Y el pan con queso.
Y el roto con el descosío...
Así es la historia que cuento hoy. Dios los cría y ellos se juntan.
Y como en otras ocasiones, no tuve que irme a otro país, a otra ciudad, a otro barrio.
Fue justo en la puerta de mi casa. Porque estas historias me buscan, y no les importa dónde estoy, siempre me encuentran.
Y qué quieres que te diga, que si fuesen una o dos, no sospecharía nada; pero es que son un montón. Y no parece que se vayan a terminar.
Bueno, que me enrollo como una persiana.
Salgo de mi casa, estoy en la misma puerta pintando el buzón.
Por las escaleras baja una chica joven, de unos treinta años. Bueno, ella me dice que tiene diecinueve, y no tengo por qué dudar.
Pero parece mayor. Y no mayor como adulta, sino como jodida...
Me pide fuego para un cigarrillo. No tengo, le digo.
Ella aprovecha para contarme que es de un pueblo de Sevilla, que lleva un par de meses aquí, en este pueblo de Albacete.
Me cuenta su niñez: casa desestructurada, porros a los doce, follando a los catorce, coca a los quince.
Y ahora aquí, en este pueblo, en una casa de aquí al lado. Vive con una pareja de marroquís y el hermano. Ella está enrollada con el hermano.
Puto marroquí, me tiene todo el día en la casa, no me compra ni tabaco. Me espía el móvil y es muy celoso.
A veces la encierra en la casa con llave porque se va a trabajar y no se fía de que se vaya.
Ella está harta, no puede más. Está pensando en irse.
Le pregunto si está contra su voluntad, que podemos ir a la policía, o a ese sitio que hay del ayuntamiento en donde ayudan a las mujeres.
Me mira con esos ojos que ya no saben mirar con alegría. No sabe qué contestar. Silencio.
Es que soy adicta a sexo. Necesito que me folle cada día. Hay días que dos veces.
Yo no sé qué decirle, pero le vuelvo a preguntar qué quiere hacer. Ella dice que se da asco, que le gustaría volver a su pueblo sevillano, pero que no sabe...
Casi puedo ver todo el follón que hay en su cabeza, el agujero en el que está metida.
Ella es la presidiaria y la vigilante, la que tiene la llave, pero no sabe decidir.
Desde luego que puedo imaginar lo que es estar enganchado a una droga, porque puede dar placer. Pero no sé bien qué es eso de estar enganchada al sexo. O por lo menos hasta ese punto.
Lo peor de todo es que no estaba disfrutando nada.
Recordé la vieja canción de Barón Rojo, esa letra que decía: tienes quince años y pareces una vieja....
Ya sabes dónde vivo. Si necesitas algo, dame un toque.
A las dos semanas supe que había vuelto a su pueblo.
Ni los dos polvos diarios, ni los dos paquetes de tabaco lograban cerrar el agujero de esa emoción herida.
Tienes quince años y pareces una vieja...., y sólo hay una persona en el mundo que pueda ayudarte de verdad.