Historias Verdaderas (La pianista)

Dicen que la realidad se come a la ficción con patatas. Doy fe.
Me ha tocado vivir algunas historias difíciles de creer. Otras son más normalitas, pero también llenas de esa sabiduría que no se enseña; tan sólo se aprende.
Ella comenzó a estudiar piano por indicación de sus padres. Ellos querían verla realizarse en un arte tan elevado. Ella cogió ese barco sin mucha convicción, por tenerlos contentos.
Cada día cuatro horas. Y así un día tras otro, durante un montón de años.
En el fondo hubiese querido dejarlo, pero tras cuatro años ya le parecía demasiado tarde para decidirlo. Después de todo, ella progresaba.
Y luego, esa prisa por terminar. Era una carrera difícil, y seguro podría encontrar la forma de vivir de ello.
Otra gente que conocía montaba un grupo, quizás de rock, o música contemporánea. El piano, realmente, es un instrumento muy complejo, completo y enriquecedor. Pero ella tampoco hacía mucha fuerza por encontrar alguno de esos caminos.
El último año fue agotador, le costaba encontrar la fuerza para llegar a esa meta, la de tener acabada la carrera.
Pero lo hizo. Llegó con la lengua fuera.
Sus padres estaban muy contentos; ella quedó como ausente.
Con el título en las manos, cerró el piano y ya no lo volvió a coger.
A veces piensa el las miles de horas que echó para lograr esa prodigiosa memoria muscular. Piensa también en algunos compañeros, que no pudieron acabar. Ella era, por otro lado, bastante cabezona.
Hubo constancia, faltó pasión.
Pero ya sabes el final.
Eso me lo cuenta veinte años después.
Ahora se dedica a la enseñanza, cosas alternativas y creativas.
Se casó y tuvo hijos, fue bastante feliz y algo desgraciada. Vamos, como tú y yo.
Pero el piano quedó arrinconado para siempre.