Primer Capítulo: Al salir la luna
Sale la luna a observar lo que el sol ha dejado a lo largo del día. Nunca falta a su cita con el atardecer. Siempre sabe preparar al sol el siguiente día. Como siempre, fiel observadora de los finales de los días. Sale la luna y se sigue preguntando por la respuesta que la razón y el sentido común no cesan de dar.
Y mientras seguía buscando el sentido a las respuestas, a veces surgían nuevas dudas. “¿Qué soy?”, preguntaba a la luna. A lo que ella contestaba “Puedes ser tanto el punto de partida como el final de este camino compartido, un alud de nieve sobre el corazón, o tal vez un refugio para las palabras”. Son palabras, sí, pero las palabras siempre encierran significado. Las palabras son portadoras de sentimientos, a veces. Y otras veces portan luces, para contraponer a las sombras que los silencios imponen. “Nunca entendí la eterna lucha entre el silencio y la palabra, ¿habrá vencedor algún día?”.
Y era cierto, la Luna acertaba, ahora sus palabras se tornaban en optimismo, a pesar de no entender aún las respuestas de su sentido común y su razón. “Puedo salir”, se decía, “prefiero correr sin ganar”, y así “perderme en tus brazos hasta que la luna caiga a tus pies”. El sentimiento parecía aflorar en su interior, como acuciado por un recuerdo, o tal vez por un olvido. Como cercado por palabras impregnadas de algo desconocido, desconocido u olvidado. “¿Será que no recuerdo, o será que no sé?”. Demasiadas dudas, demasiados interrogantes para el final del día.
Ahora descubría que hablaba a alguien, descubría que sus palabras no hablaban de sí mismo. Pero, ¿a quién?
¿Otra pregunta más? ¿Tal vez sin respuesta de nuevo? ¿A quién preguntar? ¿A la fiel amiga Luna que siempre llega, aunque impuntual, a su cita con la noche?