Magacín

La experiencia sonora, describiendo lo indefinible

Se habla a menudo de experiencia sonora, pero... ¿entendemos lo que es en realidad dicho planteamiento? Aunque es imposible definir como tal la experiencia, ya que depende de cada uno de nosotros, podemos igual analizarla para nutrir nuestra conciencia sonora y evolucionar nuestro sonido interior.

La experiencia sonora es muchas veces definida como la experiencia de escuchar, de sentir profundamente los sonidos, de volar tan libre como la música es. Y aunque eso es muy cierto, en realidad la experiencia sonora es toda nuestra experiencia en el universo, todo sentido, toda existencia, enfocada desde nuestros oídos en momentos específicos. La experiencia sonora parte de una fusión básica presentada mediante el universo cuántico: el exterior es lo mismo que el interior, ya que en el fondo todo es átomos en un infinito vacío y tan solo somos puntos conscientes y sensibles, capaces de recibir y expulsar información, que termina siendo la misma adentro que afuera. Por eso no solo interesa el externo generador de los estímulos, sino también el interno, quien los percibe. Ambos son los dueños de la experiencia porque surge de esa fusión de conciencias individuales que no son otra cosa que frutos de la misma conciencia universal. La música ya está creada dentro de esa infinidad, los humanos tan solo la aprendemos a recibir. Ya nacemos fusionados pero con filtros individuales de información. Al crear-escuchar sonido, tan solo estamos haciendo consciente lo que ya existía, tan solo estamos sirviendo a la evolución.

El universo es entendido como una infinita red de puntos conectados todos entre sí. En el fondo de nuestra existencia, fuera de nuestra percepción, todo es lo mismo: partículas, puntos, información mediante vibraciones. Las partículas yacen en todo lugar, todo punto, toda posibilidad. Se vuelven ondas porque las percibimos, toman forma porque las sentimos. La realidad se crea gracias a que existen seres conscientes de la misma, ya que la materia no es otra cosa que una transformación de energía percibida en estados gracias a las características de los seres humanos, nuestra percepción. Y por supuesto, es lo mismo que ocurre con los sonidos, ya que la materia sonora es también impredecible, es libre y toma forma desde nuestros sentidos, aquellos que llenan el vacío, que pintan vida sobre el lienzo negro del sonido, que a su vez es totalmente blanco, es de total luz, porque abarca absolutamente todo lo que podamos escuchar en nuestra vida.

La existencia parte y termina en el vacío como el sonido del silencio. Es el regalo del cosmos y la naturaleza a los humanos, la posibilidad de generar y recibir información sonora infinita, tan pura como caminar, tan armónica como respirar. El sonido es perfección a partir de la perfección, es el universo vibrando y hablándonos constantemente. Es la vida en el aire, es la gravedad inmune, es poder sentir toda la galaxia en un instante. Por eso desarrollar una conciencia sonora se vuelve tan trascendental para nuestro ser, porque nos damos cuenta que al liberar el ego, transformar nuestros pensamientos y aferrarnos a nuestra fuerza creadora, nuestra luz, el sonido se convierte en más que un estimulante. Se vuelve un canal de infinita energía, de infinito sentir, como un código sagrado depositado en cada conciencia para que los humanos evolucionemos en armonía. La música como el gran acompañante de la existencia, fruto de escuchar las vibraciones que se generan como consecuencia de la vida.

El sonido es como una semilla. Al escucharlo, crece un árbol, que podríamos llamar el ser de la música, del silencio. Es nuestra conciencia la dueña de las características de ese árbol, de su vida, su forma, sus ramas, su trascendencia, extension, frutos, flores... Todo parte de esa semilla y nuestra mente misma es la creadora del árbol, la dueña del crecimiento, la responsable de la percepción del movimiento, de la transformación constante de la energía que parte de esas vibraciones. Cada sonido porta una cantidad de información incalculable, tan dependiente de la existencia del generador como de la existencia de la consciencia que percibe cada evento sonoro. Por eso el futuro de la música y la experiencia sonora, va estrictamente enlazado a nuestra existencia misma y nuestra mente, porque toda nuestra vida puede ser vista como un único sonido, y la resonancia de este tan solo dependerá de cada ser. Es cuestión de liberarnos a escuchar, para así colectivamente expandir el sonido a las fronteras más profundas de la existencia humana.

Siguiendo con la mecánica cuántica, podemos entrar a analizar un trascendental planteamiento donde ante todo se reconoce que el observador afecta lo observado con tan solo medirlo/percibirlo, por tanto es imposible saber con exactitud lo que ocurre en el espacio-tiempo, ya que el infinito posible yace en el nivel atómico en nuestra existencia. En otras palabras, lo que creemos es lo que creamos. Lo que pensamos y las intenciones que tengamos, serán los responsables de la realidad misma que podamos percibir, que viene a ser lo mismo que crear. Es algo así como hablar del principio de incertidumbre que planteaba en 1927 Werner Heisenberg, pero aplicado a la música, ya que con las partículas sonoras pasa lo mismo que con las partículas subatómicas: nunca sabemos que ocurrirá, desconocemos su trayectoria y movimiento específico. Tan solo somos capaces de percibir su existencia en ondas, cuando ya somos conscientes. Por eso, si escuchamos con oídos despiertos, expandiremos increíblemente nuestra vida, la conciencia misma. Encontraremos cada vez más frutos del sonido sagrado, de esa música ancestral que nació con la naturaleza. Expandiremos insaciablemente el árbol de nuestro sonido interior, donde cada vibración es una señal viva, un nuevo estímulo, un nuevo punto vibratorio en la infinita red, y con un alcance tan inmenso como nosotros deseemos. Podemos quedarnos en los juicios y clasificaciones, podemos quedarnos en visiones tradicionales, académicas, cerradas, dogmáticas. Pero... ¿para que hacerlo si tenemos a nuestra disposición total libertad? ¿Por qué quedarnos en lo mismo y no avanzar a nuevos niveles de conciencia sonora? ¿Por qué cuando es tan simple como explorar nuestro silencio? La única regla es no hacer nada, dejar que el sonido haga todo.

Al entregarnos a esa escucha neutral y profunda, encontramos una gran fuente de inspiración, tanto para quienes crean sonido como para quienes escuchan el sonido, ambos provenientes de la misma fuente consciente, ambos creadores, ambos sensibles. Antes de diseñar el sonido de una película y crear una nueva realidad sonora, está el silencio, la no existencia de dichos ruidos en nuestra percepción, pero sí su existencia como posibilidad. Antes de crear una canción, de componer, antes de tan siquiera sentir el impulso de crear, hay silencio en nosotros, pero la pieza ya está creada, ya está volando en el infinito, esperando ser atrapada por nuestra conciencia. La experiencia de escuchar profundamente el sonido puede verse como el rol de un diseñador sonoro, quien parte del silencio y empieza a crear un espacio y formas dentro de este, capaces de estimular al oyente infinitamente. Los sonidos de la película son pensados desde un contexto emocional, para generar algo específico en la audiencia, para contarles algo, relatar, definir, y a la vez abrir espacio a cada mente y cuerpo, para que sean los dueños de la experiencia, de esa nueva realidad planteada en la obra. Al tan solo empezar a pensar en ella, se generan una gran cantidad de impulsos, de intenciones. Desde ahí existe esa posibilidad, desde ahí se comienza a recorrer el camino. Si esas intenciones son precisas, honestas, inspiradas, seguro que el resultado será de total agrado, porque el proceso creativo es cuestión de coherencia entre la intuición y el pensamiento, entre lo que sentimos y lo que pensamos, entre el ataque y la resonancia. Los resultados son eso, resultados, consecuencias. Más interesante aún es la intención, ya que es de donde nace la experiencia una y otra vez. Por eso a fin de cuentas la esperanza, el futuro o las metas se vuelven imaginaciones en presente que dan forma al camino, pero no hacen parte del fin, porque la experiencia termina es en el oyente. El creador del estimulo nunca dará fin a nada. Lo que determina el flujo de las creaciones es el nacimiento, la intención. El resto es solo cuestión de dejarse intuir, dejarse inspirar, sentir. Encontrar el sonido interior. Los sonidos que ya existen o son creados en el mundo, intencionales o no, están plagados de emociones, no solo porque el "diseñador" del universo lo haya planteado sino porque al escuchar todo sonido existente, igual sentimos cosas, imaginamos, pensamos, controlamos o no, pero siempre sentimos. Si escuchamos un ruido, ya lo hemos creado, y cuando pensemos en este, ya se habrá ido, porque nunca un sonido se repite, nunca un sonido existe dos veces. El sonido es tan efímero como el movimiento, tan mágico como la fluidez misma de la vida.

La experiencia de escuchar desde un universo cuántico donde todo está conectado con todo, es en todo el sentido de la palabra, una labor creadora, no solo de quien genera los impulsos sonoros sino de quien los escucha, ya que son los oídos y la mente los únicos capaces de imponer limites a lo escuchado, son los únicos responsables de la trascendencia y el alcance de la experiencia misma. Por eso es importante que cada humano se cuestione, se enseñe, se escuche, desaprenda y aprenda, se reprograme constantemente. Que encontremos el sonido desde el silencio, desde la quietud. Desde la neutralidad de nuestros pensamientos, la honestidad de la intuición. Aprender a escuchar es aprender a sentirse, a callarse, a detenerse. El sonido hará el resto. No hay que pensar lo que significa, no hay que pensar lo que nos traduce en imagenes o sensaciones, eso simplemente surgirá si así lo desea la madre sonora. Tan solo basta con silenciarnos interiormente y dejar que la magia misma del sonido nos cobije y nos haga cada vez seres de mayor experiencia musical. Es cuestión de no juzgar lo que suena, de no clasificar lo que suena, de no mirar lo que suena, de no pensar en los causantes de lo que suena. Solo dejar que suene, porque es por ahí donde la trascendencia del sonido se vuelve música en nuestro ser, una experiencia fuera de lo físico, fuera de la tercera dimensión, pero igualmente dependiente de esta ya que es en el plano material donde está la puerta a ese sonido infinito: los oídos. La mente necesita del cuerpo, como la música necesita de los oídos y el sonido. Pero el alcance de estos, es tan infinito como el alcance de la mente, sujeto a nosotros, esclavo de nuestra percepción.

La experiencia de detenerse escuchar profundamente, con una conciencia "limpia", es la experiencia de sentir verdaderamente nuestra existencia. Al escuchar seguimos sintiendo, pensando y haciendo una gran cantidad de cosas. Seguimos oliendo el entorno, tocando algo, "viendo" con ojos abiertos o cerrados, etc. Seguimos existiendo, sintiendo, abiertos a la vida, al movimiento. Aunque nuestra conciencia se enfoque principalmente en los sonidos, todo igual sigue entrando a nosotros, seguimos abiertos a estímulos por todos los canales sensoriales. Nuestro inconsciente sigue ahí, nuestro afán de pensamientos sigue ahí, pero el silencio los puede absorber, dominarlos para liberarlos, abriendo así las puertas para sentir el sonido, para darle nuevos limites a la experiencia, la cual no se vuelve ajena al resto de estímulos y emociones que llegan por otros frentes. No es ajena a lo que nos aflija en el momento, a lo que deseemos, a la memoria, no es aparte de la mente. Es una cuestión de total disposición, dependiente de nuestra fuerza de voluntad, de lograr concentración automática, intuición hecha sonidos.

Es fundamental tener claro que la experiencia como tal de escuchar, se obtiene tan solo con la existencia de nuestro canal auditivo. Es decir, si nacemos escuchando, nuestra experiencia en el mundo es experiencia musical, sonora, sentida desde los oídos. Lo interesante es que al escuchar una pieza, un paisaje, un objeto, una canción, los únicos dueños del alcance de esas vibraciones son los oyentes. El artista se vuelve tan solo un guía, un generador a quien no le es posible definir la magnitud de sus creaciones, porque la posición consciente del oyente será la que determinará el límite de lo escuchado. Por eso como ya os he dicho varias veces: detened vuestros mundos y mentes, y tan solo abrid vuestros oídos a la escucha profunda. Despertad vuestro ser, vuestros oídos. Tan simple como navegar en tu silencio, para encontrar el sonido. Tan simple como entregarse a la nada, a la inmovilidad. No somos dueños de la experiencia, somos tan solo unos partícipes de esta. De lo único que somos dueños es de nuestros sentidos y nuestra memoria, de esos canales de información, esos lugares de registro. Por eso es importante desarrollar una conciencia abierta, limpia, porque es esta la que determinará lo que podamos obtener por dichos puentes de energía, datos, sensaciones, como queráis llamar a lo que percibís y almacenas constantemente en vuestras cabezas.

Y claro está: no es que sea necesario estar en constante inmovilidad para encontrar el sonido del silencio. La escucha atenta no es un acto, es un estado de conciencia. El silencio nunca se va, por eso basta con recordarlo para sentirlo y así conservar nuestra posición neutral en todo momento, y todo lo demás será fruto del ritmo de la naturaleza y nuestra sensibilidad ante esta. Porque aunque hayan pensamientos en algún momento, aunque estemos atentos a otros estímulos, igual le estaríamos dejando un gran espacio al sonido, estaríamos constantemente abriendo las puertas a la música del universo, estaríamos expandiendo nuestra experiencia sonora cantidades. Claro está, detenerse, implica aún más información porque es por un momento enfocarnos en ese silencio interior únicamente y recibir total sonido desde alló. Como relatos de nuestro infinito movimiento.

Recuerda que el universo surgió de una gran explosión que aún no ha terminado, que aún está expandiéndose. El sonido podría considerarse tan solo un fruto de eso y el reto está en cada uno de nosotros, para lograr extenderlo desde ahí, volvernos partes conscientes de su expansión, más partícipes de lo que por existir ya somos.

¡Abrazos y salud para vuestros oídos!

Miguel Isaza
EL AUTOR

Miguel es un investigador que relaciona la filosofía, el arte, el diseño y la tecnología del sonido. Vive en Medellín (Colombia) y es fundador de varios proyectos relacionados con lo sonoro, como Éter Lab, Sonic Field y Designing Sound.

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