Historias Verdaderas (El Hombre y la Máquina)

Capitán kokorikó
#1 por Capitán kokorikó hace 3 semanas
Hoy va a ser una historia tan, tan, tan verdadera, que la estoy contando en tiempo real. La estoy viviendo en este preciso momento, aquí, en el bar donde casi todos los días me tomo un café con leche y una tostada de tomate. 
El protagonista es un señor de unos sesenta años, vaquero dos tallas más grandes, una mano en el bolsillo. 
Cuando me senté él ya estaba allí, delante de una máquina tragaperras, echando monedas por la ranura, mientras esa voz femenina le urge a seguir avanzando en su odisea por extraerle a la máquina algunas minucias. 
"Avanves, premio, dos, cinco, bonos, sube..."
La máquina es incansable, mezcla esa voz con latiguillos de música que se clavan en la sique de quien la escucha sin que el afectado pueda hacer nada por evitarlo. 
El camarero me mira, y sin palabras me dice que ese señor tiene un problema. 
Ese señor viene y va de la máquina a la barra en un loop infinito, creando con su decisión un camino de precedentes del cual resulta muy difícil salir. A eso se le suele llamar un hábito. 
Yo tengo otras definiciones, pero entiendo que
es mejor que cada uno saque sus propias conclusiones.
El hombre comienza a hablar solo, nada muy loco, más bien son exclamaciones... "¡ay, señor"! 
Se pide un quinto. 
Saca un billete de cincuenta para que se lo cambien. El camarero le cambia, y le devuelve una mirada de velada reprobación. 
Si tuviese que apostar, diría que es un pensionista que acaba de cobrar. Pero me puedo equivocar. 
En ese ir y venir de la máquina a la barra me llega una reflexión, pues su actitud me resulta maquinal. 
Si tuviese que apostar, diría que tiene un problema de ludopatía, pero no me hagas mucho caso, porque me suelo equivocar. 
Pudiera ser que ese hombre, adulto, con sus facultades mentales aparentemente funcionales, esté haciendo uso de su libertad para hacer lo que mejor les parezca con su vida y con su dinero. 
Por otra parte, no parece buena idea entablar conversación para decirle lo que, tal vez, él ya sepa. 
En un momento dado me mira, directa y deliberadamente, a los ojos. Balbucea algo que no logro descifrar, pero que parece ir en la dirección de justificar su propia actitud. 
Yo no tomo partido, de la misma forma que me parece poco ético valorar unos actos que pertenecen al ámbito íntimo y personal. 
Inesperadamente caen unas monedas. Él sonríe para sí mismo y se abalanza sobre ellas para volverlas a introducir en la ranura, de forma mecánica, maquinal. 
Como ves, esta parece ser una historia de autómatas, aunque... ¡Quien sabe! Lo mismo me equivoco y la realidad es otra. 
En un momento dado, el hombre da media vuelta y sale del local apresuradamente. 
La máquina queda muda, aunque sus luces  quedan lanzando si muda y brillante mensaje en busca de alguna que otra soledad. 
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