Sin mirar el precio, la talla, la etiqueta, la calidad de la piel, la promesa que que reluce en el escaparate...
No se trata de desconfiar, que es una actitud bastante molesta, tanto para mí como para el otro.
Se trata más bien de comprobar todo lo que entra en mi espacio de atención, ya sea la carne envasada del Mercadona, el coche de segunda mano que me vende ese conocido de un amigo de mi amigo, el discurso gastado del político de turno o la palabra amorosa de esa chica que te susurra al oído un amor que no es de este mundo (y que conste que esa cara me suena).
Esto tiene que ver, como ya dije alguna que otra vez, con la pereza que demostramos cuando compramos el pack completo.
En ese pack de diez, vienen cuatro que son necesarios; tres que tal vez usemos alguna vez, y tres que maldita la gracia que las tenga que pagar sabiendo que jamás de los jamases lo voy a usar.
Hace ya mucho tiempo que leí cómo venden los americanos (y supongo que todo el mundo que pueda) sus películas al resto del mundo; por lotes.
En ese lote van, como ya digo, cuatro que acaban de salir y que van a romper, tres que las veré si tengo una tarde aburrida. Y las otras tres, que no hay dios que las aguante sin vomitar.
Así que he optado por dudar.
Duda sana, sin acritud, con el beneficio de la duda por delante.
Dudar cuando me hablen de un grupo que lo va a romper, pero que al escucharlo me deja frío. Está bien, cómpralo tú, pero déjame decidir sin presión. Le voy a dar alguna oportunidad y ya te cuento.
Dudar de los youtubers que hablan con tanta seguridad. A veces me cuesta entender si su discurso habla por su propio discernimiento, o ha sido comprado por los vendedores del pack. Sí, del pack completo.
En todo caso, déjame darle unas vueltas, comprobar algunas cosas por ahí, preguntando a alguien que sepa mejor que yo de lo que se está hablando.
Pongamos por caso la guerra de Rusia y Ucrania.
¿Sabes tú quién es el bueno y quién el malo? Porque si me dice que lo sabes, ya tengo la (casi) completa seguridad de que no tienes ni idea. Igualito que yo.
A ver, si lo dices sólo porque lo dice tu partido político, entonces ya hemos terminado.
Si lo dices porque lo oíste de tu youtuber favorito, bueno, lo podemos ir estudiando, sabiendo que quizás el ochenta por ciento de lo que se cuenta, tanto en canales alternativos como oficiales, está literalmente manipulado.
Dicen por ahí que puede que los americanos quieran vendernos el gas licuado. Puede ser.
Dicen que en Ucrania se lava mucho dinero. Puede que sí.
Dicen que hay laboratorios químicos. Lo mismo es cierto que falso.
Dicen que hay países que quieren aprovechar para renovar armamento. ¿Lo sabes tú? Yo tampoco.
Dicen que los rusos quieren hacerse dueños de Europa entera. ¡Qué miedo! Menudos son los rusos.
Dicen que la OTAN necesita dar un puñetazo en la mesa. ¡Vamos que nos vamos!
Dicen que los países más ricos están gobernados por sicópatas, que les importa todo un pimiento con tal de obtener relevancia en el cuadro de los que controlan el mundo.
Dicen que dicen que me han dicho que me van a decir...
Y yo voy me lo creo.
Así que, como ya te digo, lo que hago es dudar.
El crédito no es regalable (que buen palabro me ha quedado), hay que ganárselo.
La veracidad ya tiene más probabilidad de ser un bot que se pasa la vida gritando que lo que dice es la verdad.
Y la hemeroteca hecha humo, tanto que ya no vemos nada que no sea una mentira, estirada como un chicle infinito.
Y dudo de las encuestas.
Y dudo de las medidas.
Y dudo de la etiqueta de los refrescos de cola.
Dudo que el aspartamo sea mejor que el azúcar de toda la vida.
Y dudo, sobre todo, de mí mismo. No sé cuánto hay en mí de lo que soy realmente, ni cuánto de lo que me han vendido sin que me diese cuenta.
Así están las cosas, así lo pienso y así te lo digo.
Por si acaso, duda de mí, no me creas.
Mira la etiqueta, compruébalo.
No te vuelvas un loco paranoico, pero ten presente a la duda como una sabia consejera.
Si te la han de colar, que por lo menos les cueste.