Y ya te digo que sólo podré contar una pequeña parte de ellas; primero porque aún tengo cierto rubor, tanto por mí como por la gente implicada. Y segundo, porque son, directamente, incontables (que no hay forma de contarlas, que no voy a encontrar las palabras, o que no las quiero contar).
Recuerdo perfectamente la primera vez que oí hablar de las ONGs. Fue por la tele, y una voz en off contaba que había gente, gente muy molona, que viendo lo poco eficaz que eran los gobiernos a la hora de solucionar algunos de los problemas más acuciantes del mundo, se estaban organizando en ONGs.
Estas organizaciones viajaban por todo el mundo y, con aportes voluntarios de miles de personas anónimas, daban una respuesta a esos casos sangrantes desatendidos.
Ni qué decir que me pareció una idea hipermegasensacional.
Fue muchos años después que comencé a enterarme de cosas raras respecto a estas organizaciones. Desde luego que hablo en algunos casos, que espero no sean la norma, aunque....¿quién sabe?
Hace unos veinte años, apareció por mi pueblo, treinta mil habitantes, una pareja muy curiosa. Ella, restauradora de muebles antiguos, descendiente de la alta alcurnia madrileña. Parece ser que su familia tenía un apellido de esos que abren puertas sin preguntas. Era, más que guapa, arrebatadora. Ella es parte de otra historia que contaré en otra ocasión.
Su pareja también era joven, no más de treinta y pocos. Los dos se ponían finos filipinos, sobre todo de alcohol y nieve.
Enseguida encontraron recepción en algunos chavales del pueblo, gente enrollada, que oyeron su propuesta de formar parte de su oenegé, que irían a Venezuela a construir una escuela. Y, a ver, ¿quién no querría ir a Venezuela a construir una escuela?
Los sueldos eran muy generosos.
La promesa. Dos meses, gastos pagados, hacer el bien, disfrutar de una experiencia que les cambiaría la vida. Y el sueldo.
De todo el equipo, dos eran amigos míos, con lo que esta información es de primera mano.
Se fueron, y comenzaron la construcción de la escuela. Genial, todo bien.
El Jefe pasaba tanto tiempo dando instrucciones sobre la obra como ausente de la obra.
Uno de mis amigos, bastante espabilado, fue atando cabos. Todo se hacía a la vista pero con mucha discreción. Si no cargabas la mirada de intención, no sabías lo que se estaba cociendo.
Él trabajaba y callaba. De hecho, lo que hacía era para costearse un terreno pequeño para hacerse una casa.
Acabaron el trabajo y volvieron, pero en el momento de entrar de nuevo a España, fueron detenidos en un despliegue como de película.
De mis dos amigos, uno me contó una versión que ni él mismo se creía, delirante, pero el otro me lo contó todo.
La oenegé era una tapadera. El chaval responsable (es un decir) ya estaba en el punto de mira. Lo estaban esperando.
Lo que traía eran piedras y nieve.
Murió sin salir de la cárcel.
Más adelante me fueron llegando otras historias raras asociadas a diversas oenegés, ya hablo a nivel mundial. No voy a hacer la lista, que para eso ya está la interné.
Así que, una vez más, aquí tenemos pruebas de que estamos rodeados de mentiras. En este caso, parece que el abuso es para provecho de un particular, pero en muchos, muchos otros casos, el abuso viene directamente del sistema gubernamental, que no duda en ponerse la piel de cordero para llegar hasta el corazón de sus muchos y oscuros intereses.
La mentira es como la gotera en casa. Basta una sola para que lo destruya todo.
Ni mentiras, ni cancelaciones, ni censuras ni, menos aún, autocensuras.
Amén.