Pre-tensiones

¿Nunca habéis tenido la sensación de que no estáis tensos pero lo váis a estar? ¿De que no estáis nerviosos pero lo estaréis? Como si el aire estuviera lleno de electricidad estática y no lloviera, pero estuviera a punto de llover.

No sabes cuándo, pero sabes que pronto caerá tormenta y te tocará mojarte.

Hace un par de años, en una cena de navidad, un tipo, o su hermano gemelo, no sabría decirte, me dijo, más borracho que sereno, que una de las cosas en las que más se nota pasar de los treinta es que eres capaz de joderle la vida a alguien sin el menor remordimiento de conciencia y dormir tranquilo esa noche.

Es una de las cosas más horribles que me han dicho nunca sobre las personas. Es horrible porque es verdad.

Han pasado dos años, y lo más que puedo decir es que la cantidad de maldad que podría sacar de dentro de mí ahora es mayor que cuando este hombre, o su hermano gemelo, me dijo esto hace dos años.

Todo era fácil en la universidad. Muy, pero que muy fácil. El mundo real es distinto.

Es peor.

Si algo me ha dado el trabajar, es capacidad para tener mal carácter. Me ha dado capacidad para negociar, para mantenerme firme en lo que me corresponde, para negarme al chantaje emocional y a los favores que te piden.

En suma, mal carácter. Mal carácter en el momento y lugar adecuados. A veces, en momento y lugares claramente inadecuados.

Yo no quiero ese mal carácter. Me quería más a mí mismo cuando era un pardillo.

Quizá debería devolvérselo a todos a todos los que han contribuido a darme ese mal carácter. Quizá debería ir a ver a todos los antiguos clientes y devolverles un poco del mal carácter que me dieron por apretarme las tuercas para que el trabajo se hiciera más rápido, por torearme con los pagos, por menospreciar mi trabajo, o simplemente por ser un coñazo.

Y una vez que hemos calentado motores, quizá debería seguir con los ex-amigos, y dejar para el final el postre: las exnovias.

Y es que no es la vida la que te amarga el carácter. Son personas con nombre y apellidos las que te van endureciendo, como si te estuvieran entrenando, pinchándote y pinchándote sin parar, hasta que tu piel se endurece, y entonces tienen que pincharte más para conseguir lo mismo.

Y lo hacen. No es nada personal. Sencillamente quieren algo que tienes, y si pinchándote lo consiguen antes, pues mejor para ellos. Aprendes a engañarles para que decidan no pincharte. Aprendes a fingir que no te duele para que no piensen que tienen poder sobre ti. Aprendes a guardarte un par de ases en la manga por si tienes que devolver los golpes.

Aprendes a mentir. Aprendes a fingir. A conspirar.

Aprendes a ser peor persona.

No quiero ser peor persona. No quiero ese mal carácter. Sé a donde lleva eso. Lleva a más pinchazos y más durezas y más conspiraciones, hasta que la presión se escapa por el sitio más tonto y un día acabas gritándole a la persona equivocada. Acabas gritándole a tu perro, a un amigo, a tu pareja.

Todavía no ha llegado ese momento, pero si la presión sigue aumentando, llegará.

Aquí, ahora, el aire está cargado de electricidad estática, y sé que en cualquier momento estallará una tormenta.

No quiero que llegue.

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