Se podría decir que nos interesan las historias grandes, esas que nunca pasan en tu pueblo. Guerras que siempre suceden al otro lado del mundo, muertes violentas, maremotos y desapariciones, locuras, accidentes de aviones y trenes, alguien que lo perdió todo...
Pero también existen otras. Son pequeñas, apenas perceptibles, como una brisa que despierta una sensación, que te hace viajar en el tiempo, cuando eras aquél mocoso embadurnado de barro que no quería volver a casa, sino quedarse jugando.
Y algunos quisimos, quizás, seguir allí, en ese espacio seguro, en el que la sangre manando del corte era una novedad que tu madre curaba con una tirita. Y cuando hacía tanto frío que se te cortaban los labios, llegabas a casa y te sentabas al lado de la lumbre mientras sentías cómo tu cuerpo volvía a sentirse.
Aquél día terminé de comer antes que nadie. Me levanté de la mesa y salí a la calle.
Allí, sentado en el poyato de casa estaba aquél hombre. Unos cincuenta años, barba de cuatro días; parecía un bandolero de los que salían en la tele.
No me asustó, pero me quedé extrañado. No le conocía, y en mi aldea todos nos conocíamos.
Me miró raro y me preguntó por mi padre. Me dijo que lo llamase. En ese momento me di cuenta. Tenía una escopeta apoyada detrás de su espalda, y un pie que sangraba. Ahora sí que me asusté.
Entré corriendo a la casa y conté atropelladamente lo que pasaba. Mi padre salió corriendo.
Hablaron un rato y volvió a entrar para contarnos, con voz temblorosa, lo que había pasado.
Era un cazador de un pueblo cercano. Llegó sólo, y mientras andaba con la escopeta en la mano, tropezó y se pegó un tiro en el pie.
Recuerdo muy bien cómo eran aquellos cartuchos, su forma y color, hecha con un cartón duro y una base metálica. Alguna vez vi cómo alguien las vaciaba, quedando a la vista la pólvora. La misma pólvora que ahora se estaba mezclando con la sangre del cazador.
Mi padre trajo de inmediato aquél Citroën 2cv, uno de los primeros vehículos que llegaron al pueblo, aparte de algún pequeño tractor.
Se llevó al hombre, y tan sólo unos días después nos enteramos que había muerto.
En mi vida tienen una fuerte presencia las metáforas. Creo que me ayudan a entender el mundo y mis propios asuntos mejor que la razón.
Con una imagen puedo abarcar un significado muy amplio, y muchas veces veo una relación directa entre metáfora y realidad.
Lo mismo es uno de esos flipes sin fundamento, pero no quiero renunciar a ello.
Un tiro en el pie.
La imagen que me despierta es la de alguien que camina sin mirar, sin cuestionarse las cosas, sin poner conciencia en los detalles o en las acciones. Quizás no, casis seguro que yo fui alguien así. Y lo sé porque hice cosas de las que no me siento orgullosos, aunque las acepto como fueron. Porque gracias a mis equivocaciones soy lo que soy, sea ello lo que sea.
Dicen que los demás son tu otro yo, y yo lo creo.
Nuestro mundo es la totalidad de lo que cada uno aporta. No hay un yo y un otro, somos el mismo, pero con distinto disfraz.
Y cuando disparas al otro es a ti a quién llega la bala.
Como suelo decir, no me hagas mucho caso, esto no es más que filosofía barata, puro saldo.
Que tengas una buena semana.
Y ten cuidado con la escopeta.