http://www.marca.com/2009/10/18/opinion ... 78986.html
El territorio más árido de la televisión transita entre la madrugada y el amanecer. Territorio hostil, ahora ocupado por tramposos concursos para insomnes. Presentadoras de profundos escotes y escuetas faldas alimentan la fantasía del diálogo con la audiencia, mientras la letra pequeña establece en la base de la pantalla las condiciones de pago por las llamadas. Si no es un timo, lo parece.
Fueron muchos los servicios que Andrés Montes rindió al periodismo, pero quizá ninguno tuvo más mérito que la conquista de ese paisaje inhóspito, aventura que comenzó en 1996. Alfredo Relaño, entonces director de Deportes de Canal Plus, aconsejó la compra de los derechos de emisión de la NBA. Necesitaba una cara y una voz. Recordó un reportaje que se había ofrecido poco antes en El Día Después. Lo protagonizaba el vehemente narrador de un partido del Atlético en la gloriosa temporada del doblete. “¡Algo se mueve al sur de la ciudad!”, clamaba el periodista de Radio Voz. Era Andrés Montes.
Relaño sólo necesitó una hora de viaje a Toledo para convencerse de su elección. La excusa era un partido de Copa que iba a disputarse en El Salto del Caballo. Durante el trayecto, Montes fue puro Montes: incontenible, seductor, irónico y frágil. Solía referirse a su delicada salud con una mezcla de desdén y resignación. Días después, a las horas más intempestivas de la televisión, en un canal codificado, El Negro Montes comenzó a narrar los partidos de la NBA.
Montes comprendió pronto la deriva del periodismo actual. Nuevas tecnologías, nueva globalidad, nuevo modelos de comunicación, donde el periodista suele ser menos importante que el personaje. Andrés Montes se sentía periodista y siempre fue respetuoso con la profesión y sus colegas. Jamás habló mal de los compañeros. Nunca resignó su curiosidad: leía y escuchaba con la misma pasión que desplegaba en las narraciones. Era un observador generoso y elegante, pero sabía que su función requería de un personaje que cultivar. Si había que triunfar, lo haría a su manera.
A la una de la madrugada, la Torre Picasso era un lugar desolado. Sólo un pequeño grupo de técnicos y maquilladoras aguardaban el comienzo de los partidos de la NBA. La gente no ocultaba el quebranto del horario. Montes evitaba cualquier tentación al abandono. Aparecía impecable cada noche: la pajarita, el chaleco atrevido, la elegante chaqueta, los zapatos ingleses y las gafas de diseño. Obsesivo por naturaleza, cuidaba el personaje hasta los menores detalles.
Nunca un deporte le ha debido tanto a un periodista como la NBA. El producto era excelente, y no faltaron pioneros acreditadísimos como Vicente Salaner y Ramón Trecet, pero no parecía fácil apostar por el éxito en un canal de pago y en un horario disuasorio. Desde esta perspectiva, Andrés Montes fue un gigante. No hay forma de pensar en el éxito de la NBA sin un narrador torrencial, ajeno a la fatiga, dispuesto a luchar por cada espectador en cada minuto y hacerlo cada noche, cuando la televisión es un páramo.
Montes pertenece a la raza de los escasos elegidos que logran cambiar los hábitos de la gente. Convirtió a la NBA en el espectáculo del momento, el que era necesario ver y comentar, no importaban la hora y el insomnio. No le faltó el aconsejable punto de fortuna. Comenzó su aventura con el espectacular regreso de Michael Jordan a la NBA y sus tres títulos sucesivos. Hubiera triunfado en cualquier caso, con o sin Jordan, porque nunca fue un maniaco de las estrellas. Prefería a los dudosos, los cuestionados capaces de excitar su imaginación: Dennis Rodman, o Antoine Walker, o cualquier barrabás que le alegrara la noche.
Andrés Montes nos dijo que no había horarios imposibles, ni audiencias esquivas. Fue el príncipe de la noche, un personaje que actuó decisivamente sobre una generación entera de jóvenes aficionados, un hombre de salud frágil envuelto en el simpático atrezzo de un dandi, un observador con vastos conocimientos en el mundo de la música y el cine, un obsesivo de convicciones arraigadas y, sin embargo, ningún interés por el sectarismo, un narrador formidable que dejó para el final su mejor momento, una pieza maestra del periodismo. Nunca en la historia de la televisión se ha vivido una despedida más concisa, elegante y emotiva que la protagonizada por Andrés Montes tras la conquista del Europeo de basket: "Yo me despido de todos ustedes. Es mi última transmisión con La Sexta y voy a decir lo mismo que decía hace tres años y pico, cuando llegué aquí: la vida puede ser maravillosa. Muchas gracias, amigos".