Lo sabes
Lo sabes.
Yo tenía a tu madre por una persona seria, inteligente. Resulta que ve cosas en la tele que la convierten en otra cosa peor.
Tú lo sabes, no eres tonto.
No puede ser que te guste eso. Es ridículo, asqueroso y poco viril.
Sabes que lo sé.
Eres demasiado guapo, podrías tener a la que a mi me gustase sólo con chasquear un dedo. ¿Te importaría prestarme tu aspecto una noche? ¿O todo la vida?
Sé que lo sabes.
Me hundiste. Me amargaste con tu cinismo y con tus críticas destructivas. Me alegraste la existencia pero no eras lo suficiente completo para dármelo todo. Eres como un papel. Un mosquito.
Eres así y lo sabes.
Mi círculo no debe verse infectado desde lejos por tu presencia sin competencia. Aún así, no puedo controlarlo. Me supera y me pone enfermo. Intento usar el intelecto pero me sale al revés, acabo siendo despótico. Feo y despótico. Una desgracia.
Sabes que lo sabes.
Tú eres un monstruo. Un monstruo encantador, tierno, amable, gracioso, empático, vulnerable, sano, inteligente, bueno, compasivo. Un monstruo degenerado que se me aparece por las noches sin hacerme daño, sólo me mira con su sonrisa angelical. Eso me destroza, me aniquila.
Sabes que sé que lo sabes.
La madurez me llega por decisión propia. La mediocridad personal me sitúa en un punto en que detesto ser superior en conciencia a la gente que me rodea. Excepto tú, tú eres como Dios, omnisciente. Necesito ser contrario a ti para que no puedas ser bueno conmigo, para darte ese castigo, para proporcionarte una derrota. La derrota de no mantenerme a tu lado. Mis pasos se dirigen hacia la mediocridad orgullosa, hacia la moral burguesa, hacia la sequedad anímica y moral. Ahí has perdido, y, por eso, yo he ganado.
Eres un chulo.
Mi memoria ya no recuerda con claridad si alguna vez estuvimos en el mismo sitio o sólo nos comunicábamos desde la distancia, en un espacio interemedio, un espacio intelectual, abstracto. Durante 15 años consecutivos, desde la distancia, tu rostro generaba en mi la repulsión más recalcitrante, el desprecio visceral y la promesa de una venganza brusca y radical. Por suerte para mi, no llegaré a ver cómo se produce mi venganza. Suerte porque... No sé porqué. Lo intuyo. Otra vez me has vuelto a ganar.
Eres un chulo y lo sabes.
Mi venganza debería ser intelectual, para no perder la poca dignidad que me queda. Debería ser como una fórmula matemática, que una vez puesta en marcha se desarrolla a sí misma. Pero eso es algo demasiado complejo. No quiero darle importancia. No quiero, pero no puedo evitarlo. Es un bucle problemático. Me desespera. Voy a tener que utilizar la fuerza bruta, la que creo que tengo, la que me sobra ante él.
Un chulo y un payaso.
Sí, eso. Le daré un buen puñetazo. Le desfiguraré esa cara de sornón que me ha perseguido durante 15 años recordándome que nunca tendré la manzana del paraíso. Así, en un segundo, saciaré mis deseos, compensaré mi frustración, seré un monstruo yo también. Seré como él, único, especial, el mejor.
Utilizas la demagogia para justificarte, eres peor que Sócrates.
No puedo hacer eso sin buscar una excusa. Tu bondad se puede canalizar hacia lo moralmente imperdonable, hacia lo perverso. Esa razón me servirá para vencerte. Pero no sé cómo se hace eso. No sé razonar.
No tienes razón y lo sabes. Pero como eres un chulo, te chuleas para que perdamos la razón. Eres malo.
Se ha ido. No he podido. Ha sido mejor que yo en todo. Excepto en perderse. También en eso ha sido mejor, pero él ha cometido el error de encontrar el camino totalmente solo. Yo me he perdido rodeado de gente y no sé salir de la muchedumbre. No sé dónde estoy. Ni quién soy.
Hola, Juan. Cuánto tiempo.
¿Porqué insistes en invertarte la realidad?
No lo sé.