Una vez dormí en un cajero automático
Esto ocurrió el lunes tras el domingo de resurrección de 1999. Resulta que hubo una huelga en el aeropuerto de Melilla, así que mi vuelo a Málaga salió tarde. Exactamente lo suficientemente tarde como para perder todos los trenes y los autobuses a Granada. Así que me quedé tirado en Málaga, y sólo podía llamar... a nadie. Nadie que conociera estaba en Málaga en ese momento.
El primer autobús a Granada salía a las siete de la mañana. Sólo tenía que aguantar nueve horas, y todavía no había cenado. Eso me permitía quitarme dos con facilidad. Por otra parte, tendría que desayunar y comprar el billete, lo que me solucionaba otra hora. Eso me dejaba seis. No podía ser tan difícil.
Primer descubrimiento crítico: la estación de autobuses de Málaga no abre 24 horas. La estación de tren tampoco. Unos guardias de seguridad me pidieron amablemente que me fuera a la puta calle. Los hostales estaban todos completos (o mi pinta era tan mala que ni en los hostales de mala muerte querían saber de mí). Quedaban habitaciones en un hotel cercano, pero a precio de hotel. Yo era un pobre estudiante. No me daba la gana jugar el comodín "papá", es decir, pedirle el dinero más tarde. No iba a preocupar a mis padres si no era absolutamente necesario.
Sólo me quedaban los cajeros automáticos.
Así que busqué un cajero automático, y, para darle más emoción al asunto, el primero que encontré estaba ocupado. La puerta del cajero (un BBV, lo recuerdo perfectamente) se abrió y salió un mendigo lavado y afeitado por última vez en 1989 que caminó tres pasos tras la puerta, se bajó la bragueta, meó allí mismo en medio de la calle (y cuando digo en medio quiero decir a 1/2 exacto de ambos bordes de la acera) y se metió de nuevo en su cajero.
O sea, no sólo iba a tener que dormir en un cajero, sino que iba a tener que andar por ahí hasta encontrar uno libre.
El segundo que encontré, un Argentaria, estaba libre. Era una cristalera enorme, hacía esquina y el cajero estaba empotrado, así que no había dónde esconderse. Estaba muy pero que muy bien iluminado, es decir, iba a ser visible desde la calle, los coches que pasaran, etcétera. Además, el pestillo era una mierda. Mi gato lo habría echado abajo a poco que se esforzase.
Pero era lo que había. En fin...
Puse papeles de folletos de propaganda y periódicos en el suelo, me tapé con mi propia ropa y cerré los ojos.
Y pasaban coches. Y transeúntes. Y más coches. Y más transeúntes. Y una madrugada de lunes a martes en Málaga resulta que es de un concurrido que te peich. Y de todo corazón he de decir que... ¡se podrían haber ido todos a la mierda! Una señora, acompañada de su presunta hija de más-o-menos trece años llamó a la puerta y me preguntó si era norteamericano. Yo le contesté, hablando un castellano bastante mejor que el suyo, que no. Y la señora siguió insistiendo. Entonces, en un momento brillante, su hija intervino diciendo: "mamá, ¿no ves que habla en español?".
Otro gran momento: un tipo debía necesitar dinero urgentemente. Aporreó la puerta y aporreó la puerta. Gritaba y gritaba que abriera de una puta vez, que quería sacar dinero.
Mientras tanto, yo me negaba a moverme y pensaba: "voy a morir".
En estas cosas gana el más paliza, así que lo miré, vi que había una chica con él. Apliqué dos estereotipos a la vez, pinta + mujer, los dos me dieron como resultado: "no vas a morir", así que abrí. El tipo sacó dinero, y antes de largarse, se dirigió a mí y me preguntó: "¿Te has quedado en la puta calle?". Le dije que sí, me dio la mano y me dijo: "que tengas suerte".
Y se largaron.
Después de eso, todo fue pasar miedo, dormir mal y esperar.