1. Es un pequeño artículo de opinión y con carácter reivindicativo que me dio por escribir este verano
2. Espero que nadie se sienta ofendido por el contenido del mismo. No va por nadie en concreto, ni de este foro, ni ajeno a él. Os pediría, por favor, que antes de ponerme de vuelta y media, os detuvierais unos minutos a reflexionar sobre el fondo de lo que trato de defender.
3. No sé si es el subforo más adecuado, aunque supongo que sí.
4. Espero que os guste.
EN DEFENSA DE LOS CANTANTES MEDIOCRES
Me hallo frente a la pantalla del ordenador a punto de empezar a redactar este artículo en defensa de los cantantes mediocres. Desconozco la verdadera razón que me lleva a disertar sobre este tema, exceptuando mi propia pertenencia a tan selecto grupo. En cualquier caso, considero que es el momento de que este perturbador fruto de mi pensamiento salga a la luz. Veremos en qué queda esto…
Si existe en el mundo alguna disciplina musical que podamos describir, por una parte, como prostituida, ninguneada y desvirtuada, y por otra, como elitista, ésa es el canto.
El canto se erige, sin la menor duda, como la disciplina musical más accesible a la población. Estamos hartos de escuchar hasta la extenuación el último “superhit” mundial extraído del álbum de la pretenciosamente barroca cantante de moda; de ver concursos de talentos en televisión, y de cruzarnos con personas que interpretan en voz alta, muchas veces sin percatarse, las canciones que están sonando en su reproductor de mp3. ¿Quién no tiene un cantante o grupo favorito? ¿Quién no tiene una canción favorita? ¿Quién no se ha descubierto a sí mismo tarareando su pegadizo estribillo? ¿Quién no ha escuchado en ninguna ocasión los desafinados sonidos originados en las decrépitas cuerdas vocales del coro de una iglesia de la España rural? Por otra parte, aunque parezca increíble, los seres humanos tenemos algo en común, y es que todos contamos con una cosa que podríamos definir como “trozo de nuestra anatomía que fue ideado para otros menesteres, pero que algún señor prehistórico –o Pseudomono spp.- decidió un buen día utilizar para generar voluptuosas ondas de presión que estimulan el sistema auditivo de otros seres vivientes“. Estoy hablando de nuestro aparato fonador, conjunto de órganos del cual todos –salvo, posiblemente, Mudito- disponemos, y que entre otras interesantes funciones nos permite emitir sonidos combinando entonación con duración, es decir, cantar. Toda persona –salvo el ya mencionado Mudito, y posiblemente Kenny- puede, con mayor o menor acierto, cantar.
Una idea muy extendida en la sociedad –y con razón- es que para ser un buen violinista, es preciso aprender a tocar el violín; que la destreza técnica es adquirible; que no todos los violinistas, ni siquiera los profesionales, salieron del vientre de su progenitora con unas extraordinarias cualidades musicales innatas, y que es totalmente respetable, lícito, serio e incluso recomendable, que un individuo decida iniciarse en el aprendizaje del cordofonito frotado. Una aseveración cuya comprensión resulta tan sencilla referida a un artilugio que emite notas musicales, no lo es tanto si la establecemos en relación a la educación de la voz. El canto es una disciplina musical totalmente mitificada en nuestra sociedad, algo así como el fruto prohibido de la música. Pese a su amplísima distribución tanto en nuestra tradición como en la sociedad moderna, el aprendizaje y desarrollo del canto es en ocasiones concebido, tanto a nivel académico como popular, como una actividad a la que sólo unos pocos, los que gozan de unas mejores cualidades técnicas, pueden y debieran tener acceso.
El acceso masivo a una determinada forma de expresión artística por parte de una población que, en general, carece de la formación suficiente y adecuada para valorarla acertada y concienzudamente, y en menor medida, la mitificación a que está sujeto el aprendizaje de la técnica vocal, constituyen el caldo de cultivo perfecto para el surgimiento de toda una legión de opinólogos que, basándose en sus archiconocidos principios de “prepotencia, falta de tacto, ignorancia, imprecisión y utilitarismo”, se autoproclaman como expertos en la materia y se toman la imprudente e irresponsable libertad de juzgar las virtudes técnico-artísticas de profesionales y amateurs, o incluso, de aconsejar si sería más conveniente invertir el tiempo ajeno emitiendo gorgoritos o jugando a la petanca.
No obstante, tan vaga labor social no es exclusiva de los cobijados bajo el desvencijado techo de la Opinología, sino que, tristemente, podemos toparnos con individuos que hacen gala de una similar forma de pensar incluso entre aquéllos que se dedican profesionalmente al canto y/o a su enseñanza. Algunos de éstos pecan en ocasiones de arrogancia y de una paradójica concepción utilitarista de la práctica del canto según la cual debiera estar más enfocado a la dedicación profesional, o como poco, a la complacencia de los oídos ajenos, que a la satisfacción de las propias necesidades expresivas. Una visión profesionalista y elitista que, por su simplismo e inflexibilidad, sólo aborda tangencialmente el verdadero objetivo, significado y valor del arte.
Y aquí estoy yo para alzar la voz y reivindicar lo profundamente injusto que resulta esa especie de veto que desde ciertas esferas de la sociedad se intenta imponer a los cantantes mediocres. Léanse los siguientes párrafos preferiblemente en voz alta y con tono exaltado; si el lector lo desea, puede hacerlo con el brazo alzado y/o con algún tipo de elemento de atrezzo que dejo a su elección.
Los cantantes mediocres estamos hartos de que se nos tache de “mediocres”, “disminuidos vocales”, “incómodos de escuchar”…, cosa que, a pesar de todo y por lógica aplastante, no deja de ser cierta. Pero la capacidad de este calificativo de hincharnos los bemoles estriba, sin lugar a dudas, en la connotación a la que está irremediablemente unido. En muchas ocasiones, este tipo de apelativos no tiene otro objetivo que la burla y el desprecio del trabajo, la dedicación, el esfuerzo o la ilusión del interlocutor, sin el menor atisbo de empatía o de una crítica constructiva que nos ayude a identificar los diversos problemas que interesan a nuestras voces.
Los cantantes mediocres estamos cansados de esa inmutable idea de que la limitación técnica es incompatible con la seriedad y el compromiso, y que por ello, la burla y la carcajada están implícitamente justificadas. Estamos cansados de que para un sector de la sociedad los cantantes mediocres debiéramos limitarnos a la interpretación de pachangadas y pretéritas canciones infantiles al tiempo que realizamos ridículos movimientos corporales, ejerciendo así como auténticos bufones del personal. ¡Ser un cantante mediocre no es sinónimo de tomárselo a cachondeo! Personalmente me parece mucho más honesta y respetable la labor de un cantante mediocre que se preocupa por aprender y mejorar día a día, que disfruta sumergiéndose en las vicisitudes que rodean a la técnica vocal y que sueña con algún día poder interpretar a un nivel aceptable su canción favorita, que la de un cantante de voz privilegiada pero con una incultura musical apabullante (y orgulloso de ello) y que sería incapaz de señalar acertadamente la localización de su musculatura abdominal, aquélla que es la primera responsable de la génesis del flujo de aire que ulteriormente producirá la vibración pasiva de las cuerdas vocales. ¡Basta ya de la manida asociación de cantante mediocre ≠ seriedad!
Con una clara asociación con lo expuesto en el párrafo anterior, los cantantes mediocres estamos hartos de la existencia de ciertos sectores de la población dispuestos a cuestionar la validez de nuestra afición únicamente por no estar dotados de unos atributos vocales óptimos. ¡Basta ya de la concepción social de que únicamente los que cuenten con una voz envidiable tengan el derecho y la posibilidad de desarrollar sus aptitudes vocales a niveles más allá del umbral del plato de ducha! ¿Por qué razón se nos mira con cara rara cuando queremos apuntarnos a clases de canto, intentar acceder a un coro o realizar nuestros pinitos en la composición?
¡Muerte a la imperiosa condición impuesta por la sociedad de que para que una actividad sea considerada recomendable se ha de ser bueno en su realización! ¿Dónde queda el disfrute? ¿Dónde queda la satisfacción personal, la cual es posiblemente la más sana, valiosa, gratificante y estimulante de las sensaciones? ¿Acaso un cantante mediocre no puede obtener el mismo grado de satisfacción que el mejor cantante del universo al sentir que su trabajo por fin está empezando a dar sus frutos?
Los cantantes mediocres estamos cansados de tener que mantener en secreto nuestra afición a la inmensa mayoría de mortales para evitar ser objeto de mofa. Estamos hartos de ser considerados raros, ilusos e ingenuos por haber caído en las redes de una afición que de forma patente no se corresponde con nuestras mayores aptitudes, y es que, como he mencionado anteriormente, da la sensación de que para que la afinidad hacia esta actividad –no así para otras, como el fútbol- sea vista con buenos ojos por el vulgo es absolutamente imprescindible destacar positivamente en la misma.
¡Muerte a la ignorancia, tanto opinológica como académica! “No tiene voz para cantar” es una expresión sumamente socorrida para definir una voz de sonoridad cualitativamente poco agraciada, pero además, supone de algún modo una sentencia de muerte vocal para el desafortunado poseedor de la misma. No se trata únicamente de señalar un problema vocal actual, sino que también atañe al infausto pronóstico de las capacidades para el canto del interesado. Supone algo así como señalar una inutilidad congénita para el control de la voz y establecer que cualquier intento por superar las dificultades será en vano. Hay que desterrar esta idea a lo más profundo del vertedero de los prejuicios. Con demasiada frecuencia, la ignorancia –incluso entre profesionales de la voz- lleva a sentenciar a un mediocre cantante por la simple razón de que en el momento presente su voz no suena todo lo bien que debiera. Es de vital importancia gritar a los cuatro vientos, para introducir en las estrechas entendederas de la burricie, que en la mayoría de ocasiones las alteraciones cualitativas de la voz, las cuales podríamos denominar “alteraciones tímbricas”, responden a problemas de índole técnico. La falta de brillo, la tensión, la sonoridad rasgada o la estridencia son consecuencia casi siempre de una falta de relajación laríngea, de un insuficiente apoyo diafragmático o de la desimpostación, todos ellos elementos técnicos perfectamente constatados, aceptados y descritos, cuya solución trae consigo un incremento de la agradabilidad de la voz a oídos del oyente. No cometamos la imprudencia de marginar del canto a nadie por una supuesta carencia de capacidades intrínsecas, cuando en realidad su problema es de causa puramente técnica.
Los cantantes mediocres estamos hartos de la falta de tacto, de la irreflexión, de la falta de empatía, de la irresponsabilidad a la hora de expresar una opinión, del “¡retírate!”, del “¡dedícate a otra cosa!”… ¿Acaso los cantantes mediocres somos psicológicamente diferentes de los que gozan de una voz privilegiada? ¿Acaso no tenemos derecho a que nos afecten o nos molesten las críticas malintencionadas? ¿Acaso la calidad técnica es condición sine qua non para tener el derecho a alzar la voz frente a los que tratan de menospreciarte? ¿Tan difícil es comprender que, por muy mediocres que seamos, podemos sentirnos tan ligados a esta actividad como los que cuentan con una gran voz?
¡Basta ya de la inmediatez y de la dictadura de la primera impresión! Desgraciadamente, en una sociedad dominada por la inmediatez y por la preponderancia del resultado sobre el proceso, poca atención se le presta al aprendizaje. Con demasiada frecuencia a los cantantes mediocres se nos niega la posibilidad de aprender por no disponer en el momento actual de unas capacidades técnicas suficientes como para hacer pensar al músico profesional de turno que merece la pena apostar por nosotros. ¿Cómo se puede tener la osadía de afirmar que una mala interpretación actual es consecuencia siempre de que es un negado, y no de que nadie le haya guiado en tan compleja hazaña; de que nadie le haya enseñado?
¡Basta de prepotencia! Sin duda, muchas personas necesitarían un baño de humildad para darse cuenta de no son quien para juzgar ni las ilusiones, ni las motivaciones, ni la validez del tiempo invertido en una determinada actividad de nadie. Se trata de elementos psicológicos personales e intransferibles, a los que únicamente uno mismo tiene la potestad de otorgar un lugar y una importancia en su vida. Nadie es quien para realizar tan compleja e íntima tarea. Hemos de ser lo suficientemente humildes como para admitir que tal aspecto de la vida ajena no nos compete en absoluto.
Y por supuesto, ¡vivan los cantantes mediocres –y los no mediocres- deseosos por aprender y superarse; los talentosos y auténticos; los que conciben el proceso de aprendizaje como un fin en sí mismo; los que creen en sus posibilidades, y los que no están dispuestos a permitir que una jauría de desalmados les corte las alas!
Antes de terminar, me gustaría realizar una aclaración, y es que no seré yo quien reivindique que todo el mundo debiera ser gratificado con el auténtico privilegio de dedicarse profesionalmente al cante o a resultar vencedor en un concurso de karaoke por el simple hecho de desearlo. En ningún momento pretendo hacer referencia al canto desde un enfoque profesional, sino que mi pretensión es tratarlo desde un punto de vista –si se me permite- más humilde y austero. Me refiero a cantar por diversión, por disfrute, simplemente por amor al arte..., aspecto que, desde mi punto de vista, cada vez brilla más por su ausencia en nuestra cada vez más deshumanizada sociedad de consumo, y que, sin la menor duda, debiera ser recuperado.
Espero que os haya gustado y que os invite a la reflexión…
Fdo: Mazurko