Pues eso.
¿Eres músico? Pues defínete. Te va la vida en ello.
Tenías diez años y ya ibas por la calle tarareando y silbando canciones que habías escuchado en la radio, en la tele, en el tocadiscos de tu hermano mayor. Puede incluso que cantases en falso inglés, total, nadie te oía. Ibas solo por ahí, dándole patadas a las piedras.
Te juntaste con un amigo que tocaba la guitarra (ya tenías catorce), y le mirabas cómo y dónde ponía los dedos. Y ya sabías que te había picado el gusanillo, estabas envenenado. Y ya nunca más podrías librarte de ello.
Harías un grupo a los dieciséis que sonaba como la mierda, pero tú entonces aún no lo sabías. Aquello te servía para sentirte en la gloria, curiosa paradoja esa...
Y así siguió la cosa. Entrabas por una puerta que te llevaría a conocer gente igual que tú; otros músicos que no tenían ni pajolera idea de dónde se estaban metiendo. Sí, todo estaba impregnado de una loca felicidad que te hacía acoger sin recelos todo lo que se te ponía por delante. A veces eran chicas que creían que arrimarse a un músico era algún tipo de chollo. Esas parejas duraban un cantar sevillano, como tenía que ser.
Luego, los porricos y todo lo demás: alcohol, coca, pastillas...junto a otros músicos como tú, ególatras, desquiciados, impuntuales, irreverentes (eso molaba, sí, ¿no?
Pero aún no sabías ni hacia dónde ibas, ni lo que realmente querías, ni si eso de hacer música era para algo, una necesidad interior, una forma de ganar algo de guita, una forma de llegar a ser famoso (y luego más famoso), seguir ligando con la gente más guapa del mundo, realizarte como músico y descubrir lo increíblemente poderoso que es entender cada secreto que guarda la música para quien sabe buscar...
Es verdad que nadie te lo cuenta, lo tienes que descubrir como por casualidad.
Muchos músicos apenas saben cómo se genera el sonido, cómo viaja por el espacio, el aíre, entre emisor y receptor. Apenas saben que tras la apariencia de un sólo sonido, en realidad se esconden mucho otros, los armónicos.
Algunos músicos tienen que dejarlo a los treinta y dos. Conocen a la mujer de sus sueños, a su hombre de verdad, a su loquesea, se casan, o se van a vivir juntos y tienen que decidir cosas. Ahí acaban algunas vocaciones.
Otros aguantan. Eran roqueros, jazzeros, jevis o punkis, pero no pudieron abrirse paso y ganarse la vida con eso. Aguantan, sí, pero gracias a otros trabajos. Tienen un ensayo, aunque ahora cada vez menos, porque todos, todos, todos tenemos un estudio casero.
Y hacemos mucha música que apenas va a ser escuchada, quizás los amigos íntimos o algún grupo cercano en alguna página de internet dedicada a músicos.
Lo pasamos pipa. No llegaremos muy lejos, pero nos seguiremos divirtiendo.
Y todo eso, sin contar lo bien que lo vamos a pasar diciéndole a una IA que nos haga un tema tipo Maiquel Yacson, de tres minutos, con una intro instrumental de veintidós segundo, y un sólo de guitarra después del segundo estribillo.
¡Coño!, se me ha hecho muy tarde.
Me voy pal sobre.
Hasta la próxima, en la que trataré de hablar de algo más serio.