Y a veces conoces gente muy curiosa, que sostienen realidades variadas en un mismo cuerpo.
Se puede ser mala persona y carpintero, todo ello a la vez.
Se puede ser soltera y avariciosa.
Se puede ser músico y estúpido, seguro que ya te habías dado cuenta.
Se es lo que se es te pongas como te pongas.
Puedes ser gitano y abogado.
Puedes ser blanco y hetero, que no pasa nada.
Pues aquel tipo era alemán, blanco, hetero, rico y rácano, y también paralítico.
Una vez más, me encuentro viviendo (años ochenta y muchos) en una historia que parece pura ficción, pero que voy a contar intentando no exagerar nada. La realidad, una vez más, se presenta con tintes de delirio.
Una chica me avisó de que podía encontrar un empleo en Mallorca, cuidando a un señor que estaba confinado en su silla de ruedas.
Y me puso en antecedentes. La última persona que le estaba cuidando le había tirado por un barranco, con silla y todo, por un arranque de rabia producido por un cúmulo de órdenes desquiciadas. Así que ya llegué avisado de dónde me estaba metiendo.
El hombre tenía unos sesenta y cinco años, sus ojos miraban con una eterna sorpresa en su fondo, como preguntándose el porqué de que estuviese ahí, en esa silla carcelaria, sin poder disfrutar de su mucho dinero.
Con su peculiar acento, me puso al corriente de mis obligaciones. Levantarlo por la mañana, vestirlo, sentarlo en su silla, hacerle el desayuno, hacer los recados, compras y cosas del banco, comidas, meriendas y cenas. Acostarlo.
Dos veces a la semana, lavarlo. Darle un poco de conversación. Llevarlo al aseo, limpiarle el culo.
Una de sus peculiaridades, la que más me llamaba la atención, era lo increíblemente pesetero que era, llegando a puntos ridículos, sobre todo teniendo en cuenta lo que dije, que estaba podrido de dinero.
Con cierta sorna me contaba que sólo le funcionaban dos partes de su cuerpo; la cabeza y la polla. Literalmente.
Para conocerlo mejor, voy a contar uno de los muchos episodios que viví a su lado.
Aquella mañana me dijo que íbamos al aeropuerto, a recibir a su novia. Le miré perplejo. Nunca me había hablado de ella.
Así que cogimos su cochazo, potente y grande, aunque ya con bastantes años de servicio, y pusimos rumbo. Aunque antes de salir del pueblo, me dijo que debíamos parar en un supermercado. Entra y compra una botella de vodka. Le pregunto por la marca, pero me dijo que comprase la más barata. Así que, para recibir a su ¿novia? me pedía la más barata. Vale. Esto ya empezaba a decir mucho de sí mismo.
Ella tenía unos cincuenta, bien cuidada, hija de militares, argentina. Y llegaba con su hija, de unos diecisiete años, embarazada de cuatro.
Cuando por la noche, a eso de las doce, oí todo tipo de ruiditos en su dormitorio, ya me hice a la idea del tipo de noviazgo que allí se cocía. Y también el papel imprescindible del vodka.
Al pasar los días también quedó meridianamente claro que ella venía también a por un sobresueldo para ayudar a su pobre hija, embarazada y sin novio. Ella tenía la pinta de saber cómo hacerlo, a pesar de la tacañería.
Él también fue músico, tocaba el acordeón antes de su enfermedad, y me cuenta que era una fiera, que nadie le ganaba cuando de pasárselo bien se trataba, en sus veinte años.
Tenía una memoria prodigiosa. Recordaba más de cien números de teléfono, y sabía dónde estaba cada cosa que existía en su casa; una caja de zapatos, una botella de lejía, una manta que no usaba desde hacía tres años, los cumpleaños de su familia, los numeroso números de cuentas en los bancos..., en fin, todo, como Funes el memorioso.
No he contado que pesaba muchísimo, y que yo estaba bastante flaco.
Lo digo porque un día, al trasladarlo de un sillón a su silla de ruedas, se me cayó al suelo. Empezó a gritarme como loco, insultándome y echando espumarajos por la boca. Yo me levanté y me lo quedé mirando largo rato, hasta que se cansó. Y ya en silencio, pero aún clavándome sus ojos como puñales, hice lo que fue uno de los esfuerzo más potentes que intenté en mi vida, y logré colocarlo en su silla.
Ya sentado, se me quedó mirando en silencio. Yo también le sostuve la mirada. Y después de lo que pareció una eternidad, sonrió con la sonrisa más dulce que vi en mi vida. En ese momento pude ver una parte de lo que fue antes de estar ahí, confinado de por vida.
Créeme que podría escribir un buen tomo con todo lo que viví en ese mes, todos episodios duros e intensos, pero que no cambiaría por nada del mundo. Somos lo que somos por todo lo que hemos vivido.
La "novia" se fue con su hija, y sospecho que con el botín.
Ya te digo que me quedan sin contar muchos episodios jugosos, pero este no es el lugar para explayarme. No quiero pintar un cuadro, sino dar algunas pinceladas.
El antiguo cuidador volvió un día. Parece ser que se habían perdonado el uno al otro.
Yo seguí mi camino, pensando en lo necesario que es vivir todo tipo de experiencias, y sabiendo que cuanto más duras las pruebas, mayor comprensión de lo que significa una vida en este mundo, en esta tierra.
Me quedó esa vivencia agarrada en lo profundo, pero no lo eché nunca de menos.
Él me enseñó a no tenerle pena. Se lo agradezco, aunque era un auténtico cabrón.