Mi gato se llama (o se llamaba) Ali, tenía ya 15 años. Eso significa que ha estado a mi lado durante casi la mitad de mi vida; recuerdo la primera vez que lo tuve en mi mano, literalmente, porque cabía en una sola mano; Yo tenía entonces 17 años. Luego llegaría a pesar 11 kilos, pero contra todo pronóstico ha vivido una vida larga y ha muerto sin sufrimiento.
Se ha muerto un gato. Vaya noticia, cada día mueren millones de seres vivos, muchos de ellos seres humanos. Se ha muerto un gato, pero no sólo un gato, sino un nexo del pasado; una de esas pequeñas cosas que me ligaban a la vida, al yo que fui y siempre he sido aunque a veces casi me haya olvidado, otras veces no haya podido apartarlo de mi cabeza. Se ha muerto un trozo de mí. Eso es así, es irreparable. No pretendo que me digáis lo siento. No, no es eso lo que quiero, simplemente haberlo leído. No vale la pena lamentarse, es simplemente que quería hablar de ello, para sentirlo, para sentirme vivo. Si hace que alguien tan insoportablemente racional roce el melodrama barato, es que ha sido importante.
En fin eso es todo. Benedetti dijo y luego otros parafrasearon, que una vida sin fantasmas no vale la pena ser vivida. Ha muerto mi gato, pero no se irá, nunca se van, porque esos fantasmas son necesarios. Para mí al menos. Has valido la pena. Maúlla en paz.