantenerme a flote sobre el agua para descansar, he visto un sol encendiendo la superficie de las olas, que a ratos parecía nieve sobre una montaña, y en otros instantes semejaba las brasas encendidas de un incendio, sobre un desierto azul en un planeta desconocido.
Las imágenes se sucedían lentamente, como en una película mal coloreada, pero muy real y sincera.
A lo lejos, más allá de la arena, he visto calles empedradas de mármol, y escaleras que ascendían entre calles pequeñas; había pequeños chalets, y construcciones preciosas, y algunas menos prominentes, con verdes persianas bajadas, y ventanas entreabiertas: en su interior, he supuesto que existía una realidad, unas historias que contar; y tal vez algun ensueño imaginario, en el que alguna chica me invitaba a pasar hasta un salón con vistas a la playa.
He vuelto a mirar las olas, y la luz que diseñaba su superficie.
Durante unos instantes, me he olvidado de todo: hasta de mi mismo.
No había nada de trascendental, ni filosófico en ese momento, ni ningún mensaje subliminal de naturaleza profunda. Solo una pequeña sensación de bienestar, y tal vez un breve pedazo de lo que podríamos llarmar, el sentido de la vida.
Pero en todo caso, yo estaba solo, y me gustaría no convencerme de que la soledad es en cierto modo el mensaje oculto de la existencia; y que tras esa soledad interior, se hallan las respuestas que en muchas ocasiones buscamos.
-[el espíritu interior, es un jodido animal que nunca termina de despertar del todo]-
...