El ratón y yo
El ratón y yo,
amodorrados sobre la turba,
dormimos plácidamente.
Por la tarde,
dando pasitos,
el ratón saltando lo poquito que puede,
seguimos las raíces de grandes árboles
que asoman entre las hojas
como las venas de un animal vivo.
No hay rocas en este bosque,
no sabemos por qué ni nos importa,
sólo somos curiosos con ciertas cosas.
Anteayer estuvimos tumbados boca arriba,
él, con las patitas encogidas.
Empezó a lloviznar
y decíamos "ay" cada vez que una gota
nos caía en el ojo.
Pero tenía que ser dentro,
si no, no valía.
Nos reíamos continuamente.
Ayer, el ratón estaba muy quieto,
no respondía a mis llamadas.
Salieron burbujitas de su boca.
Me metí en una de ellas
y comencé a subir tan despacio
que al principio no me di ni cuenta.
Llegué a la altura de las primeras ramas de los árboles majestuosos.
Viendo el tamaño de las finas agujas de pino
creo que yo me había hecho muy pequeño.
En las paredes esféricas de la burbuja
mi querido ratón apareció sonriendo.
Me puse a llorar,
porque le quiero tanto,
tanto, tanto,
que sólo puedo ser feliz cuando me rodea en su abrazo.