Historias verdaderas (o casi) 1

Capitán kokorikó
#1 por Capitán kokorikó el 09/05/2024
Llegó puntual, aunque un año y dos meses tarde.
Recuerdo la cordialidad y fluidez que se derivaba de aquella primera toma de contacto. Alguien le había pasado mi teléfono.
Quería montar una obra de teatro infantil, y yo estaba más que encantado con hacerla; tanto que al final, para lograr a un acuerdo, llegué a rebajar mi tarifa hasta la mitad. Ella me caía bien, y yo disfrutaba haciendo estas cosas.
Lo mismo sucedió el día en que quedamos para una primera visita real.
Ella tenía una edad indefinida, que calculé en unos treinta y pico, aunque a veinte metros de distancia parecía tener no más de dieciocho.
Tenía un hijo y estaba separada.
En esta primera conversación me contó todo lo que yo necesitaba saber sobre la obra. No sería un musical, pero llevaría cinco canciones cantadas, reforzando la narrativa. Todo bien.
Su voz apenas se deslizaba desde su garganta, llegando tan suave a su boca que apenas le entendía.
Quedamos para una segunda reunión, en la que me pasaría los temas, que ella ya tenía terminados, con su letra y todo. Parecía un trabajo fácil, todo parecía ir sobre ruedas.
En esta segunda ocasión, unas semanas más tarde, me encontré con que las canciones no tenían una estructura montada, con sus acordes. Ella se sentó y cantó cada canción.
Incluso así, creí que no habría mayor problema. Ya tenía más que sobrada experiencia en tratar con todo tipo de casos curiosos y raros. Así que, saqué mi guitarra y comenzamos a dar forma a aquellas melodías indeterminadas.
Costó un poco. Si has hecho algo parecido, sabrás lo difícil y delicado que es tratar de formalizar canciones cuando la otra persona las oye en su cabeza. Todo lo que hagas para concretar se topa con ese ideal establecido; a veces tan difícil de superar.
Pero finalmente todo comenzó a tomar forma.
Grabamos todo lo que se iba concretando directamente en mi daw. Una guitarra acústica y una melodía, ya con su letra y todo.
Luego hablamos de los instrumentos que usaría para cada tema: ukeleles, melódicas, sierra musical, cajas de ritmo, ruiditos graciosos, pianos de juguete, trompetillas, xilófonos... ¡Hubiese pagado por hacerlo!
Ella se fue y yo me puse a trabajar. La música me brotaba sin trabajo de mi parte, con fluidez.
En dos semanas ya tenía perfilados los cinco temas. Ella vendría una mañana, y al final de la tarde ya estaría todo hecho.
O no.
Verás, a partir de aquello, ella me fue dando largas una y otra vez, alegando multitud de impedimentos: la custodia del niño, su profesión, unos cursillos que le salieron, un trabajo extra para unas jornadas de teatro.
Pasaban los meses y me asaltaron algunas dudas razonables; quizás había algo que yo no supiera, porque, hasta donde yo sabía, era cosa de venir un día, incluidos sábados y domingos, y terminar aquellas sencillas canciones que ella ya tendría más que ensayadas. Piensa que algunos temas eran dos estrofas, un estribillo, dos estrofas más, y estribillo doble y chinpún.
Quizás, pensé, ha ocurrido algo gordo, la obra se habría suspendido y ella no se atrevía a decírmelo, los demás la habían abandonado y ahora se tendría que hacer cargo del costo de la música, y no tendría dinero, y bla, bla, bla...
Así que, una mañana me armé de valor y la llamé. Si ha pasado algo, no te preocupes, seguro que podremos llegar a un acuerdo. Me pagas la mitad de lo pactado, y así cerramos el trato, y a otra cosa.
Pero no. Todo estaba bien, aunque seguía liada.
Pasaron otros tres meses y sin noticias.
La vuelvo a llamar. Esta vez sí había un buen motivo: había tenido un accidente de coche. Estaba relativamente bien, pero necesitaba un par de meses para recuperarse. Me armé de paciencia, que a estas alturas ya andaba un poco deteriorada. Pero bueno, por lo menos ahora había un buen motivo.
Y, por fin, cuando menos lo esperaba, hace quince días me avisa que nos vemos ya, el próximo lunes.
Yo me digo, guay. Hemos esperado un año, pero ahora lo terminamos en un día y a otra cosa.
Llega el lunes y, como digo, ella es puntual.
Nos ponemos a grabar. El tema es sencillo, con una melodía típica de una cancioncilla infantil. Hablamos del tema, lo escucha un par de veces, probamos el micro y los niveles y comenzamos.
Después de una hora, ella dice que se tiene que ir, con lo que se va al carajo mi tonta previsión. No terminamos todo en una sentada. Pero me consuelo porque ya hay un tema hecho.
Hoy, esta misma mañana ha vuelto para grabar lo que ya me adelantó sería el segundo tema, nada de finalizarlos todos.
Menos da una piedra.
Recuerdo el tiempo que pasamos buscando el tono adecuado para que no hubiese problemas. Hoy nos encontramos con que había elegido el peor tono posible para ese tema en concreto. La melodía original le venía muy justita por abajo. Ella me aseguró que era el tono en dónde se encontraba más a gusto. Pero hoy pensó que la segunda parte del tema lo haría una octava más alta. Y ahí comenzamos a patinar.
Llegaba con la justa, y cada toma se convertía en un pequeño desafío. Como no llegaba bien, desafinaba un poco. Entonces empezamos a repetir tomas. Y tomas, y tomas y tomas y tomas.
Tengo que decir que cada toma era, desde mi punto de vista, exactamente igual al anterior, con la inflexiones perfectamente iguales, la intensidad, las modulaciones, los desafines...
Terminábamos una pista y decía en automático; bórrala, hacemos una nueva.
Para no exagerar, diré que quizás hicimos unas cuarenta. Yo le miraba a la cara y le preguntaba qué era lo que fallaba. Ella decía: hacemos una nueva.
Le juré, le aseguré que yo, que llevo un taco de años en esto, que he lidiado con montones de cantantes, cada uno con lo suyo, era incapaz de adivinar qué tenía de malo cualquiera de las pistas que habíamos grabado anteriormente.
Lo desafines, podrías decirme. Pero ya contaba con eso, y tengo el melodyne que me arregla lo imposible, así que no era por eso.
Ella no lo sabe, pero estuve a punto de claudicar.
En el último momento adopté el modo terminator. Grababa y borraba, grababa y borraba...
Al final del bucle, elle miró el reloj y me dijo que se tenía que ir.
Cuando la despedí y cerré la puerta, me dejé caer en el sofá. Ahora entiendo mejor aquello de "amor al arte", porque sino, yo no sé lo que es.
Hice un cálculo así, a lo bruto. Cuando termine el trabajo, me saldrá la hora a menos de cinco euros.
Y aún nos quedan tres...
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